Crónicas de un mundo en mutación


El cambio climático ya es una realidad que promete modificar profundamente nuestros paisajes, nuestra flora y nuestra fauna.
El pasado es una ventana que nos permite intuir cómo será ese futuro que os propongo descubrir.

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Desde hace unos años estoy aprovechando la presencia de un pequeño descampado en mi barrio para llevar a cabo una serie de pequeños experimentos con la intención de comprobar si algunas especies de las que hablo a menudo en este blog (las famosas especies "paleoautóctonas") son capaces de adaptarse a nuestro clima. También he intentado plantar algunas especies comúnmente cultivadas en nuestro litoral para ver si es cierto aquello de que no son capaces de sobrevivir a la dureza de los inviernos de la meseta. Estos experimentos han sido ya objeto de un artículo en este blog (Primer año plantando árboles) y a menudo doy noticias de ello en mi página de Facebook. Una iniciativa que llevo a cabo con el entusiasmo de un principiante (cosa que soy, en realidad, a pesar de mi edad) y de la que espero aprender cosas útiles de cara a la realización de algún proyecto mucho más ambicioso. Siendo todas las especies que planto muy poco frecuentes en España o en el centro de la Península y siendo el lugar escogido un descampado urbano en el que abundan los residuos de todo tipo, no tuve nunca ningún tipo de problema de conciencia a la hora de plantar árboles en él. Hasta este fin de semana, no me había planteado yo que plantar árboles en un descampado pudiese ser algo perjudicial o punible. Pero, tal como demuestra el siguiente comentario, parece que a algunas personas les molesta que alguien se tome la molestia de plantar árboles:

¿Eres consciente de que plantas en el medio natural especies catalogadas como invasoras aloctonas en el Atlas del Ministerio y que lo publicitas, fotografías e incluso documentas? Que puede ser constitutivo de delito Medioambiental? Es una interesante vía a explorar si no cesas en tu empeño de alterar los ecosistemas de forma consciente y voluntaria.




Considerar como "invasora" o "potencial invasora" cualquier especie exótica es un recurso al que recurren a menudo los biólogos que se dedican al estudio de las especies invasoras para disuadirnos de cultivar cualquier especie exótica, aduciendo al muy manido "principio de precaución" que nadie sabría muy bien cómo definir. Esta fotografía muestra el que hasta ahora era el único ahuehuete existente en la ciudad de Madrid. Al menos mientras sobreviva el que he plantado en mi barrio, que de momento tiene muy buena pinta.



Este comentario, una clara amenaza al estilo mafioso, me viene al pelo para hablaros de la sorprendente deriva que parecen haber emprendido muchos conservacionistas hacia posiciones que me parecen hoy en día indefendibles desde un punto de vista meramente científico. Una deriva propiciada, en primer lugar, por el vocabulario que utilizan los adalides de la biología de las invasiones, que tiene muy poco de científico y que propicia peligrosos amalgamas de conceptos. Como probablemente sabréis, la biología de las invasiones nace con la publicación en 1958 del libro de Charles Elton "The Ecology of Invasions by Animals and Plants". Publicado en plena guerra fría, en una década marcada por el estreno de películas como La guerra de los mundos, la utilización de un vocabulario con connotaciones fuertemente negativas para referirse a las especies exóticas en vías de expansión ha marcado toda la historia de esa disciplina, que desde el principio se ha enfocado exclusivamente en estudiar los impactos negativos de esas especies, sin interesarse para nada en el encaje que podían tener esas especies en los procesos naturales y en los ecosistemas en los que irrumpen, en particular en las series de vegetación. Tal como han demostrado varios estudios a los que ya hicimos referencia en otro artículo de este blog (Plantas invasoras de hoy y de ayer), a menudo se califican de "invasoras" especies que simplemente son oportunistas o colonizadoras y que más tarde acabarían siendo sustituidas por especies más exigentes.




El arrui tan solo debe a la presión ejercida por los cazadores el no haber sido completamente exterminado, tras haber sido incluido en la lista nacional de especies exóticas en contra del criterio emitido por los biólogos que han estudiado esta especie y que mejor la conocen.



Si la biología de las invasiones no ha tenido un impacto demasiado importante en la biología como ciencia, sí que ha influenciado en cambio de manera decisiva la ideología del movimiento ecologista. Hasta tal punto que sus postulados tienen hoy en día un peso mucho mayor que el de los propios científicos a la hora de legislar. Ya denuncié en este blog la injusta persecución que se llevó a cabo contra el arrui (El porvenir truncado del arrui), desoyendo la opinión de los especialistas que lo habían estudiado. La biología de las invasiones es, hoy por hoy en España, lo más parecido a una religión y quien se atreve a contradecirlos se expone a ser triturado en las redes sociales. El comentario que he recibido este fin de semana es un buen ejemplo de ello y abundan los ejemplos como el del arrui que demuestran que los prejuicios pueden más que las evidencias. Cuando escuché que existían en Galicia brigadas "deseucaliptizadoras" que se dedicaban a arrancar todos los eucaliptos para restablecer el bosque autóctono, no pude sino lamentar la extraordinaria pérdida de tiempo que supone partir desde cero en una situación como la actual, en la que el tiempo apremia. No les hubiese costado nada organizar antes una pequeña excursión al Souto da Retorta para convencerse de que la presencia de los eucaliptos no está reñida con la recuperación del bosque autóctono (El bosque imposible).




