Ecosistemas huérfanos



En este pequeño artículo, me voy a parar a pensar en algo que muchas veces no valoramos cuando contemplamos nuestros paisajes. Al pasearse por algún bosque frondoso uno tiende a pensar que así debía de ser nuestra naturaleza antes de que el hombre influyera en ella. Así nació la leyenda de la ardilla que, dícese, en la Antiguedad podía cruzar la Península Ibérica de punta a punta sin pisar el suelo. Quien hizo esa afirmación probablemente no tuvo en cuenta algo muy importante: la existencia en un pasado no tan lejano de toda una megafauna que debió tener sobre los ecosistemas un impacto mucho mayor de lo que pudiéramos pensar. Basta comparar una postal de cualquier paisaje europeo con la de cualquier paisaje africano para darse cuenta de que aquí en Europa algo no cuadra... No solemos valorarlo por una razón muy sencilla: en muchos lugares dicha megafauna hace tiempo que ya no existe y ni tan siquiera somos conscientes de su ausencia.

El cortejo de las nitrófilas

Siempre me ha sorprendido muchísimo la importante cantidad de plantas nitrófilas y arvenses que componen nuestra flora. Plantas autóctonas muy ligadas a la actividad humana y que resulta difícil imaginar en un mundo en el que no existiera la agricultura y la ganadería. Es evidente, sin embargo, que todas ellas existían antes de que la revolución neolítica alterara durablemente nuestros paísajes. Si damos por cierta la leyenda de la ardilla, resulta entonces realmente muy difícil entender el origen de esas plantas. ¿ Son todas ellas plantas exóticas llegadas con los primeros agricultores y ganaderos ? La respuesta es evidente: en realidad esas plantas siempre estuvieron presentes y estaban ligadas a la presencia de la megafauna. Basta pensar cómo un elefante es capaz de abrir, en muy poco tiempo, auténticos claros en la sabana para entender cómo la megafauna pudo propiciar la extensiòn de esas especies.





La bolsa de pastor es un buen ejemplo de planta cuya distribución actual está muy influenciada por las actividades humanas. Fotografía: Adrián Rodríguez / Licencia:  Dominio Público



La limpieza del bosque

Con las abundantes lluvias de esta primavera y el prolífico desarrollo de las plantas que eso conlleva, puede que un año más nos enfrentemos al gran peligro que acecha nuestros bosques cada verano: los incendios. Y volverán las preguntas y las afirmaciones de siempre... En tiempos de crisis, se alzarán de nuevo voces pidiendo la creación de brigadas de limpieza del bosque y señalando el "abandono" del campo como la principal causa de los incendios. Esa afirmación no carece de fundamento aunque, la verdad sea dicha, es el fuego un actor fundamental en el desarrollo y la modelación de los ecosistemas mediterráneos. Basta pensar, para convencerse de ello, en las adpataciones al fuego que muchísimas plantas han desarrollado. Desde el alcornoque, capaz de resistir al fuego gracias a la espesa capa de corcho que recubre su tronco, a los pinos, cuya germinación se ve favorecida por el fuego, sobran los ejemplos de plantas que se ven beneficiadas por los incendios. De hecho, la biodiversidad aumenta notablemente en las zonas incendiadas, únicas en las que los mismos pinos quemados vuelven a germinar. Pero volviendo a nuestro punto de inicio, es cierto que bosques aclarados, como las dehesas, no son tan propensos a incendiarse. Alguien propuso, en algún momento, la suelta de burros en los bosques para que ramoneen los arbustos. Esa idea, en realidad, no difiere mucho de la que han propuesto algunos científicos, que abogan por la reintroducción de las faunas diezmadas durante el Cuaternario en zonas en las que han desaparecido.

