Crónicas de un mundo en mutación


El cambio climático ya es una realidad que promete modificar profundamente nuestros paisajes, nuestra flora y nuestra fauna.
El pasado es una ventana que nos permite intuir cómo será ese futuro que os propongo descubrir.

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Acercándose poco a poco el otoño y la época de recolectar nuevas semillas para mis futuras plantaciones, creo que es ahora un buen momento para extraer algunas lecciones de las plantaciones realizadas este año. Ya hice, en un anterior artículo, un pequeño repaso de las especies que había sembrado sobre mi terraza (Los árboles de mi terraza) y probablemente os interese ahora saber cómo se comportaron estos arbolitos una vez transplantados y abandonados a su suerte. Bueno, no tan abandonados, puesto que los visito regularmente y que he estado aportándoles un poco de agua durante el verano para que no se me sequen. Independientemente de saber cual ha sido el comportamiento de cada especie, creo también útil hablar de los errores que he cometido a la hora de plantar estos árboles, que explican algunos de los desastres sufridos.

Braquiquito, tipa y tarco

Siendo estas tres especies las que tenía más prisa en transplantar, al haberlas sembrado a finales del verano de 2016 a partir de semillas traídas de mis vacaciones, lo hice muy temprano este año (enero) en un pequeño descampado de mi barrio en el que plantaron hace años pequeños pinos piñoneros y que está plagado de alcorques que se quedaron vacíos. Lo que parecía una buena estrategia, sin embargo, pronto se volvió en mi contra. Al estar situado este descampado en una zona marginal, está poblado por una nutrida colonia de conejos. ¿ Y sabéis qué he aprendido yo de los conejos ? Pues que no le hacen asco a nada, sin importarles que los árboles plantados sean exóticos o autóctonos. Y sí, además, ese árbol tiene unas apetitosas hojas persistentes que son prácticamente lo único verde que se puede ver en todo el descampado en un periodo del año en el que esos voraces roedores pasan hambre, el desastre está garantizado. Planté en enero y febrero todos los braquiquitos (Brachychiton populneus) y casi todos los tarcos (Jacaranda mimosifolia) y tipas (Tipuana tipu) que tenía. Se los comieron todos. Un auténtico desastre. Primera lección: plantar árboles sin protección en una zona plagada de conejos equivale a darles de comer...


El enemigo público número 1 de mis arbolitos

¿ Logrará este protector disuadir los conejos de comerse al único braquiquito que sobrevivió ?


De este primer desastre, sin embargo, aprendí que el braquiquito es un árbol con una asombrosa capacidad de recuperación. Los conejos tuvieron la buena idea de no comerse la raíz de uno de ellos y ese ejemplar al poco tiempo rebrotó, fue devorado de nuevo y sufríó las consecuencias de un pequeño incendio. Todo ello sin recibir ni una sola gota de agua en las tres semanas que estuve de vacaciones. Tras toda esta sucesión de catástrofes, finalmente le puse un protector y está rebrotando de nuevo. No sé qué ocurrirá en el futuro pero visto lo visto creo que este árbol tiene aún mucho por decir. Mi objetivo a largo plazo (tampoco es que me queden ya tantos años de vida) es demostrar que una vez instalado, es capaz de sobrevivir sin ningún tipo de riego. También resistió perfectamente esas tres semanas sin riego el único tarco que sobrevivió. A diferencia de los demás, lo transplanté mucho más tarde, cuando ya empezaba a crecer la hierba y parece que eso hizo que los conejos no le prestaran atención. Eso sí, fue cortado por los jardineros que cortaron la hierba del descampado a finales de julio. Pero tal como ocurrió con el braquiquito, rebrotó con fuerza y hoy lo tengo debidamente protegido.