Allá donde algunos ven un terreno "deseucaliptizado" y listo para ser repoblado con especies autóctonas yo veo un terreno desarbolado y expuesto a la erosión. ¿No se hubiesen podido dejar unos cuantos eucaliptos para proteger el suelo y los pequeños plantones de robles? Sin esa protección, es probable que el bosque autóctono tarde mucho más en desrrollarse. Con un enemigo como el cambio climático pisándonos los talones, puede que algún día nos arrepintamos de no haber sido más pragmáticos y menos puristas... / Fotografía: La Voz de Galicia



El conservacionismo mal entendido y llevado hasta sus últimas consecuencias nos impide hoy reaccionar con rapidez ante un fenómeno como el cambio climático. La última expresión de ese conservacionismo, la "biología de las invasiones", se ha impuesto en nuestro país y en buena parte de nuestras sociedades como una especie de verdad monolítica que muy pocas personas osan cuestionar abiertamente. Los que se han arriesgado a hacerlo, como David Theorodopoulos hace ya casi 17 años, recibieron palos por todos lados. Ese biólogo norteamericano, sin embargo, no hacía otra cosa que decir que era ridículo diferenciar entre especies indígenas y exóticas y dedicarse a perseguir las supuestas especies invasoras. Para ilustrarlo, ese autor a menudo da como ejemplo en sus conferencias los numerosos y sorprendentes cambios observados en las faunas en los últimos milenios. Uno de esos ejemplos es el caballo, nacido en Norteamérica y desaparecido de ese continente hace apenas 7'000 años. Hoy en día es considerado una especie invasora en Norteamérica. El mismo razonamiento aplica a otras muchas especies muy controvertidas, como el ailanto por ejemplo, que tuvo una distribución holártica en el Terciario, antes de ser eliminada de buena parte de su área por las glaciaciones cuaternarias. Los conservacionistas le machacaron acusándole, entre otras cosas, de dar ejemplos muy generales que no venían a cuento. El cambio climático, sin embargo, le está dando toda la razón y demostrando que esa visión cortoplacista y fixista que rige nuestras políticas medioambientales no tiene ningún futuro. ¿De qué nos sirve plantar pinsapos exclusivamente en su reducidísima área de ditribución actual corriendo esta especie el peligro de desaparecer por completo de esa área?




¿Aceptarán algún día los ecologistas la idea de que para salvar a una especie como el pinsapo es necesario plantarlo ya en otras sierras mucho más al norte? / Fotografía: Vista del pinsapar desde el Jardín BotánicoTorre del Vinagre, en la Sierra de Grazalema / Autor: Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio



Los que se dedican a establecer listas de especies exóticas y a decidir si son o no especies invasoras han perdido de vista la escala de los cambios a los que nos enfrentamos. Si ya de por sí resulta ridículo considerar exóticas algunas especies en base a fronteras y límites establecidos por el hombre, hacerlo en un mundo en el que los movimientos de especies y de ecosistemas prometen alcanzar una escala mucho mayor que la de los propios territorios estudiados por esos biólogos, da una idea de lo fútil que resulta tal esfuerzo. Creo que no es inútil recordar de nuevo que el cambio climático no es una realidad futura. Ayer estuve viendo el programa "El Objetivo" en la Sexta y me llamó mucho la atención un mensaje sobreimpreso que decía que de aquí a finales de siglo se esperaba en España una subida de la temperatura de unos 3 grados desde los tiempos preindustriales. Error garrafal que deja entender que el cambio climático es cosa del futuro. La realidad es que la temperatura media en España ya ha subido 3 grados desde los tiempos preindustriales (E pur si riscalda) y que los 3 grados a los que se refieren son en realidad 3 grados adicionales que vienen a sumarse a los 3 que ya han subido. O sea, que a finales de siglo la temperatura media en muchas regiones habrá subido como mínimo 6 grados desde los tiempos preindustriales. Eso es enorme y equivale, grosso modo, a una subida de los pisos de vegetación de casi 1000 metros.



