Crónicas de un mundo en mutación


El cambio climático ya es una realidad que promete modificar profundamente nuestros paisajes, nuestra flora y nuestra fauna.
El pasado es una ventana que nos permite intuir cómo será ese futuro que os propongo descubrir.

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Una de las familias de árboles que más sufrió los efectos de las glaciaciones cuaternarias en el continente europeo es, sin lugar a dudas, la de las Juglandáceas. Aunque una especie – el nogal – logró sobrevivir en las penínsulas meridionales y otra – la que tratamos en este artículo – tan solo se encuentra hoy presente en el Cáucaso, en la periferia del continente, presentaba antes de las glaciaciones una rica diversidad de especies pertenecientes a géneros como Juglans, Carya, Pterocarya, Engelhardia, Platycarya, Cyclocarya, etc. Muchos de estos géneros tan solo sobrevivieron luego en el SE asiático y en Norteamérica, desapareciendo por completo del continente europeo. Desaparecieron primero las especies más termófilas (a finales del Plioceno), manteniéndose en nuestro continente tan solo los dos géneros actualmente presentes (Juglans, Pterocarya) y el género Carya, que sobrevivió en la Península Ibérica hasta el Pleistoceno medio y hasta fechas mucho más recientes aún en Anatolia. 



La pterocaria del Cáucaso es una especie presente en el W del Mar Negro, el Cáucaso y el N de Irán, con algunas poblaciones dispersas y aisladas en Anatolia y otros puntos más meridionales de Irán. Se trata de una especie termófila con unas altas exigencias en humedad, siendo su hábitat natural los bosques riparios. Como se puede ver en el mapa más abajo, la pterocaria del Cáucaso fue una especie muy difundida por todo el continente europeo a principios del Cuaternario (Pleistoceno Inferior). Fue, además, muy abundante, siendo en muchos lugares la especie dominante en el espectro polínico.




Aunque se consideraba extinta esta especie en la Península Ibérica desde el Pleistoceno medio, el registro lacustre de la laguna de El Cañizar, analizado por Eduardo García-Prieto Fronce (1), ha mostrado que esta especie sobrevivió en el E de la Península Ibérica hasta el último periodo interglaciar (Eemiense), posiblemente hasta hace 67.000 años. El calentamiento sufrido por buena parte del continente europeo desde hace varias décadas favorece, hoy en día, claramente a esta especie que ya se ha naturalizado en algunas regiones en las que, cruel paradoja del destino, se la considera invasora (quien fue a Sevilla perdió su silla).

Pterocarya fraxinifoliaFamilia: JuglandaceaeOrden: Fagales

Árbol de hasta 35 m, de rápido crecimiento, de copa ancha y redondeada, con la corteza profundamente fisurada. Hojas imparipinnadas que pueden superar los 60 cm de longitud, con 11-20 pares de folíolos sésiles, fuertemente aserrados, con unos 50 a 65 dientes a cada lado, puntiagudos, de unos 5-10 cm. Fruto de aproximadamente 1,8 cm de anchura, con alas semi-orbiculares.

Pterocarya:

Árboles, monoicos, a menudo con pequeñas glándulas peltadas, con resina, de color amarillo pálido –las que, al secarse, adquieren aspecto de escamas–. Ramillas de médula perforada. Yemas terminales estipitadas, en general desnudas, rara vez con 2-4 catafilos, prontamente caducos. Hojas caducas, par o imparipinnadas –por desaparición del folíolo terminal–; foliolos 5-21(-25), de margen serrado, con pelos simples o fasciculados, y glándulas, o sin ellas, a veces glabros, ± sentados o de peciólulos muy cortos; raquis alado o áptero. Inflorescencia masculina en amento, solitario o en grupos de 3-5, lateral o terminal, péndulo. Inflorescencia femenina en amento, de más de 10 flores, solitario o en grupos de 2-5 en panícula, terminal, péndulo en la fructificación. Flores masculinas de bráctea soldada al receptáculo excepto en el ápice, y éste, peque- ño, ovado o lanceolado y entero; bractéolas 2, soldadas al receptáculo y a los sépalos, de tal forma que en el conjunto hay 3-6 lóbulos ± desiguales; sépalos (1-2)-3(4); estambres 5-31; anteras glabras o pelosas. Flores femeninas de bráctea soldada por la base al receptáculo, pequeña, entera, no acrescente; bractéolas 2, casi libres en la cara abaxial y ± soldadas en la cara adaxial, acrescentes; sépalos 4, soldados al receptáculo en gran parte de su longitud; carpelos 2 –rara vez y en algunas flores 3–; estilo normalmente con 2 ramas estilares, recurvadas, con la zona estigmática hacia el interior. Fruto samaroide; nuez con 2 ó 4 lóculos en la base, de pared ± pétrea; ala 1, completa y ± circular, o 2, laterales y de semicirculares a ± lineares –en todo caso, proceden muy principalmente de las bractéolas–. Semilla de cotiledones con 2 lóbulos pequeños cada uno.