El único tarco que no fue devorado, rebrotando con mucho vigor tras ser cortado por los jardineros

Ahuehuete

Era el ahuehuete (Taxodium mucronatum) una de las especies que más interés tenía yo en cultivar, aunque no tuviera yo muy claro donde iba a plantarlo. Inicialmente tenía planeado hacerlo a orillas del Jarama, pero viendo las reacciones airadas de algunos al saber que quería plantar especies no autóctonas, juzgué más prudente hacerlo en zonas urbanas. Afortunadamente, el pequeño descampado en el que llevo a cabo mis pequeños experimentos es la salida de toda una red de drenaje y en él casi siempre corre un poco de agua. Era pues el lugar ideal para plantar algún ahuehuete. Ocurrió con ellos, lo mismo que con los braquiquitos. La aparición a finales del invierno de apetitosos brotes verdes en medio de la reseca vegetación del lugar era demasiada provocación para los hambrientos conejos del lugar. Se comieron todos los que planté, que no eran pocos. Tan solo uno sobrevivió, que planté más tardíamente a orillas del pequeño arroyo y que ahora tengo protegido con un protector. También tengo otro plantado cerca de casa en condiciones muy diferentes y la conclusión es de lo más sencilla: si plantas un ahuehuete en la tierra húmeda y empapada a orillas de cualquier curso de agua o lago éste responderá creciendo de forma espectacular. Visito el lugar una vez por semana más o menos y os puedo asegurar que de una visita a la otra, se puede notar su crecimiento. Realmente, si ningún acto de vandalismo o incendio acaba con su vida, este ahuehuete pronto alcanzará unas dimensiones asombrosas. Y todo ello, sin ningún tipo de riego. El que tengo plantado cerca de casa, en cambio, lo veo igual desde que lo planté. Realmente, este árbol requiere de mucha agua para prosperar. Al menos en sus primeros años...


Aspecto del ahuehuete que planté entre la vegetación a orillas del pequeño arroyo que nace en el descampado

Ginkgo

Es, tal como explicaba en el artículo que dedicaba a los árboles de mi terraza, una especie relativamente fácil de reproducir por semilla y tenía mucho interés en saber cómo se comportaría al ser transplantado. Tenía ginkgos de casi 1 año y ginkgos de casi 2 años. La primera conclusión a la que he llagado es que es mejor transplantar ginkgos de 1 año que de 2. Los primeros tienen hojas grandes y muy verdes. Los segundos tienen hojas más pequeñas y más pálidas, síntoma de que al árbol le cuesta más enraizarse y alimentarse. Los pequeños ginkgos de 1 año parecen aguantar mucho mejor el transplante y la mayoría de ellos tuvo un aspecto muy bueno mientras hubo lluvias y las temperaturas no eran aún demasiado elevadas. Parte de ellos los planté en el barrio y tan solo uno sobrevive. Ya no luce tan espléndido (se nota que le ha costado un poco aguantar el verano) pero sigue vivo y creo que debería pasar la prueba del primer año. Cuando rebrote en primavera, probablemente lo haga ya en condiciones mucho más favorables, estando ya firmemente enraizado. Otros, sin embargo, no tuvieron tanta suerte. Su vecino se secó y claramente no enraizó bien. Otros fueron cortados o arrancados. Claro que no los había señalado con nada que atrajera la atención...


Este pequeño ginkgo de muy buen ver fue cortado al poco tiempo por los subcontratas que cortan la hierba de los descampados del barrio...

Aparte de esos ginkgos "urbanos", también planté unos cuantos en el mismo descampado en el que experimento. La conclusión es sencilla: todos han muerto. pero con algunos matices. Algunos, muy expuestos al sol todo el día, claramente no aguantaron estar 3 semanas sin ningún tipo de riego. En cambio, otro ejemplar que estaba medio protegido por otros árboles no estaba tan mal cuando volví. De haber recibido tan solo un riego durante ese periodo, yo creo que habría sobrevivdo. El año que viene lo volveré a intentar y trataré de que alguien los riegue durante mi ausencia. Yo creo, realmente, que una vez bien establecido, debería ser capaz de sobrevivir en los lugares más favorables.

Eucommia

Es en principio la Eucommia una especie más resistente a la sequía que el ginkgo. Pero tan solo disponía de dos ejemplares y no puede realmente testear mucho. Planté una en un parquecito cercano de casa, por aquello de al menos tener una de ellas más controladita, y la otra la planté en el descampado. La planté, sin embargo, en un lugar que resultó ser un paso y al poco tiempo apareció rota y se murió. La otra sigue viva. Su crecimiento, sin embargo, no fue el esperado. Para empezar, el brote terminal se secó y fueron rebrotes laterales los que aseguraron su crecimiento, que pareció estar parado durante casi toda la primavera y todo el verano. Tan solo es ahora cuando dos de esos brotes han empezado a crecer con mucho vigor. Para mí que la planta se quedó algo "paradita" mientras desarrollaba su sistema radicular. Será interesante ver qué ocurre el próximo año. Año en el que tendré muchas más Eucommias para testear su comportamiento en nuestro clima...


