Pasado ya casi un mes desde las terribles inundaciones que causó la DANA que recorrió buena parte de la Península a finales de octubre y principios de noviembre, me parece un buen momento para pensar un poco acerca de lo ocurrido y, sobre todo, matizar o contradecir algunas afirmaciones que muchos medios han propagado sin pensárselo dos veces. No pretendo aquí dar lecciones a nadie y menos a profesionales que han dedicado buena parte de su vida a lidiar sobre el terreno con problemas como éstos. Mi formación, sin embargo, me lleva a enfocar el problema desde una perspectiva tal vez algo diferente. Veamos pues algunas de esas afirmaciones...
La culpa la tienen las administraciones por no haber limpiado de vegetación los cursos de los ríos
Esta afirmación se escucha muy a menudo y me recuerda mucho el argumento de la limpieza de los bosques en el caso de los incendios forestales. Se acusa a la vegetación que arrastran los ríos de acumularse en algunos puntos del río y de agravar la situación al retener el agua, que buscará entonces su camino por otras vías, favoreciendo la inundación de los terrenos aledaños. Aunque sea cierto que los restos vegetales pueden acumularse en algunas zonas favoreciendo la salida del río de su cauce, no hemos de perder de vista que se trata de un proceso totalmente natural que siempre ha ocurrido. Mucho menos natural es la acumulación de coches y enseres que salieron flotando con la riada y que ha contribuido en muchos sitios a agravar considerablemente el problema. Tal vez se tuviese que repensar si es buena idea autorizar que los coches puedan aparcar en zonas inundables cuando hay alguna alarma naranja o roja de AEMET. Por mucho peso que pueda tener un coche o un camión, su flotabilidad lo anula por completo cuando el agua cubre las ruedas. El tiempo que la cabina del vehículo quede invadida por el agua, el coche puede recorrer flotando cientos de metros.
Vehículos amontonados en una calle de Picaña (Valencia). Fotografía: Biel Aliño/Efe
Otro punto a tener en cuenta en el caso de los restos vegetales es que tal vez éstos no deberían de haber alcanzado zonas tan bajas de la cuenca. En un río natural, los troncos y ramas arrastrados por la corriente encontrarían mucho antes obstáculos que los hubiesen detenido, acumulándose en meandros o en zonas en las que el agua pierde localmente fuerza. Si tal cantidad de material vegetal llega casi hasta la desembocadura del río es a menudo porque tales obstáculos naturales simplemente ya no existen. Muchos ríos han sido canalizados sobre distancias considerables y fluyen con una fuerza que no permite que esos restos de vegetación se depositen en ningún lugar.
El Barranco del Poyo unos 12 kilómetros aguas arriba de Paiporta / Fotografía: devorakm
Ralentizar la corriente en las partes altas de las cuencas fluviales es la clave para atenuar de alguna forma los efectos de episodos de lluvia excepcionales. Y eso se consigue, fundamentalmente, de dos maneras complementarias. La primera es revegetalizando esas cuencas y favoreciendo la recuperación de la vegetación arbórea. El bosque es el único ecosistema capaz a la vez de interceptar y frenar las precipitaciones y de favorecer su infiltración en el suelo. Claro está que partimos de una situación inicial muy desfavorable, con extensas regiones de la Península en las que los procesos erosivos se han llevado ya buena parte de los suelos que se podían haber desarrollado en el pasado. Recuperar tales zonas llevará mucho tiempo, si es que realmente sea posible en estos tiempos de acelerado cambio climático. La otra manera es renaturalizando los cursos de agua, dejándoles fluir libremente ocupando todo el espacio que les corresponde, pudiendo desarrollar sus meandros y brazos que contribuyen a disminuir la fuerza del agua. En ese contexto, es fundamental el papel desempeñado por la vegetación, que ralentiza también considerablemente el caudal del río. Contribuyen a ello también algunos animales, como el castor, cuyas presas favorecen la infiltración e incrementan la biodiversidad del ecosistema.
Presa de castores en el Parque Nacional de Exmoor, Somerset, Inglaterra / Fotografía: National Trust/PA Wire
Me llama mucho la atención, en un tal contexto, que muchas asociaciones de protección de la naturaleza se hayan subido al carro de la limpieza de los cauces con el fin de poder erradicar las especies exóticas que se desarrollan en ellos. A veces el odio y la fé ciega te llevan a tomar decisiones completamente contrapuestas a las ideas que defiendes, porque por muy exóticas que sean esas especies, su presencia sin embargo contribuye eficazmente a frenar el caudal del río. Aunque a la hora de acusar de cualquier cosa a las especies exóticas, hay personas que son capaces de decir una cosa y su contrario en la misma frase: "La limpieza es necesaria, pero en determinados tramos del río y sobre todo sobre plantas invasoras como los caños, que en lugar de frenar la corriente generan acumulaciones y tapones". Vamos, que generar acumulaciones y tapones no es frenar la corriente y como es bien sabido, las ramas y los troncos de los arboles autóctonos no descansan hasta alcanzar el mar...