Ramilla de un jóven ejemplar de Torreya taxifolia plantado en Waynesville, Carolina del Norte (EE.UU.), fuera de su área de repartición "natural", en la que la especie se está poco a poco extinguiendo. Gracias a los esfurzos de los Torrey Guardians, la especie se está expandiendo más al norte, hacia zonas que le son mucho más favorables. / Fotografía: Connie Barlow



El cambio climático claramente no entraba en los planes de los biólogos que estudiaban las invasiones biológicas cuando desarrollaron los fundamentos teóricos de su "ciencia". El cambio climático hace hoy tambalearse todas las “verdades” de los conservacionistas, que se ven obligados a incurrir en contradicciones cada vez más insostenibles con tal de no admitir que los ecosistemas que intentan preservar van a sufrir cambios muy importantes. Se da pues la paradoja de que muchos ecologistas se están convirtiendo en negacionistas del cambio climático por no estar dispuestos a aceptar todo lo que implica. Muchos conservacionistas, sin embargo, son conscientes de la realidad del cambio climático y afirman, en un intento de reconciliar sus ideas con una realidad innegable, que nuestros ecosistemas son resilientes y serán perfectamente capaces de "encajar" los efectos del cambio climático. Su argumento principal es que ya lo hicieron en el pasado y que lo seguirán haciendo en el futuro, sin caer en la cuenta de que las condiciones hacia las que vamos son absolutamente inéditas (Rumbo al Plioceno). Por mucho que hablemos de cambio climático en los medios de comunicación, me temo que mientras no seamos capaces de convencer los ecologistas de que van a tener que aceptar las consecuencias del cambio climático y salir de esa especie de negacionismo verde en el que muchos incurren, no lograremos avanzar y empezar a tomar medidas realmente útiles de cara al futuro. El cambio climático, claramente, está rehabilitando la idea de David Theorodopoulos de que la biología de las invasiones es una pseudociencia cuyos fundamentos teóricos no aguantan los embistes de la realidad.


Flores del molle (Schinus areira), Moncofa, Castellón.



Haciendo un pequeño repaso mental de las regiones de origen de las principales especies ornamentales adaptadas a la sequía que se cultivan en nuestro país, nos podemos encontrar, grosso modo, con dos tipos de plantas. En primer lugar, claro está, nos encontramos con las especies procedentes de otras regiones de clima mediterráneo, en las que tanto las temperaturas como la repartición de las precipitaciones son bastante similares a las nuestras. Se trata, fundamentalmente, de especies procedentes del E de la cuenca mediterránea y de algunas especies provenientes de regiones como California, Sudáfrica, Chile y el S de Australia. En segundo lugar nos encontramos con especies originarias de zonas subtropicales que han demostrado ser capaces de adaptarse en mayor o menor medida al clima mediterráneo. Se trata de especies provenientes de regiones sometidas a periodos de sequía más o menos prolongados y con una tolerancia al frío que les permiten aguantar los inviernos de la región mediterránea. El braquiquito, que presentamos en el primer artículo de esta serie es un buen ejemplo de tales especies. No son tantas las regiones que reúnen tales condiciones. Una de ellas se encuentra en Sudamérica, en las estribaciones orientales de los Andes, en una eco-región que se ha denominado los "valles secos interandinos". En esta región, las precipitaciones son irregulares y las temperaturas relativamente constantes aunque relativamente frescas según la altitud. De esta región provienen tres especies con una importantísima presencia en las calles y jardines de muchas ciudades del litoral mediterráneo: la tipa (Tipuana tipu), el tarco (Jacaranda mimosifolia) y el molle (Schinus areira), especie a la que hoy dedicamos este artículo. Utilizo a conciencia, sea dicho de paso, el nombre vernacular que tienen estas especies en su lugar de origen.




Hojas y frutos, Avenida Diagonal, Barcelona.



El molle (Schinus areira) es un pequeño árbol que se utiliza con fines ornamentales en casi todas las regiones templadas del planeta y que se ha naturalizado más o menos extensamente, llegando a ser muy común en algunas de ellas. Tanto es así que se le llama a menudo California pepper tree en Estados Unidos, asumiendo prácticamente que se trata de una especie indígena. Lo cierto es que su expansión por todo el imperio español intervino al poco tiempo de descubrirse esta especie, cuyos múltiples usos propiciaron su cultivo y difusión. Se trata en realidad de una especie propia de los bosques secos intermontanos bolivianos y de las punas secas y húmedas de los Andes centrales de Argentina, Bolivia y Perú. Ese nombre popular americano nos permite de paso hacer referencia a uno de los usos más extendidos de esta especie, que en español a menudo se llama "falso pimentero", debido al uso que se hace de sus frutos, que se utilizan como sucedáneo de la pimienta debido al gusto picante que les da la resina que contienen (pimienta rosa).




Hoja del molle (Schinus areira), Moncofa, Castellón.