Aspecto actual de la única eucommia que sobrevivió, que por fin se ha puesto a crecer con fuerza

Plátano oriental

El plátano oriental parece ser una especie que se enraíza con cierta facilidad y bastante rapidez. Planté un ejemplar en mi barrio que mostraba un desarrollo prometedor pero lamentablemente fue cortada por los jardineros y no he vuelto a saber nada de ella. Tras este episodio me cohibí un poco y aún tengo muchas de ellas sobre mi terraza, que pienso plantar este otoño junto a los poco ahuehuetes que aún tengo. Ahuehuete, plátano oriental y liquidámbar oriental son tres de las especies que considero fundamentales en mi proyecto de reconstituir un bosque del Plioceno/Pleistoceno...

Liquidámbar oriental

La gran decepción del año. Tenía un único ejemplar realmente bien desarrollado y lo planté en un parquecito que no reunía realmente las condiciones de humedad idóneas para esa especie. para más inri, al poco tiempo alguien lo pisoteó y se fueron al traste todas mis esperanzas. De tener que plantarlo hoy, lo haría en el mismo lugar en el que planté el ahuehuete, junto a ese arroyito que le hubiese asegurado unas condiciones de vida idóneas. Realmente, mi elección no fue acertada. Ojalá este otoño logre recolectar semillas y, quien sabe, dentro de un año o año y medio pueda volver a intentarlo...

Pterocaria

La pterocaria del Cáucaso es otra de las especie que tenía muchísimo interés en cultivar. Siendo éste un árbol que estuvo presente en buena parte de Europa hasta fechas mucho más recientes de lo que nos imaginábamos (último periodo interglaciar), me atraía mucho la idea de opoder plantar algún ejemplar. Pedí las semillas en Estados Unidos y al principio todo iba viento en popa. pero al poco tiempo me di cuenta de que me habían dado gato por liebre. La "pterocaria" que me habían vendido no era la del Cáucaso (P. fraxinifolia) sino la china (P. stenoptera). Superada la sorpresa, me decidí a plantar dos ejemplares en alcorques de mi barrio y otra en el descampado. ¿ Y sabéis qué os digo ? Pues que se trata de una especie extraordinariamente agradecida. Encuéntrale un lugar para crecer y riégala con regularidad y te gratificará con un crecimiento sostenido. Se trata, además, de un árbol de hojas muy bonitas y pronto las dos que planté en mi barrio tuvieron un aspecto increíble. Tan increíble que una de ellas fue cortada por los jardineros y la otra medio arrancada por algún estúpido. Ya veremos si se reponen de tan traumática experiencia. El año que viene, sin embargo, sí que plantaré la especie europea...


Esta hermosa pterocaria china era uno de los árboles más prometedores que había plantado antes de sufrir el ataque de un descerebrado al que no le hizo gracia su presencia y buen ver...

Pues nada, espero no haberos aburrido contándoos mis pequeños logros y desastres. Si lo que cuento os anima o le sirve a alguien para orientarse un poco, pues ya habrá merecido la pena dejar por escrito las lecciones que me ha deparado este primer año experimentando con árboles. El año que viene volveré con más...


Ya están creciendo los arbolitos que plantaré este invierno y la próxima primavera: más ginkgos, pterocarias del Cáucaso, muchas eucommias, algarrobos, almeces, etc.

Está de moda, desde hace unos años, hablar de la capacidad de resiliencia de nuestros ecosistemas. Se habla generalmente de ello como si esa capacidad fuese una garantía de permanencia de nuestros ecosistemas frente a cambios como el cambio climático y se suele casi siempre incidir en la necesidad de proteger y restaurar la biodiversidad para preservar su resiliencia. Ahora bien, ¿ qué es la resiliencia ? La resiliencia se define, en ecología, como la capacidad de un ecosistema a reponerse de los efectos de alguna perturbación. El ecosistema puede verse como una red en la que los distintos organismos que lo componen interactúan unos con otros. Una perturbación exterior puede modificar la manera en que esa red se organiza y puede incluso eliminar algún elemento de esa red pero eso no impide que la red siga funcionando. Algo muy similar ocurre en el cerebro. Una lesión puede dañar parte del cerebro pero las neuronas tienen la capacidad de reconectarse asegurando el funcionamiento casi normal del mismo. Esa capacidad de sobreponerse a una alteración es lo que se llama resiliencia.