Navarro C. & Muñoz Garmendia F. / in: Castroviejo & al. (eds.), Flora iberica vol. 9 / http://www.floraiberica.org / Licencia: Creative Commons


Se trata de una especie relativamente poco cultivada. La mayoría de las pterocarias cultivadas en nuestro país pertenece a la especie oriental (P. stenoptera) o al híbrido de ambas (P. x rhederiana). Según el catálogo publicado por el Ayuntamiento de Madrid, se habrían plantado 347 ejemplares de esta especie en el proyecto Madrid Río pero no tengo demasiado claro que realmente correspondan a esta especie (habrá que verificarlo in-situ). Su cultivo no parece que entraña muchas dificultades. La región de la que es originaria tiene un clima de tipo submediterráneo muy parecido al nuestro y si se cumplen los requerimientos hídricos de esta especie, debería prosperar sin muchas dificultades. Su propagación por semillas no parece demasiado problemática. Sin ningún tratamiento previo (salvo el de conservar las semillas en la terraza), he conseguido que germinaran tres semillas y tengo muchas esperanzas de lograr que se desarrollen los ejemplares conseguidos…





(1) Eduardo García-Prieto Fronce (2015) / Dinámica Paleoambiental durante los últimos 135.000 años en el Alto Jiloca: el registro lacustre de El Cañizar / Tésis Doctoral, Universidad de Zaragoza





Hace algunos años, paseándome por la calle principal de la playa de Moncofar (Castellón) observé un curioso detalle al que no di entonces demasiada importancia. Sobre el tallo de una palmera, surgiendo entre las bases cortadas de dos hojas, vi lo que parecía una rama pinchada en el tronco de la palmera. Provista de hojas lustrosas de forma típicamente obovada, no me resultó difícil reconocer un arbusto que estaba presente a pocos metros en los jardines vecinos. Como podéis observar en la fotografía que reproduzco a continuación se trataba en efecto de un jovencísimo ejemplar de pitósporo que germinó sobre el tronco de la palmera, como hacen otras muchas especies de plantas. Al año siguiente la "ramita" había desaparecido, víctima de una limpieza efectuada por el servicio de jardinería del ayuntamiento. Me quedé, sin embargo, con la sospecha de que esa especie probablemente era capaz de colonizar los medios que le eran favorables.



Queriendo comprobar este verano si las palmeras seguían colonizando los terrenos abandonados alrededor de la ciudad, me adentré en un pequeño naranjal abandonado en el que se había desarrollado ya un estrato arbustivo que en algunos tramos llega incluso a impedir el paso de una persona. A eso hay que añadir el considerable desarrollo que llega a alcanzar la madreselva y la cola de caballo, dos especies trepadoras que tras algún tiempo llegan a cubrir por completo los naranjos. En algunos lugares de esta misma región se unen a esas dos especies una liana exótica muy temida que alcanza un desarrollo muy importante: Araujia sericifera. No fueron palmeras, sin embargo, lo que llamó de inmediato mi atención en ese naranjal. Creciendo en la base de los naranjos, distintas especies de arbustos se han hecho fuertes en el “sotobosque” del naranjal, alcanzando en algunos lugares el mismo tamaño que los propios naranjos. Una de ellas es un representante de la vegetación original del lugar. Se trata del labiérnago, perteneciente a la familia del olivo y también ocasionalmente cultivada. Las demás especies, sin embargo, son más sorprendentes...



La especie que más llama la atención, por su porte y la peculiar disposición de sus hojas, es el pitósporo. Presente por doquier en el naranjal y en distintos estadios de desarrollo, resulta evidente el papel de las aves en su difusión, observándose el pitósporo casi exclusivamente en los naranjales abandonados y desarrollándose por lo general al pie de los naranjos. Tan solo me encontré un único ejemplar de pitósporo en un terreno abierto, donde las aves que transportan sus semillas no suelen transitar. Casi tan abundante como el pitósporo, el bonetero del Japón pasa sin embargo más desapercibido, teniendo sus hojas un color tierno muy parecido al de las hojas nuevas del naranjo. Su presencia queda más manifiesta en zonas en las que los naranjos se han secado por completo. Aunque pertenecen a familias diferentes, ambas especies comparten sin embargo algunas características que explican probablemente que ambas especies colonicen los mismos medios y que lo hagan siguiendo más o menos las mismas pautas. La similitud más evidente es el fruto y el modo de propagación de las semillas. Como se puede observar en las dos fotografías a continuación, el fruto de ambas especies es una cápsula que al abrirse libera unas semillas muy llamativas de color rojo-anaranjado que las aves consumen.