Llegados a este punto, a muchos lectores les parecerá extraño que llame "molle" a una especie cuyo nombre científico es Schinus areira sin hacer referencia al nombre Schinus molle, que pudiera eventualmente resultarles más familiar. Schinus molle es en realidad un nombre que se ha venido aplicando a dos poblaciones distintas de falsos pimenteros, que muchos botánicos, entre ellos el que describió la especie, no quisieron considerar especies diferentes. Como mucho reconocieron la existencia de dos variedades. Sin embargo, para los botánicos argentinos que estudiaron ambas poblaciones, las diferencias morfológicas entre ambas poblaciones unidas a la separación geográfica no dejaba lugar a dudas: se trataba de dos especies diferentes (4). Este punto de vista ha sido ahora definitivamente refrendado por los estudios filogenéticos más recientes (1), que han mostardo que ambas poblaciones, aunque emparentadas una con otra, forman dos clados claramente separados. Se muestran en la tabla a continuación las diferencias morfoloógicas más importantes entre ambas especies.


Especie Schinus molle Schinus areira
Distribución Mata atlántica, bosques húmedos de Araucarias y pampas en el S de Brasil, Uruguay, NE de Argentina, NE y S de Paraguay. Valles interandinos y punas de Perú, Bolivia y Argentina
Nº de folíolos de las hojas adultas 3-8 pares 15-22 pares
Disposición de los folíolos Estrictamente opuestos En mayor parte alternos
Tamaño de los folíolos 40-82 x 5-21 mm 22-57 x 3-3,5 mm
Ápice de los folíolos
Largamente atenuado y niucronado, con un mucrón curvo

Más o menos redondeado y acuminado
Longitud del raquis 52-144 mm 112-241 mm
Largo raquis/largo peciolo 1,2-2,5 2,5-8


El nombre científico de las dos especies que anteriormente se agrupaban bajo el nombre Schinus molle es, sin embargo, poco afortunado. El nombre específico molle es en realidad el nombre común que tiene en la región andina Schinus areira, pero se utiliza ahora exclusivamente para referirse a la especie del NE de Argentina y S de Brasil. Una confusión propiciada por las reglas nomenclaturales en vigor que ciertamente no ayudará los profanos a aclarar sus ideas.




El molle (Schinus areira) es un activo colonizador de las antiguas tierras de labranza dejadas al abandono y pobladas de densos herbazales. Moncofa, Castellón.



La introducción del molle en la Península Ibérica es probablemente muy antigua. Según Daniel Guillot, que escribió en 2006 una breve nota biográfica de Esteban y Claudio Boutelou (3), la introducción de esta especie habría sido obra de Pablo Boutelou alrededor de 1780. Sin embargo, sabiendo que esta especie se introdujo en México en fechas muy tempranas (2), ya en el siglo XVI, no se puede descartar que su introducción en nuestro país haya sido bastante anterior a esa fecha (la especie fue introducida en México a mediados del siglo XVI por Antonio de Mendoza y Pacheco, primer virrey de Nueva España, quien tras su traslado al virreinato del Perú lo envió al Valle de México para fines ornamentales). Hoy en día, se trata de una especie muy común en nuestro país, cultivada en todas las regiones cálidas de la Península y subespontánea en buena parte de las provincias del litoral mediterráneo. Lo mismo ocurre, sea dicho de paso, en Canarias. Aunque es posible que también se cultive Schinus molle en nuestro país, lo cierto es que la inmensa mayoría de los ejemplares que se pueden observar en nuestro país corresponde a Schinus areira, tanto por razones históricas que ya hemos comentado anteriormente (su difusión se hizo desde Perú) que por razones ecológicas, siendo S. molle una especie más exigente proveniente de los bosques húmedos de Araucarias, de la Mata Atlantica y de zonas de pampa.


SchinusFamilia: AnacardiaceaeOrden: Sapindales

Árboles o arbustos, dioicos, resinosos. Tallos inermes –rara vez espinosos en taxones extraibéricos–, con lenticelas poco aparentes, pelosos o glabros. Hojas persistentes o caducas –en taxones extraibéricos–, alternas, compuestas, imparipinnadas, rara vez paripinnadas –además, en especies extraibéricas, simples–, pinnatinervias, sésiles o pecioladas, coriáceas, subcoriáceas o membranáceas, glabras o pelosas; pecíolo y raquis –cuando existen– frecuentemente alados; folíolos opuestos o alternos, sésiles o subsésiles, enteros, subenteros, crenulados, dentados o serrados, planos o revolutos. Inflorescencia ± densa, axilar y/o terminal, de ordinario espiciforme, racemiforme, paniculiforme o tirsiforme, pedunculada, glabra o pelosa; brácteas lineares, glabras o pelosas, caedizas o persistentes; bractéolas 2, diminutas, caedizas; pedicelos articulados, glabros o pelosos –a veces muy cortos, casi inexistentes–. Flores generalmente unisexuales; disco nectarífero intrastaminal, con 8-10 lóbulos, pateliforme en las flores masculinas y disciforme en las femeninas. Sépalos (4)5, más cortos que los pétalos, imbricados, ovado-lanceolados, glabros o pelosos, persistentes. Pétalos (4)5, imbricados, de lanceolados a obovados, ± patentes, glabros o subglabros, caedizos. Estambres 8-10, libres, en 2 verticilos –los alternipétalos más largos que los opositipétalos; transformados en pequeños estaminodios en las flores femeninas–; filamentos insertos por debajo y entre los lóbulos del disco; anteras grandes. Ovario súpero, unilocular –transformado en pistilodio rudimentario em las flores femeninas–; carpelos 3, soldados; estilos (1-)3, cortos, apicales, en su caso soldados solo en la base, persistentes; estigmas 3, muy cortos, capitados; rudimento seminal 1, de placentación apical a lateral. Fruto drupáceo (nuculanio), globoso, no comprimido lateralmente, de exocarpo de ordinario glabro –a veces densamente peloso–, rosado, ± rojizo o purpúreo, y endocarpo óseo; pedicelo largo, delgado.