La cadena trófica de un ecosistema (aquí el suelo) es tan solo un tipo de las múltiples interacciones que se establecen entre los organismos que lo constituyen

En base a lo que explicaba anteriormente, se entiende sin mucha dificultad que cuanto más tupida es la red de interacciones, cuanto más rico es el ecosistema, más posibilidades tiene de sobrellevar cualquier cambio. Esta suposición viene corroborada por observaciones hechas, por ejemplo, en bosques, en los que se ha podido demostrar que los bosques ricos en especies no solamente resisten mejor sino que tienen mayor crecimiento que los bosques monoespecíficos. No es mi intención hacer aquí un repaso a toda la teoría sino hacer ver que esa capacidad de resiliencia de los ecosistemas no es, sin embargo, ninguna garantía frente a cambios permanentes e irreversibles. En mi participación en distintos foros me he dado cuenta que mucha gente cree que proteger y restaurar nuestros ecosistemas autóctonos es la mejor garantía de que éstos perduren y se adapten al cambio climático. Muchas personas me dicen que nuestra fauna será capaz de adaptarse al cambio climático y que no es necesario “traer” especies de fuera. O sea, que nuestra flora y fauna tiene la suficiente capacidad de resiliencia para adaptarse al cambio climático. ¿ Es eso cierto ?


Recuperación del bosque tras un incendio en Point Reyes National Seashore (California, EE.UU.)

Las cosas, lamentablemente, no son tan idílicas. Un estudio realizado por investigadores franceses hace unos años logró demostrar que las comunidades vegetales del sotobosque de muchos bosques no estaban en equilibrio con las condiciones de temperatura actuales sino que corresponden a condiciones que eran las de aquellos lugares hace décadas. El aspecto positivo, en apariencia, es que esos ecosistemas están demostrando tener más resiliencia de lo esperado. Pero estos estudios también señalan que si bien la vegetación está "encajando" los efectos del cambio climático, se está retrasando de forma alarmante su migración hacia zonas más favorables. El avance de esas especies hacia el norte o hacia zonas más altas es demasiado lenta y no interviene a la misma velocidad que lo hace el calentamiento. Ese retraso de los ecosistemas en incorporar nuevas especies mejor adaptadas a las nuevas condiciones climáticas es lo que han llamado "deuda climática".


Deuda climática del sotobosque en los bosques franceses (1)

Tal como se puede ver en este mapa, la deuda climática es más importante en la región mediterránea, donde resulta muy difícil que especies más termófilas, en proveniencia de la Península Ibérica o del norte de África logren instalarse. Al contrario, en la zonas montañosas esa deuda es casi nula, ya que las distancias que hay que recorrer son mucho más reducidas y la dispersión natural de las semillas en las montañas logra compensar la subida de los pisos de vegetación. La gran preocupación de los autores es que si bien los ecosistemas forestales franceses están aguantando relativamente bien el tipo hasta ahora, probablemente tenga un límite la capacidad de resiliencia de esos ecosistemas. ¿ Qué pasará dentro de unas décadas si esas especies no se desplazan y se alcanza el límite de lo que pueden aguantar las especie "clave" de esos ecosistemas ?


Muerte masiva de pinos en la Sierra de Baza

La respuesta, tal vez, haya que buscarala más al sur, en regiones que han sufrido ya un calentamiento muy importante. Tal como contaba en un post reciente, las temperaturas han subido en buena parte de la Península entre 2 y 3 grados desde los años 70 del pasado siglo. Todo ello sin que se haya notado un cambio importante en la repartición de nuestros ecosistemas. ¿ Qué quiere decir esto ? Pues simplemente que aquí la deuda climática se sitúa en esos mismos valores. O sea, entre 2 o 3 grados. 3 grados, sea dicho de paso, corresponde a una subida de los pisos de vegetación de aproximadamente 500 metros. Tal subida de los pisos de vegetación, claramente, aún no se ha dado. Esto significa pues que en muchos lugares la vegetación debería ser, potencialmente, la de zonas situadas a una altitud 500 metros inferior. ¿ Os sigue pareciendo que el calentamiento climático es cosa del futuro ? El decaimiento de nuestros encinares y alcornocales en una amplia superficie de la Península y la muerte masiva de árboles en sierras como la de Baza cobran otro significado sabiendo que nuestros bosques tienen ya una deuda climática tan importante. Una clara señal de que la situación podría ser mucho más grave de lo que podemos imaginar y que tal vez no tendremos que esperar muchas décadas para ver los efectos más visibles del cambio climático...



