Negacionismo verde

Desde hace unos años estoy aprovechando la presencia de un pequeño descampado en mi barrio para llevar a cabo una serie de pequeños experimentos con la intención de comprobar si algunas especies de las que hablo a menudo en este blog (las famosas especies "paleoautóctonas") son capaces de adaptarse a nuestro clima. También he intentado plantar algunas especies comúnmente cultivadas en nuestro litoral para ver si es cierto aquello de que no son capaces de sobrevivir a la dureza de los inviernos de la meseta. Estos experimentos han sido ya objeto de un artículo en este blog (Primer año plantando árboles) y a menudo doy noticias de ello en mi página de Facebook. Una iniciativa que llevo a cabo con el entusiasmo de un principiante (cosa que soy, en realidad, a pesar de mi edad) y de la que espero aprender cosas útiles de cara a la realización de algún proyecto mucho más ambicioso. Siendo todas las especies que planto muy poco frecuentes en España o en el centro de la Península y siendo el lugar escogido un descampado urbano en el que abundan los residuos de todo tipo, no tuve nunca ningún tipo de problema de conciencia a la hora de plantar árboles en él. Hasta este fin de semana, no me había planteado yo que plantar árboles en un descampado pudiese ser algo perjudicial o punible. Pero, tal como demuestra el siguiente comentario, parece que a algunas personas les molesta que alguien se tome la molestia de plantar árboles:

¿Eres consciente de que plantas en el medio natural especies catalogadas como invasoras aloctonas en el Atlas del Ministerio y que lo publicitas, fotografías e incluso documentas? Que puede ser constitutivo de delito Medioambiental? Es una interesante vía a explorar si no cesas en tu empeño de alterar los ecosistemas de forma consciente y voluntaria.




Considerar como "invasora" o "potencial invasora" cualquier especie exótica es un recurso al que recurren a menudo los biólogos que se dedican al estudio de las especies invasoras para disuadirnos de cultivar cualquier especie exótica, aduciendo al muy manido "principio de precaución" que nadie sabría muy bien cómo definir. Esta fotografía muestra el que hasta ahora era el único ahuehuete existente en la ciudad de Madrid. Al menos mientras sobreviva el que he plantado en mi barrio, que de momento tiene muy buena pinta.



Este comentario, una clara amenaza al estilo mafioso, me viene al pelo para hablaros de la sorprendente deriva que parecen haber emprendido muchos conservacionistas hacia posiciones que me parecen hoy en día indefendibles desde un punto de vista meramente científico. Una deriva propiciada, en primer lugar, por el vocabulario que utilizan los adalides de la biología de las invasiones, que tiene muy poco de científico y que propicia peligrosos amalgamas de conceptos. Como probablemente sabréis, la biología de las invasiones nace con la publicación en 1958 del libro de Charles Elton "The Ecology of Invasions by Animals and Plants". Publicado en plena guerra fría, en una década marcada por el estreno de películas como La guerra de los mundos, la utilización de un vocabulario con connotaciones fuertemente negativas para referirse a las especies exóticas en vías de expansión ha marcado toda la historia de esa disciplina, que desde el principio se ha enfocado exclusivamente en estudiar los impactos negativos de esas especies, sin interesarse para nada en el encaje que podían tener esas especies en los procesos naturales y en los ecosistemas en los que irrumpen, en particular en las series de vegetación. Tal como han demostrado varios estudios a los que ya hicimos referencia en otro artículo de este blog (Plantas invasoras de hoy y de ayer), a menudo se califican de "invasoras" especies que simplemente son oportunistas o colonizadoras y que más tarde acabarían siendo sustituidas por especies más exigentes.




El arrui tan solo debe a la presión ejercida por los cazadores el no haber sido completamente exterminado, tras haber sido incluido en la lista nacional de especies exóticas en contra del criterio emitido por los biólogos que han estudiado esta especie y que mejor la conocen.



Si la biología de las invasiones no ha tenido un impacto demasiado importante en la biología como ciencia, sí que ha influenciado en cambio de manera decisiva la ideología del movimiento ecologista. Hasta tal punto que sus postulados tienen hoy en día un peso mucho mayor que el de los propios científicos a la hora de legislar. Ya denuncié en este blog la injusta persecución que se llevó a cabo contra el arrui (El porvenir truncado del arrui), desoyendo la opinión de los especialistas que lo habían estudiado. La biología de las invasiones es, hoy por hoy en España, lo más parecido a una religión y quien se atreve a contradecirlos se expone a ser triturado en las redes sociales. El comentario que he recibido este fin de semana es un buen ejemplo de ello y abundan los ejemplos como el del arrui que demuestran que los prejuicios pueden más que las evidencias. Cuando escuché que existían en Galicia brigadas "deseucaliptizadoras" que se dedicaban a arrancar todos los eucaliptos para restablecer el bosque autóctono, no pude sino lamentar la extraordinaria pérdida de tiempo que supone partir desde cero en una situación como la actual, en la que el tiempo apremia. No les hubiese costado nada organizar antes una pequeña excursión al Souto da Retorta para convencerse de que la presencia de los eucaliptos no está reñida con la recuperación del bosque autóctono (El bosque imposible).