Schinus areira

Ár­bol has­ta de 15(25) m, de co­pa re­don­dea­da; corte­za agrie­ta­da, ± ás­pe­ra, esca­mo­sa, de un par­do obscu­ro, a ve­ces grisácea o ro­ji­za. Tallos delga­dos, colgan­tes. Ho­jas 10-20 cm, pa­ri o impa­ri­pinna­das; folío­los 11-47, de 15-60 × 3-10 m­m, o­pues­tos, sési­les, li­near-lan­ceo­la­dos, a­gu­dos, con el ex­tre­mo curva­do, en­te­ros o le­ve­men­te a­serra­dos, glabros –pe­lo­sos, cuan­do jóve­nes–; raquis y pecío­lo no a­la­dos. Inflo­rescen­cia 10-20 cm, que na­ce ha­cia el ex­tre­mo de las ra­mas, colgan­te, muy ra­mi­fi­ca­da, la­xa; pe­di­ce­los cortos, delga­dos. Flo­res de (2)3-5 m­m de diámetro –las mascu­li­nas ge­ne­ral­men­te de ma­yor ta­maño–, de un a­ma­rillo blanque­ci­no o a­ma­rillo ver­do­so. Sépa­los 5, has­ta de 0,5 m­m, con fre­cuen­cia de margen ci­lia­do. Péta­los 5, de 1,3-2,8 × 0,5-1,6 m­m, de lan­ceo­la­dos a o­bo­va­dos, ± obtu­sos. Es­tam­bres 10; an­te­ras pequeñas, subglo­bo­sas. Ova­rio glo­bo­so u o­voi­de. Fru­to 6-8 m­m de diámetro, ± se­co, de e­xo­carpo delga­do, glabro, de co­lor ro­sa o ro­jo, brillan­te, que se des­pren­de con fa­ci­li­dad u­na vez se­co. Se­milla 3-5 m­m de diámetro, glo­bo­sa. 2n = 28*, 30*.

Descripción: Flora Iberica




Parece evidente, viendo la facilidad con la que se adapta al clima mediterráneo y se propaga que esta especie está llamada a desempeñar un papel importante en los ecosistemas que puedan formarse en muchas regiones de nuestro país. Difícilmente se la puede acusar, sea dicho de paso, de ocupar por ahora el lugar de ninguna especie autóctona, desaparecidas hace tiempo de las zonas colonizadas por el molle y cuyo regreso no se espera ni a corto ni a largo plazo. Más teniendo en cuenta que la subida actual de las temperaturas favorece claramente la instalación y el desarrollo de especies subtropicales como ésta.



(1) Da Silva Luz C.L. et al. (2019) / Phylogeny of Schinus L. (Anacardiaceae) with a new infrageneric classification and insights into evolution of spinescence and floral traits / Molecular Phylogenetics and Evolution, Vol. 133, pp. 302–351
(2) Ramírez Albores J.E., Avendaño González M. y Badano E. (2015) / El pirul, el árbol que vino del sur. / CONABIO. Biodiversitas, Vol. 117, pp. 6-11.
(3) Guillot Ortiz D. (2006) / Breve nota biográfica de Esteban y Claudio Boutelou / Bouteloua, Vol. 1, pp. 4-5
(4) Martínez-Crovetto, R., 1963. Estudio taxonômico-biométrico de Schinus molle y Schinus areira, Anacardiaceae. Bonplandia 1 (3), 225–244.



Con esta entrada inicio hoy una nueva serie de artículos que probablemente no vayan a hacer mucha gracia a algunos conservacionistas. La idea de partida de esta serie es una simple constatación: algunas especies exóticas no solamente son capaces de sobrevivir en nuestro país, cultivadas en parques y jardines, sino que también son capaces de naturalizarse y de adaptarse a nuestro clima. Esas especies, queramos o no, ya forman parte de nuestra realidad y su naturalización es, muchas veces, síntoma de que muchas cosas han cambiado o están cambiando en nuestro entorno. Desde ese punto de vista, estas especies son de algún modo una respuesta de la naturaleza a esos cambios que hemos inducido en el medio ambiente. Vistas por algunos como una amenaza, también pueden ser vistas como una solución de cara a la adaptación de nuestros ecosistemas al cambio climático. Vale pues la pena, como mínimo, aprender a conocer estas especies que mañana podrían desempeñar un papel muy relevante en nuestro medio ambiente.