(1) Bertrand R. et al. (2016) / Ecological constraints increase the climatic debt in forests / Nature Communications, Vol. 7 (12643)., pp. 1-10



De todos los árboles que crecen en la Península Ibérica, probablemente ninguno tenga tanta importancia como la encina. Ya sea por la superficie que ocupaba hasta hace poco o por la cantidad de servicios que ha prestado al hombre desde tiempos inmemoriales. Todos sabemos, por ejemplo, la importancia que desempeña en la alimentación del ganado (porcino en particular). Las vastas extensiones de dehesa del centro y del oeste de la Península conforman, de hecho, uno de nuestros paisajes más típico. En esas dehesas se crían los cerdos que producen los famosos jamones ibéricos y los toros bravos que empitonan cada año los incautos turistas que participan en nuestros encierros.


Dehesa extremeña / Fotografía: El diario digital de Extremadura

La encina domina no solamente los ecosistemas de la región mediterránea, sino también nuestro imaginario. El "climax" de la vegetación mediterránea es en efecto, según los fitosociólogos "clásicos", un bosque casi monoespecífico de encinas y/o de alcornoques y estas dos especies son las que se utilizan mayoritariamente en los programas de repoblación llevados a cabo por las organizaciones ecologistas de este país. Los estudios de paleobotánica, sin embargo, ponen en tela de juicio esa visión demasiado idealizada que nos hacemos de los ecosistemas mediterráneos. Nuestros bosques eran, antes de que el hombre influyera en su composición, mucho más diversos, desempeñando en ellos los pinos un papel muchísimo más importante del que imaginamos. La dominancia casi absoluta de la encina en buena parte de nuestro territorio se debe, en realidad, al manejo que ha hecho el hombre del bosque.



La sucesión ecológica de los ecosistemas mediterráneos tal como se la enseñamos a nuestros hijos. ¿ Y dönde están los pinos ? / Figura: Ciencias Naturales-Biología

Llevamos pues milenios conviviendo con la encina y para una mayoría de personas, este árbol duro y generoso simboliza como ningún otro las bondades de lo “autóctono”. Contemplar un paisaje con encinas es, de alguna manera, viajar a aquel tiempo en que una ardilla podía cruzar la Península sin posar un pie a tierra. La encina está firmemente enraizada en nuestro subconsciente y cuando a alguien se le ocurre llevar a cabo algún proyecto de repoblación, la encina es, naturalmente, la opción casi obligatoria a la hora de escoger qué especies plantar. Esa relación milenaria que nos une a la encina, sin embargo, se está viendo amenazada por el cambio climático, cuya aceleración en los últimos 40 años ha tenido consecuencias dramáticas para las quercîneas mediterráneas. La subida de las temperaturas y la bajada de las precipitaciones han propiciado la repetición de grandes episodios de sequía que han debilitado mucho a las encinas y los alcornoques, que sufren desde hace unos años el irremediable ataque de muchos patógenos que matan en silencio a millones de árboles. Se ha llamado “seca” a ese fenómeno que no parece tener mucha solución. Aunque logremos luchar contra esos patógenos, el cambio climático está en marcha y si no son los patógenos los que acaban con la encina en algún momento lo hará el fuego o la falta de agua.


Evolución de un alcornoque ('Quercus suber') afectado por el microorganismo 'Phytophthora cinnamoni'. Fotografía: Esperanza Sánchez

Los estudios prevén que a finales del siglo XXI la encina y el alcornoque habrán desaparecido de buena parte de la meseta sur, sustituidos por una vegetación más termófila, actualmente confinada a las zonas costeras y a zonas interiores como los valles del Guadalquivir o del Ebro.