Una retroexcavadora limpia el cauce y los márgenes de la Rambla de Derramadores a su paso por Jacarilla / Fotografía: TONY SEVILLA
En una cuenca en la que se cumplen ambas premisas, se evita que el caudal de los ríos suba de manera tan brusca como lo ha hecho. Lo que se logra, en realidad, no es que no llegue esa fenomenal cantidad de agua cuenca abajo, pero sí que lo haga de una manera más escalonada evitando inundaciones tan catastróficas río abajo y dando algo más de tiempo a las personas para reaccionar (curva verde en el gráfico más abajo). Las crecidas de los ríos son inevitables, hagamos lo que hagamos, pero adquieren rasgos catastróficos en regiones en las que el hombre ha alterado los ecosistemas. Estas ideas, sea dicho de paso, no son nuevas. Gran parte de las repoblaciones llevadas a cabo por Ricardo Codorniú en el SE de la Península a finales del siglo XIX fueron en realidad para proteger río abajo zonas que habían sufrido inundaciones catastróficas en las décadas anteriores.
Hidrograma comparado de una cuenca rural (verde) y de una cuenca urbanizada (azul) / The Australian Rainfall and Runoff: A guide to flood estimation, © Commonwealth of Australia (Geoscience Australia) 2019 / Licencia: CC BY
Las obras de "corrección" de muchos ríos no se han llevado a cabo
Existe aún en la población una creencia bastante generalizada de que la ingeniería nos puede salvar de todas las catástrofes. En las últimas semanas, he leído con frecuencia los comentarios de algunos nostálgicos del franquismo afirmando que gracias al desvío del río Turia se había salvado la ciudad de Valencia. Es cierto que el día en que ocurrieron las inundaciones, el caudal del río Turia llegó a subir hasta unos 2000 m3 por segundo, pero no es ese un caudal que no haya alcanzado antes. En 1957, su caudal alanzó 3400 m3 por segundo y se supone que el nuevo cauce fue diseñado para poder drenar una cantidad mucho mayor. En realidad, el Turia no salvó al centro de Valencia de la inundación gracias al caudal que es capaz de llevar, sino porque ejerció de muro protector ante la crecida del Poyo, que alcanzó ese día un caudal superior al del propio río Turia. Tal como se puede ver en la fotografía aérea a continuación, todos los barrios situados al sur del río Turia quedaron completamente anegados mientras que en la otra orilla no pasó absolutamente nada.
Foto satélite de la zona cero de la riada
¿Es pues la solución emprender otra obra faraónica para encauzar el Poyo tal como se hizo con el Turia? Si esa es la solución preconizada cada vez que ocurre algo parecido, no quedará al final ni una rambla natural en toda la vertiente mediterránea de la Península, con un coste probablemente inasumible a largo plazo. Más teniendo en cuenta que habrá que dimensionar esas obras teniendo en cuenta que con el calentamiento global episodios como este serán cada vez más probables y frecuentes. Las soluciones naturales, claramente ofrecen mejores garantías creo yo.
No se tenía que haber dejado construir en zonas inundables
Las zonas inundables de los valles no son otra cosa en realidad, que el lecho mayor del río, el que ocupa cuando su caudal aumenta y desborda del lecho menor, que es el que comúnmente llamamos "río", sin caer en la cuenta de que todo el valle consituye en realidad lo que en geomorfología y geología se llama un "sistema fluvial". Las llanuras fluviales estaban ocupadas antiguamente por bosques con unas características bien particulares, al ser capaces los árboles que crecen en ellos de aguantar periodos más o menos prolongados de inundación. Los suelos en esas llanuras de inundación siendo generalmente muy fértiles, fueron colonizados y explotados desde los comienzos de la agricultura. Los cultivos sustituyeron por completo los bosques asumiendo esos primeros agricultores el riesgo de que episódicamente podían perder sus cosechas cuando el río se enfadaba. En fechas más recientes, la industrialización y la aparición de maquinaria pesada hizo posible la "corrección" de muchos ríos, que canalizamos y aislamos de su lecho mayor para mayor desgracia de todos los ecosistemas que constituían el sistema fluvial. De serpentear perezosamente en el fondo de unos valles que las crecidas periódicas enriquecían con sus aportes de sedimentos, nuestros ríos se convirtieron en meros desagües a los que se les pedía un máximo de eficiencia a la hora de drenar todo el agua acumulada en el fondo del valle. Una eficiencia que han demostrado muy claramente en este episodio de lluvias extremas. La peor consecuencia que tuvo todo esto fue borrar de nuestras memorias la verdadera naturaleza de esas llanuras de inundación que en muchos casos nadie había visto nunca inundadas. Esa falta de memoria unida a la falsa sensación de seguridad que ofrecían las obras de "mejora" llevadas a cabo en nuestros ríos propició la urbanización incontrolada de muchas zonas inundables. Nadie pensaba que construir en tales zonas pudiese suponer algún día perder todos tus bienes. Ni tan siquiera las aseguradoras, tan quisquillosas en otras circunstancias, tuvieron ningún reparo en asegurar las casas construidas en esas zonas.