No volveremos a tratar, en esta serie, de aquellas especies ya evocadas en la serie de las paleoautóctonas, en la que ya hablamos a consciencia de especies como el ailanto, por ejemplo. Para empezar esta serie, me ha parecido interesante hablaros de una especie de árbol que he aprendido a conocer y a valorar mucho estos últimos años al intentar su cultivo en una región que, a priori, no era la más favorable para ella. Quienes siguen la página de Facebook asociada a este blog sabrán que estoy hablando del braquiquito (Brachychiton populneus), una especie australiana hoy cultivada con bastante frecuencia en todas las ciudades del litoral mediterráneo y de Andalucía que he intentado plantar en un pequeño descampado del barrio de Madrid en el que vivo desoyendo los consejos dados por muchas personas.


10 de agosto de 2018: esto es lo que quedaba del braquiquito tras ser devorado 2 veces por los conejos, cortado por los subcontratas del ayuntamiento y haber sufrido los efectos de un pequeño incendio. Básicamente nada, tan solo un pequeño muñón que apenas emergía de tierra. 15 de septiembre de 2019: 13 meses más tarde, el pequeño brote que surgió con las primeras lluvias de agosto del 2018 ha crecido de manera espectacular hasta alcanzar casi 1,60 m de altura.



No se suele, en efecto, recomendar el cultivo del braquiquito en el centro de la Península pero lo cierto es que esta especie no es tan friolera como pudiese parecer. Según las fuentes que he podido consultar, es sobre todo sensible a las heladas cuando es muy joven pero aguanta luego fuertes heladas una vez bien establecida. De hecho, es la existencia de dos ejemplares, uno en el Real Jardín Botánico de Madrid y otro en los jardines del colegio Tajamar de Madrid (muy cerca de mi barrio) lo que acabó convenciéndome de que este árbol es perfectamente capaz de desarrollarse en el centro de la Península. De hecho, mi propia experiencia me ha demostrado que este árbol es un superviviente nato. Tras plantar un arbolito de apenas un año en un descampado de mi barrio, éste fue devorado dos veces por los conejos, segado por los subcontratas del ayuntamiento y sufrió finalmente los efectos de un incendio. A pesar de todo, cuando cayeron las primeras lluvias del otoño volvió a brotar a partir de su raíz y este año, bien protegido de la diente de los conejos, ha crecido más de metro y medio.




Mapa de distribución del braquiquito (Brachychiton populneus) en Australia. Tan solo las poblaciones del oeste de Australia son naturales.



El braquiquito es un árbol originario de Australia muy resistente a la sequía, gracias a que es capaz de acumular agua en su tronco, cuya base engrosada también le vale el nombre de árbol botella, que comparte con otras especies del mismo género en los que ese carácter es mucho más pronunciado. Sus raíces, por otra parte, son muy profundas y le permiten ir a buscar agua en niveles que otras especies no alcanzan. Un agua que remonta a la superficie y que contribuye a hidratar tanto el árbol como el suelo. Los jóvenes ejemplares poseen una raíz tuberosa que desempeña el mismo papel y que, tal como ocurrió en el descampado de mi barrio, les permite rebrotar de cepa tras un incendio. Es interesante notar que esa raíz es comestible y era consumida por los aborígenes autralianos. Se trata, sea dicho de paso, de una especie muy palatable para los herbívoros, sirviendo sus hojas de forraje en Australia en los períodos de sequía. Eso explica que los conejos no dejasen ni rastro de los varios ejemplares que planté en el descampado junto al que milagrosamente sobrevivió y logró desarrollarse tras ser protegido.




Raíz tuberosa (aún incipiente) de un jovencísimo braquiquito.



Con tales características, no es de extrañar que esta especie haya logrado naturalizarse en algunos puntos de la Península. De momento tan solo hay mención de ello en Extremadura (1), donde se han observado varios ejemplares en los márgenes de las canalizaciones del Canal de Montijo, en Torremayor (Badajoz). Me han comentado, sin embargo, que esta especie también se ha naturalizado a lo largo del cauce del torrente de Sant Joan, en Vilanova i la Geltrú (Barcelona). De cara al futuro, y viendo cual es su actual distribución en Australia, parece más que evidente que esta especie podría verse favorecida por una subida de las temperaturas tal como la que se prevé de aquí a finales de siglo. Si a eso le unimos su gran resistencia a la sequía y al fuego, es de suponer que la expansión de esta especie en la Península Ibérica tan solo está en ciernes.