Cambios en los pisos bioclimáticos (termotipos) en la Península Ibérica a lo largo del siglo XXI, suponiendo que alcanzaremos una concentración de CO2 en la atmósfera de 850 ppm el año 2100 (Moreno J.M.. (2006) / Evaluación preliminar de los impactos en España por efecto del cambio climático / Boletín CF+S (Ciudades para un Futuro más Sostenible), Vol. 38/39.)



Mientras en el sur de su área de distribución se hacen cada vez más evidentes los síntomas de su declive, la encina en cambio va progresando en el norte de su área de repartición y mucha más allá. El caso de Inglaterra es particularmente interesante. la especie se introdujo en ese país como ornamental en el siglo XV pero desde mediado del siglo XX, se ha expandido considerablemente en el sur de Inglaterra y de Irlanda, colonizando los terrenos secos y calizos próximos a la costa. El mapa que reproduzco aquí demuestra, además, que su expansión ha sido realmente espectacular en el siglo XXI, en particular después de 2010. Tanto es así que la encina es hoy en día considerada una especie invasora en ese país.


Repartición de la encina en Reino Unido e Irlanda / Online Atlas of the British and Irish Flora

Es evidente que de no haber sido introducida por el hombre, no hubiese llegado por ella misma a Inglaterra. Lo mismo cabe decir de otras muchas regiones de Francia. Eso ilustra perfectamente algo que todos sabemos o intuimos: el área potencial de muchas especies vegetales - árboles en particular - es mucho más amplia que lo que sospechamos. Que esas especies no estén presentes en esas zonas se debe a que les resulta difícil o imposible desplazarse hacia esas zonas. El contrario también es cierto: existen amplias zonas en las que las especies - los árboles en particular - aguantan como pueden en condiciones que hace tiempo que dejaron de ser las idóneas para ellas. Hasta que algún día cruzan la línea de lo que podían aguantar y de repente se vienen abajo, tal como ha ocurrido, por ejemplo, en la Sierra de Baza.


Viñedo en Dorking, Surrey, Inglaterra / Fotografía: Clickos

La encina se encuentra claramente en una situación como la que acabo de describir. Moribunda en buena parte de su actual área de distribución y considerada invasora en regiones que le son hoy favorables, nos manda un mensaje que no podemos ignorar: ayúdenme a desplazarme hacia aquellas zonas en las que podría establecerme o puede que de aquí a finales de siglo me convierta en una especie amenazada. Resulta curioso, sea dicho de paso, que los ecologistas y científicos ingleses consideren la encina una especie invasora cuando los agricultores de la misma zona del sur de Inglaterra llevan ya años produciendo vino y plantando olivos...
Europa es, aunque nos resulte a veces difícil de admitir, una de las regiones del planeta con la mayor densidad de población. Aunque solemos considerar alarmante el crecimiento demográfico de continentes como Asia o como África, parece que nos hemos olvidado que los Europeos no fuimos precisamente un ejemplo a la hora de contener nuestra propia explosión demográfica. Consecuencia de esa alta densidad de población, son pocos los lugares realmente inalterados en nuestro continente y resulta muy complicado y costoso llevar a cabo programas de recuperación de la flora y de la fauna en regiones en las que se ha llevado hasta tales extremos la explotación de la naturaleza por el hombre. La agricultura intensiva y la caza "deportiva" han llevado a una simplificación tremenda de nuestros ecosistemas, en los que han desaparecido casi todas las especies clave de los mismos. Ese vacío, sin embargo, también ofrece oportunidades a especies que no formaban parte originalmente de esos ecosistemas. Un caso bastante sorprendente es el del ñandú, ave sudamericana muy parecida a la avestruz, que tras escaparse de algún zoológico ha logrado establecer una pequeña población feral de algo más de 200 individuos en las llanuras del norte de Alemania, en el estado de Mecklenburg.


Ñandú común caminando en un cultivo del norte de Alemania

Los conservacionistas alemanes están divididos. Por un lado están los que piensan que al ser una especie exótica, debería ser simple y llanamente aniquilada. Un punto de vista que comparten también algunos agricultores de la zona y, como no, los cazadores. Sin embargo, los estudios llevados a cabo hasta la fecha no han puesto de manifiesto que la presencia de esta especie perjudique ninguna otra especie. Se pensaba que podría competir, en alguna medida, con el corzo o las grullas pero no se ha notado ningún efecto de la presencia del ñandú en sus poblaciones. Además, la dispersión del ñandú en esta región es bastante limitada, con lo que no reúne esta especie las características que permitirían clasificarla como "invasora". De hecho, la presencia del ñandú en esta región ha despertado mucho interés en Alemania y ya son muchas las personas que visitan la región tan solo para verlo. Su presencia podría pues incluso resultar benéfica desde un punto de vista económica. El otro punto a tener en cuenta a la hora de valorar su presencia en esta región es el declive de sus poblaciones naturales, en países en los que no goza de una protección tan efectiva. El ñandú, en efecto, no se puede cazar en Alemania.