Allá donde algunos ven un terreno "deseucaliptizado" y listo para ser repoblado con especies autóctonas yo veo un terreno desarbolado y expuesto a la erosión. ¿No se hubiesen podido dejar unos cuantos eucaliptos para proteger el suelo y los pequeños plantones de robles? Sin esa protección, es probable que el bosque autóctono tarde mucho más en desrrollarse. Con un enemigo como el cambio climático pisándonos los talones, puede que algún día nos arrepintamos de no haber sido más pragmáticos y menos puristas... / Fotografía: La Voz de Galicia



El conservacionismo mal entendido y llevado hasta sus últimas consecuencias nos impide hoy reaccionar con rapidez ante un fenómeno como el cambio climático. La última expresión de ese conservacionismo, la "biología de las invasiones", se ha impuesto en nuestro país y en buena parte de nuestras sociedades como una especie de verdad monolítica que muy pocas personas osan cuestionar abiertamente. Los que se han arriesgado a hacerlo, como David Theorodopoulos hace ya casi 17 años, recibieron palos por todos lados. Ese biólogo norteamericano, sin embargo, no hacía otra cosa que decir que era ridículo diferenciar entre especies indígenas y exóticas y dedicarse a perseguir las supuestas especies invasoras. Para ilustrarlo, ese autor a menudo da como ejemplo en sus conferencias los numerosos y sorprendentes cambios observados en las faunas en los últimos milenios. Uno de esos ejemplos es el caballo, nacido en Norteamérica y desaparecido de ese continente hace apenas 7'000 años. Hoy en día es considerado una especie invasora en Norteamérica. El mismo razonamiento aplica a otras muchas especies muy controvertidas, como el ailanto por ejemplo, que tuvo una distribución holártica en el Terciario, antes de ser eliminada de buena parte de su área por las glaciaciones cuaternarias. Los conservacionistas le machacaron acusándole, entre otras cosas, de dar ejemplos muy generales que no venían a cuento. El cambio climático, sin embargo, le está dando toda la razón y demostrando que esa visión cortoplacista y fixista que rige nuestras políticas medioambientales no tiene ningún futuro. ¿De qué nos sirve plantar pinsapos exclusivamente en su reducidísima área de ditribución actual corriendo esta especie el peligro de desaparecer por completo de esa área?




¿Aceptarán algún día los ecologistas la idea de que para salvar a una especie como el pinsapo es necesario plantarlo ya en otras sierras mucho más al norte? / Fotografía: Vista del pinsapar desde el Jardín BotánicoTorre del Vinagre, en la Sierra de Grazalema / Autor: Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio



Los que se dedican a establecer listas de especies exóticas y a decidir si son o no especies invasoras han perdido de vista la escala de los cambios a los que nos enfrentamos. Si ya de por sí resulta ridículo considerar exóticas algunas especies en base a fronteras y límites establecidos por el hombre, hacerlo en un mundo en el que los movimientos de especies y de ecosistemas prometen alcanzar una escala mucho mayor que la de los propios territorios estudiados por esos biólogos, da una idea de lo fútil que resulta tal esfuerzo. Creo que no es inútil recordar de nuevo que el cambio climático no es una realidad futura. Ayer estuve viendo el programa "El Objetivo" en la Sexta y me llamó mucho la atención un mensaje sobreimpreso que decía que de aquí a finales de siglo se esperaba en España una subida de la temperatura de unos 3 grados desde los tiempos preindustriales. Error garrafal que deja entender que el cambio climático es cosa del futuro. La realidad es que la temperatura media en España ya ha subido 3 grados desde los tiempos preindustriales (E pur si riscalda) y que los 3 grados a los que se refieren son en realidad 3 grados adicionales que vienen a sumarse a los 3 que ya han subido. O sea, que a finales de siglo la temperatura media en muchas regiones habrá subido como mínimo 6 grados desde los tiempos preindustriales. Eso es enorme y equivale, grosso modo, a una subida de los pisos de vegetación de casi 1000 metros.



Ramilla de un jóven ejemplar de Torreya taxifolia plantado en Waynesville, Carolina del Norte (EE.UU.), fuera de su área de repartición "natural", en la que la especie se está poco a poco extinguiendo. Gracias a los esfurzos de los Torrey Guardians, la especie se está expandiendo más al norte, hacia zonas que le son mucho más favorables. / Fotografía: Connie Barlow



El cambio climático claramente no entraba en los planes de los biólogos que estudiaban las invasiones biológicas cuando desarrollaron los fundamentos teóricos de su "ciencia". El cambio climático hace hoy tambalearse todas las “verdades” de los conservacionistas, que se ven obligados a incurrir en contradicciones cada vez más insostenibles con tal de no admitir que los ecosistemas que intentan preservar van a sufrir cambios muy importantes. Se da pues la paradoja de que muchos ecologistas se están convirtiendo en negacionistas del cambio climático por no estar dispuestos a aceptar todo lo que implica. Muchos conservacionistas, sin embargo, son conscientes de la realidad del cambio climático y afirman, en un intento de reconciliar sus ideas con una realidad innegable, que nuestros ecosistemas son resilientes y serán perfectamente capaces de "encajar" los efectos del cambio climático. Su argumento principal es que ya lo hicieron en el pasado y que lo seguirán haciendo en el futuro, sin caer en la cuenta de que las condiciones hacia las que vamos son absolutamente inéditas (Rumbo al Plioceno). Por mucho que hablemos de cambio climático en los medios de comunicación, me temo que mientras no seamos capaces de convencer los ecologistas de que van a tener que aceptar las consecuencias del cambio climático y salir de esa especie de negacionismo verde en el que muchos incurren, no lograremos avanzar y empezar a tomar medidas realmente útiles de cara al futuro. El cambio climático, claramente, está rehabilitando la idea de David Theorodopoulos de que la biología de las invasiones es una pseudociencia cuyos fundamentos teóricos no aguantan los embistes de la realidad.

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