Su capacidad de dispersión, sin embargo, se ve limitada por ahora por la ausencia de especies autóctonas capaces de dispersar sus semillas. A no ser, claro está, que alguna especie acabe descubriendo que sus semillas son comestibles (también lo son, sea dicho de paso, para los humanos) y añada las semillas del braquiquito a su dieta. No parece pues que a corto o mediano plazo esta especie se convierta en una peligrosa especie invasora. Tal como lo hemos comentado anteriormente, esta especie podría incluso pasar a ser consumida por los herbívoros autóctonos, con lo que parece incluso que su presencia podría tener efectos positivos.


BrachychitonFamilia: MalvaceaeOrden: Malvales

Árboles con hojas enteras o palmatilobadas. Inflorescencia axilar o terminal, en racimo simple o en panícula. Flores actinomorfas, unisexuales o hermafroditas o de los dos tipos en el mismo pie. Cáliz 5-lobado, con lóbulos generalmente patentes. Pétalos ausentes. Estambres 10-15. Carpelos 5, soldados, libres en la madurez; ovario 5-locular; estigma peltado, radiado o lobado. Eterio de folículos pediculados, leñoso. Semillas numerosas, biseriadas, envueltas en un espeso endocarpo faveoloide.

Brachychiton populneus

Ár­bol pe­renni­fo­lio o se­mi­pe­renni­fo­lio, de 6-20 m de al­tu­ra. Ho­jas de co­lor ver­de brillan­te en el haz, más cla­ras y glau­cescen­tes en el envés, con un pecío­lo pulvi­ni­forme de 2-6 cm; lim­bo muy va­riable, de en­te­ro a 3-5 lo­ba­do, o­va­do a o­va­do-lan­ceo­la­do, elípti­co, 5-10 x 2-6 cm, cu­mi­na­do o cus­pi­da­do, glabro. Es­típu­las cae­di­zas, es­trecha­men­te triangu­la­res, a­cu­mi­na­das, 4-7 × 0,7-1,2 m­m. La inflo­rescen­cia, a­xi­lar, es u­na panícu­la pén­du­la compues­ta por 10-60 flo­res. Brác­teas cae­di­zas, o­va­do-lan­ceo­la­das, de 2-4 m­m de longi­tud. Flo­res u­ni­se­xua­les, vis­to­sas; pe­di­ce­lo 2-8 m­m, arti­cu­la­do. Cáliz campa­ni­forme, 1-2 cm, lo­ba­do has­ta la mi­tad, de co­lor cre­ma o ver­do­so en el ex­te­rior y teñi­do de ro­jo o púrpu­ra en el in­te­rior. Co­lumna es­ta­mi­nal ca. 5 m­m, di­la­ta­da en la ba­se, glabra. Ova­rio li­ge­ra­men­te to­men­to­so. Fru­to en folícu­lo, sobre un pedícu­lo de 2-3 cm, marrón, elípti­co, compri­mi­do la­te­ral­men­te, 4-6 x 1.5-2.5 cm, glabro, a­gu­do. Se­millas re­don­dea­das, 3-4 m­m de diámetro, de co­lor a­ma­rillo, re­cu­biertas por pe­los es­trella­dos largos y rígi­dos.

Descripción:  Flora of Pakistan




Para acabar esta entrada, tan solo quisiera señalar a las personas interesadas por su cultivo que su propagación por semilla es de lo más fácil y que se trata de un árbol muy fácil de cultivar y de transplantar. Para favorecer su crecimiento en sus primeros años, le he dado unos cuantos riegos de apoyo durante el verano pero me imagino que pronto será totalmente innecesario. No dudéis en compartir aquí vuestras experiencias con esta especie que me parece podría tener un gran futuro en nuestro país a poco que dejemos sus incipientes poblaciones asentarse definitivamente. Es esa, sin embargo, una decisión en la que entran en juego consideraciones éticas que yo resumiría en una pregunta muy sencilla: ¿ debemos aceptar que nuevas especies se instalen en nuestro territorio en respuesta al cambio climático ? Personalmente tengo claro que las especies actualmente presentes no podrán aguantar indefinidamente los cambios medio ambientales provocados por la subida constante de las temperaturas. Permitir que estas especies se asienten en nuestro territorio equivale un poco, creo yo, a guardar un as en la manga por lo que pueda ocurrir en el futuro. Un futuro del que pocos climatólogos dudan, sea dicho de paso...



(1) Vázquez Pardo F. M. et al. (2016) / Aportaciones a la Xenoflora de Extremadura / Folia Botanica Extremadurensis, Vol. 10, pp. 137-15



Muchas familias presentes hoy en día en la flora europea están únicamente representadas en Europa por especies herbáceas o, a veces, subarbustivas que son en realidad muy poco representativas de la diversidad de esas familias a nivel mundial. Llama mucho la atención, por ejemplo, que en una familia como la de las violetas, representada en nuestro continente por el único género Viola, muchos géneros tropicales sean arbustos, lianas o árboles. Lo mismo cabría decir de la familia de las Rubiáceas inmensa familia (ca. 13150 especies) con una mayoría de géneros y de especies en las regiones tropicales y a la que pertenece el género que examinamos aquí hoy con más detenimiento. Una familia de la que todos conocemos, sea dicho paso, al menos un género: Coffea, los cafetos, cuyas semillas se utilizan para producir el café.