Una familia de ñandúes en su hábitat natural (Tavares, Rio Grande do Sul, Brasil) / Ivan Sjögren

El ñandú es una especie omnívora que se alimenta sobre todo de plantas herbáceas cuando es adulta y de insectos en su fase juvenil. Se puede considerar al ñandú una especie pastadora, aunque tan solo se alimente de algunas partes de las plantas que consume. No se observa en ningún caso, tanto en los ecosistemas naturales como en los campos de cultivo, un sobrepastoreo y agotamiento del recurso explotado. Desde ese punto de vista, su presencia no es demasiado problemática, por mucho que algunos agricultores se quejen de que a menudo comen maíz o trigo. Eso sí, la presencia de estas aves no ha llevado ningún agricultor a la quiebra... La coexistencia del ñandú con el hombre en esta región es hasta ahora bastante pacífica, siendo los ocasionales accidentes de coche el principal impacto de su presencia.



La supervivencia del ñandú en esta región se debe a la gran capacidad que tienen los adultos a resistir inviernos difíciles. Desde que esta pequeña población se estableciera en esta región, ya ha tenido que soportar más de un invierno bastante crudo (las temperaturas pueden bajar muy por debajo de los cero grados durante las olas de frío y la nieve cubrir el suelo durante periodos prolongados). Cuando eso ocurre, son los juveniles del año los que se llevan la peor parte. En el invierno 2009-2010, de 82 juveniles tan solo uno sobrevivió al invierno. El invierno es pues el principal factor limitante para la población de ñandúes del norte de Alemania. Algunos animales como los zorros, depredan los huevos de los ñandúes pero el invierno es, con diferencia, su peor enemigo. Está claro que el cambio climático trabaja a favor del ñandú que, de seguir resistiendo en esa región, debería ver aumentar las posibilidades de crecimiento de su población en el futuro. Esta especie podría pues, a no ser que cambie radicalmente la postura de las autoridades alemanas al respecto, convertirse en un elemento más de la fauna europea.


Nido de ñandú en el Pantanal brasileño. Los nidos son a menudo colectivos, colaborando varias hembras de los huevos de todas ellas. / Ondřej Prosický

(1) Korthals, A. & F. Philipp (2010) / The avian species Greater Rhea (Rea americana) in Mecklenburg-Western Pomerania and Schleswig-Holstein (Germany). / 6th NEOBIOTA Conference, Biological Invasions in a Changing World - from Science to Management, 14-17 September 2010 Copenhagen, Denmark (Poster)



Al comparar la fauna europea con la de Oriente Medio o del norte de África, llama mucho la atención la ausencia en Europa de muchas especies y grupos taxonómicos, que solemos considerar poco o nada adaptados al clima europeo. Al hacerlo nos olvidamos generalmente de dos cosas muy importantes. La primera es que muchas especies tienen una plasticidad ecológica mucho más grande de lo que pensamos. La segunda es la de ignorar el pasado. Muchos de esos grupos y especies estuvieron presentes en Europa en un pasado no tan lejano, a veces hasta en fechas muy recientes, siendo el hombre el responsable directo de la desaparición de muchas de esas especies del continente europeo. El ejemplo más llamativo es el de los felinos. Los estudios arqueológicos demuestran que tanto el león como el leopardo sobrevivieron en la Península Ibérica hasta el Holoceno. En los Balcanes, el león aún estaba presente en la Antigüedad y fue precisamente matar al león de Nemea el primero de los doce trabajos de Hércules. Cabe preguntarse cómo habría sido la fauna de nuestro continente sin la intervención humana. Además del león y del leopardo, es probable que muchas otras especies hubiesen conseguido establecerse en Europa, tal como hicieran durante los distintos periodos interglaciares del Cuaternario. Uno de esos grupos hubiese podido ser las gacelas y las antílopes (Antilopinae), presentes hoy en día en todo el norte de África y buena parte de Oriente Medio. O sea, a las puertas del continente europeo. Dudo mucho que las gacelas hubiesen podido ganar a nado la Península Ibérica desde el norte de África (que yo sepa no saben nadar), pero es muy probable que hubiesen podido hacerlo desde Oriente Medio. En cualquier caso, gacelas y antílopes no eran unas desconocidas para las civilizaciones de la antiguedad.