    

Esa dispersión ornitócora de las semillas también explica la presencia de otras especies exóticas menos abundantes en el naranjal como pueden ser la palmera canaria (Phoenix canariensis) y el molle (Schinus molle), ambas cultivadas con frecuencia en las zonas urbanas de esta región. Sería interesante ver como ese naranjal sigue evolucionando y como se desarrolla un tipo de vegetación absolutamente nuevo. Visto lo visto, probablemente acabaría formándose un bosque perennifolio de pitósporo, bonetero, molle y labiérnago dominado por los estípites de las palmeras canarias. Que ese naranjal haya permanecido en este estado hasta ahora probablemente sea una consecuencia inesperada de la crisis. Dudo mucho que este pequeño “neobosque” sobreviva por mucho tiempo. Resultaría, sin embargo, muy interesante observar su evolución, por mucho que las especies que ocupan ese naranjal sean especies exóticas absolutamente denostadas por los naturalistas más ortodoxos. De cara al futuro, creo sin embargo que el estudio de casos como éstos tiene mucha relevancia y podría enseñarnos mucho acerca de cómo se establecen nuevos equilibrios, por muy extraños que estos nuevos equilibrios nos puedan parecer…




Actualización 07/08/2017

Una nueva visita al naranjal abandonado que exploré la pasada primavera me ha servido para hacerme una idea algo más precisa de la importancia relativa de cada especie observada. La especie más frecuente y más abundante es, tal como ya explicaba en marzo, el pitósporo. Su abundancia y la del bonetero del Japón decrece según uno se aleja de la zona poblada (playa). La presencia del bonetero se circunscribe realmente a la zona más próxima al pueblo.




Vista del naranjal abandonado. Se ve muy claramente que la mayoría de los naranjos se están secando. Entre ellos destacan ya las copas de los arboles perennifolios que están colonizando ese medio.




Otra especie de cuya presencia no me había percatado en marzo es el laurel (Laurus nobilis). Contrariamente al pitósporo y al bonetero, su presencia se debe a su cultivo entre los naranjos, donde parece que los agricultores de la zona no dudaban en plantar algún que otro árbol útil para diversificar su producción (laurel, olivo, algarrobo). Sin embargo, contrariamente a los naranjos, que se están secando y muriendo, estos laureles están prosperando hoy en día y muchos sobrepasan netamente los naranjos. Al igual que las demás especies lauroides que colonizan el lugar, es probable que compensan la intensa evapo-transpiración captando el agua subterránea, muy superficial en toda esta región. Aún tengo pendiente confirmarlo pero tampoco me sorprendería demasiado que esta especie tenga ya un carácter subespontáneo en esta región.




Flor del bonetero del Japón (Euonymus japonicus), una especie relativamente poco frecuente en los jardines de Moncofar.



Dispersa por todo el naranjal la palmera canaria encuentra aquí unas condiciones de vida muy similares a las de su lugar de origen. Si las dejan crecer, se convertirán en un claro referente en el paisaje de esta región. No recuerdo haber visto, en cambio, pequeñas Washingtonias, que parecen desarrollarse mejor en zonas más abiertas. Para acabar esta actualización, también he de señalar la presencia en el naranjal de un molle (Schinus molle) ya bastante crecidito. Esta especie se deja ver de manera esporádica por toda esta zona. Pues esto es todo hoy por hoy. Ojalá este naranjal siga tan olvidado y logremos ver, en los próximos años, como sigue evolucionando...


Destacando netamente por encima de los naranjos, este laurel alcanza ya un buen desarrollo. Las condiciones parecen favorecer claramente esta especie.

Perfil característico del molle, con sus ramillas y sus hojas colgantes. Menos abundante que el pitósporo o que el bonetero en este naranjal en particular, se encuentra sin embargo más difundido por toda la región, aunque sea de manera dispersa.


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SOBRE EL AUTOR

Geólogo de formación, nacido en Suiza pero establecido en España desde hace más de 20 años, trabajo actualmente en el sector de la informática (soporte). Eso no me ha impedido mantener vivo mi interés por los temas medioambientales, el cambio climático en particular, cuyas consecuencias intento anticipar buscando respuestas en ese pasado no tan lejano hacia el que parece que estamos empeñados en querer volver.

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