Inflorescencia de Cephalanthus occidentalis / Fotografía: Rufino Cacho / Licencia: Creative Commons Attribution ShareAlike 2.5



El género Cephalanthus, originario de las zonas tropicales y templadas de América, África y Asia, está integrado por 6 especies de arbustos y de pequeños árboles. A nadie le sorprenderá, viendo su actual área de distribución, que ese género haya estado presente también en Europa antes de las glaciaciones. Son bastante escasos, sin embargo, los indicios de su presencia, el género habiendo sido identificado fundamentalmente gracias a sus frutos (mericarpos), única parte de la planta que se preserva. Todos los restos fósiles encontrados se han adscrito a la especie fósil Cephalanthus pusillus, presente en Europa en el Mioceno y el Plioceno. De este último período datan los depósitos fósiles del norte de Italia y de Rumanía que se han reportado en el mapa. Es interesante notar, sin embargo, que aunque el género esté hoy en día ausente del continente europeo, los restos fósiles más antiguos adscritos a ese género se han encontrado, precisamente, en Europa (2).




Todas las especies actuales de este género son especies que suelen crecer en zonas frescas, en la orilla de los ríos o en zonas pantanosas, lo que se corresponde bastante bien con el tipo de depósitos en los que se han encontrado sus restos. De estas especies, la más conocida es sin lugar a dudas el cefalanto o “aroma de laguna”, como se le llama en Cuba (Cephalanthus occidentalis), que se cultiva ocasionalmente como ornamental y cuyo cultivo en España se remonta ya a bastante tiempo, puesto que ya figuraba en el catálogo de los árboles y arbustos del Jardín del Príncipe de Aranjuez establecido por Antonio Ponz en 1756 (1).




CephalanthusFamilia: RubiaceaeOrden: Gentianales

Arbustos o árboles inermes; yemas cónicas. Rafidios ausentes. Hojas verticiladas u opuestas, dísticas, generalmente con domacios; estípulas persistentes o a veces caducas, interpeciolares, triangulares, en el ápice a veces con una glándula negra. Inflorescencias terminales y a veces en las axilas de las hojas superiores, capitadas con varias cebezuelas globosas, multifloras, pedunculadas, bracteadas; brácteas claviformes a claviformes-espatuladas. Flores sésiles, hermafroditas, monomorfas. Cáliz de limbo 4(5)-lobulado. Corola de color blanco a crema, de hipocraterimorfa a infundibuliforme, variablemente pubescente en el interior; lóbulos 4, imbricados (y quincunciales) en la yema floral. Estambres 4, insertos en la garganta de la corola, parcialmente exertos; filamentos cortos; anteras dorsifijas, bífidas en la base. Ovario 2-locular, óvulos 1 en cada lóculo, apical y péndulo, anátropo; estigma clavado a capitado, exerto. Cabezuelas globosas en la fructificación. Fruto en esquizocarpo, obcónico a turbinado, seco, con la extremidad del cáliz persistente; mericarpos 2, indehiscentes, con 1 semilla, obcónicos, papiráceos y rígidos; semillas medianas, elipsoidales oblongas, con arilo blanco esponjoso.

Descripción:  Flora of China




La especie norteamericana (Cephalanthus occidentalis), no difiere mucho de C. tetrandrus originaria de China, que antiguamente se consideraba como la misma especie. Se trata de un arbusto muy valorado en Norteamérica como planta ornamental para zonas húmedas, tanto por la belleza de sus hojas, lustrosas, como por sus llamativas inflorescencias cuyas olorosas flores atraen a las mariposas. Personalmente nunca he tenido la ocasión de observarla o, al menos, no he sido consciente de ello. No me extrañaría que esté presente en el Real Jardín Botánico de Madrid pero lo cierto es que no he encontrado menciones de ello en la web del jardín botánico o en internet. Si alguien tiene alguna experiencia en cultivarla, que no dude en dejar su testimonio en los comentarios...



(1) Viage de España, en que se da noticia de las cosas más apreciables, y dignas de saberse, que hay en ella / Antonio Ponz / Madrid, 1778 (tercera edición corregida y aumentada)
(2) Mai DH, Walther H (1985) The Upper Eocene floras of the Weisselster basin and adjacent areas. (in German) Abh Staat Mus Miner Geol Dresden 33:1–260.



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SOBRE EL AUTOR

Geólogo de formación, nacido en Suiza pero establecido en España desde hace más de 20 años, trabajo actualmente en el sector de la informática (soporte). Eso no me ha impedido mantener vivo mi interés por los temas medioambientales, el cambio climático en particular, cuyas consecuencias intento anticipar buscando respuestas en ese pasado no tan lejano hacia el que parece que estamos empeñados en querer volver.

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