Nuestros antepasados eran mucho más conscientes del riesgo y construyeron la mayoría de los pueblos y ciudades en zonas seguras, tal como se puede ver en esta fotografía de la localidad navarra de Funes tras sufrir una inundación. Los barrios inundados son los barrios modernos construidos en el lecho mayor del río. / Fotografía: EFE/Jesús Diges
Recuerdo en alguna excursión de geología alguno de mis profesores riéndose al ver casas construidas a proximidad de enormes bloques de roca que nadie se había preguntado como habían llegado hasta ese lugar. Cualquier geólogo sería capaz de contestar a esa pregunta y te hubiese dicho que construir una casa en un tal lugar era una temeridad. Pero las personas "normales" prefieren pensar que eventos tan extraordinarios ocurrieron en la Prehistoria, sin realizar que para un geólogo la Prehistoria fue ayer y que el ayer tiene muchas probabilidades de volver a ocurrir cuando uno piensa a una escala de tiempo algo más larga que la que estamos acostumbrados a considerar (los últimos años de nuestras cortas vidas). El cambio climático actúa en realidad como un mago que de repente ha comprimido el tiempo y hace que todo ocurra ahora ante nuestro ojos a una velocidad mucho más rápida. Eventos que ocurrían tal vez una o dos veces en mil años se repiten ahora cada pocos años. Y eso tiene consecuencias graves en nuestra sociedad, al haberse dimensionado muchas de las obras realizadas durante el siglo XX teniendo en cuenta periodos de retorno mucho más breves (típicamente de 500 años).
¿Qué tenemos que aprender de esta DANA?
Aunque es algo temprano para sacar conclusiones "definitivas" de estas inundaciones y para proponer medidas concretas, sí creo que cabe insistir sobre algunos cosas que son obvias y que no deberíamos perder de vista a la hora de planificar medidas más concretas adpatadas a este territorio.
1. La intensidad y frecuencia de estos episodios ha ido aumentando con el cambio climático. La probabilidad que masas de aire frío queden aisladas en altitud en la región mediterránea (DANAs) sobre masas de aire y de agua mucho más cálidas de lo normal es ya una realidad que ha llegado para quedarse. Eventos como este se repiten ahora casi todos los años en un punto u otro del Mediterráneo.
2. Aunque a corto plazo pueda parecer más eficiente llevar a cabo grandes obras de ingeniería para adaptar el cauce de ramblas como la del Poyo a esta nueva realidad, medidas más a largo plazo como la reforestación de las partes altas de las cuencas hidrográficas y la renaturalización de los ríos probablemente sean mucho más positivas a largo plazo. Es indispensable también dejar de considerar las inundaciones como un desastre. Son indispensables en muchos lugares para mantener la fertilidad de los suelos. La riqueza de la huerta valenciana es en gran parte la herencia de inundaciones pretéritas. Si fuesemos capaces de dejar los ríos inundar de forma controlada zonas que dependen de esos aportes, saldríamos probablemente todos ganando.
3. Se tiene que dejar de una vez por todas de construir en las zonas inundables. Deberían ponerse de acuerdo en ello todos los sectores de la sociedad involucrados. El día que las autoridades hagan caso de los mapas de riesgo y prohiban construir en esas zonas y que las aseguradoras dejen de asegurar actividades económicas y edificios construido en zonas peligrosas, puede entonces que empiecen las cosas a cambiar.
Cabe esperar ahora que no ocurra con esta DANA lo que ha ocurrido tantas veces en el pasado. Tan pronto la catastrofe desaparece de la portada de los periódico, ya nadie se acuerda de ella salvo las personas directamente afectadas. ¿Alguien recuerda que la costa de Huelva y de Cadiz fue barrida por un tsunami el 1 de noviembre de 1755 que se llevó por delante la vida de 4000 personas? A pesar de tan funestos antecedentes, hubo que esperar hasta 2013 para que por fin se propusiera la implementación de la Red Nacional de Alerta de Tsunamis. Espero que seamos más rápidos en reaccionar ante el creciente peligro de las DANAs...