Antílopes en un fresco de Akrotiri (Santorini).

El caso de las gacelas es de lo más interesante. Solemos verlas como especies típicas de las sabanas y de los desiertos africanos pero nos olvidamos al hacerlo que una amplia franja del norte de África pertenece al dominio mediterráneo y tiene mucho parecido con buena parte de la Península Ibérica. Al evocar la fauna de la región mediterránea, a todos nos viene inmediatamente en mente unas cuantas especies emblemáticas como el lince ibérico, el gamo o el águila imperial. Nos olvidamos que especies como el arrui, la gacela de Cuvier o el macaco de Gibraltar son tan propias de los ecosistemas mediterráneos como las que viven en la Península Ibérica. De hecho, algunas de esas especies estuvieron presentes en buena parte del continente europeo en algún momento del Cuaternario. Es el caso, tal como lo explicaba en otro artículo, del macaco de Gibraltar. Tal como demuestran los estudios paleontológicos, las gacelas también estuvieron presentes en la Península Ibérica y en buena parte de la cuenca mediterránea a principios del Cuaternario. Aunque esas gacelas fueron especies diferentes de las actuales, fueron parientes próximos de las especies actualmente presentes en Oriente Medio y en el norte de África. El caso es que aunque las especies actuales nunca llegaron a colonizar el continente europeo, ya sea por la existencia de obstáculos geográficos insalvables o por la intervención del hombre, que ha llevado muchas de ellas a su casi extinción, lo cierto es que se dan en Europa las condiciones idóneas para que algunas de esas especies pudieran instalarse. En el caso de las especies que viven en zonas cubiertas por el bosque mediterráneo (como la gacela de Cuvier), es fácilmente entendible. Otras especies, sin embargo, probablemente lograrían adaptarse en las zonas áridas (semi-desérticas) del SE de la Península. Y teniendo en cuenta que las condiciones climáticas de esa región probablemente se extenderán a otras regiones, podríamos afirmar sin equivocarnos que la Península podría convertirse en un futuro no muy lejano en un paraíso para las gacelas...


Cráneo de Gazella borbonica, Villafranchiense de Saint-Vallier (Pleistocene Mammals of Europe / Bjorn Kurten)

Más allá de la ideonidad de nuestros ecosistemas para algunas especies de gacelas como la gacela de Cuvier (Gazella cuvieri) o la gacela de montaña (Gazella gazella), llama mucho la atención el papel desempeñado por el CSIC en la cría en cautividad de algunas especies de gacelas que, desde hace muchos años, contribuye a reintroducir en su medio natural. La experiencia adquirida desde que se creó el centro de recuperación de fauna de zonas áridas hace unos 40 años (ver vídeo a continuación) podría servir para lograr que se establezca en la Península alguna población salvaje de gacelas. La gacela de Cuvier me parecería la candidata ideal pero lo cierto es que tras ver como se ha tratado al arrui estos últimos años desde asociaciones como SEO y Ecologistas en Acción, dudo mucho que la introducción de las gacelas sea bien visto. Y sin embargo me parece que tiene mucha lógica viéndolo desde la perspectiva del cambio climático. Amenazadas en su área de origen y sometidas a condiciones climáticas cada vez menos favorables, su llegada e instalación en la Península Ibérica me parecería la opción más lógica para lograr asegurar su supervivencia a largo plazo.








Una de las gacelas de Cuvier introducidas por el CSIC en Túnez en una típica zona de vegetación mediterránea


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SOBRE EL AUTOR

Geólogo de formación, nacido en Suiza pero establecido en España desde hace más de 20 años, trabajo actualmente en el sector de la informática (soporte). Eso no me ha impedido mantener vivo mi interés por los temas medioambientales, el cambio climático en particular, cuyas consecuencias intento anticipar buscando respuestas en ese pasado no tan lejano hacia el que parece que estamos empeñados en querer volver.

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