Resiliencia y deuda climática

Está de moda, desde hace unos años, hablar de la capacidad de resiliencia de nuestros ecosistemas. Se habla generalmente de ello como si esa capacidad fuese una garantía de permanencia de nuestros ecosistemas frente a cambios como el cambio climático y se suele casi siempre incidir en la necesidad de proteger y restaurar la biodiversidad para preservar su resiliencia. Ahora bien, ¿ qué es la resiliencia ? La resiliencia se define, en ecología, como la capacidad de un ecosistema a reponerse de los efectos de alguna perturbación. El ecosistema puede verse como una red en la que los distintos organismos que lo componen interactúan unos con otros. Una perturbación exterior puede modificar la manera en que esa red se organiza y puede incluso eliminar algún elemento de esa red pero eso no impide que la red siga funcionando. Algo muy similar ocurre en el cerebro. Una lesión puede dañar parte del cerebro pero las neuronas tienen la capacidad de reconectarse asegurando el funcionamiento casi normal del mismo. Esa capacidad de sobreponerse a una alteración es lo que se llama resiliencia.


La cadena trófica de un ecosistema (aquí el suelo) es tan solo un tipo de las múltiples interacciones que se establecen entre los organismos que lo constituyen

En base a lo que explicaba anteriormente, se entiende sin mucha dificultad que cuanto más tupida es la red de interacciones, cuanto más rico es el ecosistema, más posibilidades tiene de sobrellevar cualquier cambio. Esta suposición viene corroborada por observaciones hechas, por ejemplo, en bosques, en los que se ha podido demostrar que los bosques ricos en especies no solamente resisten mejor sino que tienen mayor crecimiento que los bosques monoespecíficos. No es mi intención hacer aquí un repaso a toda la teoría sino hacer ver que esa capacidad de resiliencia de los ecosistemas no es, sin embargo, ninguna garantía frente a cambios permanentes e irreversibles. En mi participación en distintos foros me he dado cuenta que mucha gente cree que proteger y restaurar nuestros ecosistemas autóctonos es la mejor garantía de que éstos perduren y se adapten al cambio climático. Muchas personas me dicen que nuestra fauna será capaz de adaptarse al cambio climático y que no es necesario “traer” especies de fuera. O sea, que nuestra flora y fauna tiene la suficiente capacidad de resiliencia para adaptarse al cambio climático. ¿ Es eso cierto ?


Recuperación del bosque tras un incendio en Point Reyes National Seashore (California, EE.UU.)

Las cosas, lamentablemente, no son tan idílicas. Un estudio realizado por investigadores franceses hace unos años logró demostrar que las comunidades vegetales del sotobosque de muchos bosques no estaban en equilibrio con las condiciones de temperatura actuales sino que corresponden a condiciones que eran las de aquellos lugares hace décadas. El aspecto positivo, en apariencia, es que esos ecosistemas están demostrando tener más resiliencia de lo esperado. Pero estos estudios también señalan que si bien la vegetación está "encajando" los efectos del cambio climático, se está retrasando de forma alarmante su migración hacia zonas más favorables. El avance de esas especies hacia el norte o hacia zonas más altas es demasiado lenta y no interviene a la misma velocidad que lo hace el calentamiento. Ese retraso de los ecosistemas en incorporar nuevas especies mejor adaptadas a las nuevas condiciones climáticas es lo que han llamado "deuda climática".


Deuda climática del sotobosque en los bosques franceses (1)

Tal como se puede ver en este mapa, la deuda climática es más importante en la región mediterránea, donde resulta muy difícil que especies más termófilas, en proveniencia de la Península Ibérica o del norte de África logren instalarse. Al contrario, en la zonas montañosas esa deuda es casi nula, ya que las distancias que hay que recorrer son mucho más reducidas y la dispersión natural de las semillas en las montañas logra compensar la subida de los pisos de vegetación. La gran preocupación de los autores es que si bien los ecosistemas forestales franceses están aguantando relativamente bien el tipo hasta ahora, probablemente tenga un límite la capacidad de resiliencia de esos ecosistemas. ¿ Qué pasará dentro de unas décadas si esas especies no se desplazan y se alcanza el límite de lo que pueden aguantar las especie "clave" de esos ecosistemas ?


Muerte masiva de pinos en la Sierra de Baza

La respuesta, tal vez, haya que buscarala más al sur, en regiones que han sufrido ya un calentamiento muy importante. Tal como contaba en un post reciente, las temperaturas han subido en buena parte de la Península entre 2 y 3 grados desde los años 70 del pasado siglo. Todo ello sin que se haya notado un cambio importante en la repartición de nuestros ecosistemas. ¿ Qué quiere decir esto ? Pues simplemente que aquí la deuda climática se sitúa en esos mismos valores. O sea, entre 2 o 3 grados. 3 grados, sea dicho de paso, corresponde a una subida de los pisos de vegetación de aproximadamente 500 metros. Tal subida de los pisos de vegetación, claramente, aún no se ha dado. Esto significa pues que en muchos lugares la vegetación debería ser, potencialmente, la de zonas situadas a una altitud 500 metros inferior. ¿ Os sigue pareciendo que el calentamiento climático es cosa del futuro ? El decaimiento de nuestros encinares y alcornocales en una amplia superficie de la Península y la muerte masiva de árboles en sierras como la de Baza cobran otro significado sabiendo que nuestros bosques tienen ya una deuda climática tan importante. Una clara señal de que la situación podría ser mucho más grave de lo que podemos imaginar y que tal vez no tendremos que esperar muchas décadas para ver los efectos más visibles del cambio climático...



(1) Bertrand R. et al. (2016) / Ecological constraints increase the climatic debt in forests / Nature Communications, Vol. 7 (12643)., pp. 1-10



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