Rewilding

A la reintroducción en los ecosistemas huérfanos del Hemisferio Norte de las especies desaparecidas o de sus equivalentes actuales más cercanos se la ha denominado rewilding. De momento, tales proyectos son aún embrionarios y pretenden, sobre todo,  evaluar el impacto que pudiera tener la reintroducción de dichas especies. En la Península Ibérica, proyectos que van en esa dirección ya se han llevado a cabo en algunos lugares. El más emblemático y mediatizado de ellos ha sido, probablemente, la creación de la reserva de bisontes de San Cebriá de Mudá, en la provincia de Palencia, que podría ser un primer paso hacia su reintroducción en el Sistema Cantábrico. El impacto de esas reintroducciones sería, con toda seguridad, muy positiva para el ecosistema, siempre y cuando, claro está, se respeten los equilibrios naturales. De nada serviría repoblar todo el norte de la Península con bisontes si no permitimos, al mismo tiempo, que sus potenciales depredadores controlen el desarrollo de sus poblaciones.





Bisonte europeo fotografiado en la reserva de bisontes de San Cebrián de Mudá (Palencia). Fotografía: Javier Alvarez Cobb / Licencia: Creative Commons



Los auténticos "gestionarios" de la fauna

Existe en este país y en muchos otros una tradición arraigada desde tiempos remotos que, sin embargo, ha perdido en gran medida toda justificación: la caza. En las sociedades paleolíticas, la caza era una actividad fundamental, dependiendo en gran medida la supervivencia del grupo de ese aporte de carne sin el que nuestra especie sin duda nunca se hubiese convertido en lo que es. Puede parecer que el impacto de esos cazadores-recolectores sobre los ecosistemas fue escasa o nula pero lo cierto es que parece cada día más evidente que esos eficientes cazadores tuvieron mucho que ver en la desaparición de muchas especies de animales cuya reciente extinción difícilmente se explica por otras causas. Hoy en día, la caza es fundamentalmente una actividad lúdica practicada por urbanitas que se intenta, sin embargo, disfrazar como una necesidad. Los defensores de la caza pretenden, en efecto, que su actividad permite ejercer un control sobre el desarrollo de los herbívoros, que arrasarían con nuestros más valiosos ecosistemas si no los controláramos. O sea, que según ellos son una necesidad. Es olvidar, sin embargo, que ese control de la fauna lo ejercen naturalmente los depredadores que, colmo de la hipocresía, fueron y siguen siendo aniquilados por esos mismos cazadores. Es más que evidente que el actual sistema de gestión de la fauna está basado en una gran mentira: la de la necesidad de la caza. Si dejáramos que los depredadores desempeñen su papel de reguladores de las poblaciones de herbívoros, la caza sería prácticamente innecesaria.





El leopardo tiene una amplísima área de distribución que incluía antiguamente al continente europeo. Su reintroducción en la Península Ibérica no sería, pues, una idea totalmente descabellada. Fotografía: Tambako The Jaguar / Licencia: Creative Commons



Los precedentes del arruí y del muflón

La viabilidad de tales proyectos viene avalada por el éxito de algunos proyectos antiguos, que se llevaron a cabo con una finalidad bien diferente (caza). En el siglo XX se introdujeron en nuestro país dos especies "exóticas" como el muflón y el arruí que no solo se adaptaron perfectamente, sino que prosperaron y llegaron a ampliar su área de distribución. Que yo sepa, su presencia no ha resultado dañina para el medio ambiente y no ha perjudicado a las demás especies de ungulados. Y quien sabe, tal vez hayan contribuido a que las regiones en las que viven no sean pasto de las llamas con tanta frecuencia. Pero que yo sepa, eso no ha sido estudiado hasta ahora (además de ser algo difícil de poner en evidencia). Ambas especies (o especies muy próximas) formaron parte de nuestra fauna durante el Quaternario. Su introducción no carece, por lo tanto, de cierta lógica.





Amenazado de desaparición en las regiones del Norte de África de las que es originario, el arruí ha encontrado en el SE de España un segundo hogar. Su expansión en la Península debería lógicamente verse favorecida por el calentamiento global, siendo el arruí el ungulado mejor adaptado a las condiciones de aridez que prevalecerán en el futuro. Fotografía: Gregory Moine / Licencia: Creative Commons



No sé si tales proyectos de rewilding se llevarán a cabo hasta sus últimas consecuencias. Dudo mucho, en efecto, que sea posible reintroducir en la Península Ibérica especies como la hiena, el león, el leopardo o... el elefante ! Pero no cuesta nada soñar. Si el tema os interesa, os invito a visitar este interesantísimo blog:

EL TIEMPO QUE OLVIDAMOS

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