Crónicas de un mundo en mutación


El cambio climático ya es una realidad que promete modificar profundamente nuestros paisajes, nuestra flora y nuestra fauna.
El pasado es una ventana que nos permite intuir cómo será ese futuro que os propongo descubrir.

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Ya comentaba, al hablar del género Pterocarya, que la familia de las Juglandáceas (familia del nogal) tuvo muchísimos más representantes en Europa antes de las glaciaciones. Muchos géneros de esta familia están actualmente tan solo presentes en Asia o tienen un área disyunta con especies tanto en Asia como en Norteamérica. El género Carya es otro de esos géneros de área disyunta que desempeñó en el terciario y durante buena parte del cuaternario un papel destacado en los bosques del continente europeo. Las distintas especies de ese género fueron constituyentes esenciales de muchos bosques caducifolios y, tal como se puede ver en el mapa, el género estuvo presente en prácticamente todo el continente europeo. En la actualidad, comprende unas 17 especies, 11 de ellas en Norteamérica y 6 en Asia.


Frutos de Carya ovata

Aún presente en buena parte de Europa en el Plioceno y en el Pleistoceno Inferior (Gelasiense), el progresivo endurecimiento y alargamiento de los periodos glaciares circunscribieron ese género al sur de Europa, permaneciendo en la región mediterránea hasta el Pleistoceno medio. Su desaparición fue más tardía en la parte oriental de la Cuenca Mediterránea y la región del Cáucaso, estando aún presente en la región del delta del Emba (norte Del Mar Caspio, Kazajistán) en el último máximo glaciar (Würm) y a principios del Holoceno. Faltó realmente muy poco para que alguna especie de este género hubiese logrado sobrevivir en Europa.





El “regreso” de este género se debe principalmente al uso ornamental de algunas especies, fundamentalmente americanas, varias de ellas también utilizadas localmente como especies forestales. La especie más utilizada, sin embargo, es el pacanero (Carya illinoinensis) cultivado tanto como árbol ornamental como para el aprovechamiento de sus nueces, muy preciadas y consumidas en los estados sureños de Estados Unidos, siendo el ingrediente esencial del tradicional pecan pie, una tarta de nueces pacanas confeccionada con huevos, mantequilla y sirope de maíz o algún otro sucedáneo (sirope de arce, miel, azúcar, etc).


La tarta de pacanas es una de las recetas más tradicionales del sur de Estados Unidos

En España, el pacanero se cultiva localmente. Se empezó a ensayar en 1978 y se cultiva sobre todo en la comarca del Guadalhorce (Málaga), donde se dedican a la producción de nueces pacanas más de 300 hectáreas. Se cultiva también en menor medida en el bajo valle del Ebro y la huerta murciana. Su uso ornamental es mucho más antiguo, destacando desde ese punto de vista los ejemplares del Jardín del Príncipe, más representativos del aspecto “primitivo” de esta especie que las variedades seleccionadas que se cultivan para producir nueces. Uno de los ejemplares del Jardín del Príncipe, sea dicho de paso, alcanza la respetable altura de 48 metros y tiene una circunferencia de 3.98 m, lo que da idea del tamaño que puede alcanzar. Esta especie se está empezando a naturalizar en algunas zonas de la Alpujarra granadina y de la Axarquía almeriense, donde también se ensayó.


Recolección de las nueces en la finca Haza Del Palmar (Coín, Málaga) / Fotografía: Haza Del Palmar

La reproducción de estas especies a partir de las nueces no parece, a primera vista, muy complicada. La principal dificultad a la que me he enfrentado es el fuerte crecimiento de sus sistema radicular. Desarrolla desde el principio una potente raíz que pronto alcanza el fondo del recipiente, antes incluso de haber desarrollado sus primeras hojas. Es muy recomendable pues transplantarlo precozmente, para que consiga enraizarse firmemente o incluso, sembrarlo directamente en el lugar en el que se pretende asentar.

CaryaFamilia: JuglandaceaeOrden: Fagales

Árboles, raramente arbustos, decíduos, monoicos, anemófilos. Corteza gris o pardusca, lisa y fisurada en los árboles jóvenes, más tarde estriada y a veces profundamente asurcada o exfoliándose en placas o en largas tiras. Ramillas verdosas, anaranjadas, rojizas, castaño herrumbroso o bronce, delgadas o rubustas, de sección circular, pubescentes y escamosas o glabras; cicatrices foliares en forma de escudo o 3-lobadas, grandes; médula sólida y homogénea. Yemas cubiertas de escamas valvadas o imbricadas, glabras o diversamente pubescentes; yemas axilares protegidas por un par de bractéolas valvadas (prófilos) o bractéolas soldadas en capuchón. Hojas imparipinnadas constituidas por 3-17(21) folíolos; pecíolo pubescente y/o escamoso o glabro; folíolos peciolulados, los distales más grandes, 2-26 × 1-14 cm, de margen aserrado; envés provisto de pelos no glandulares y de escamas glandulosas, haz con pelos dispersos y escamas más o menos abundantes en primavera, en algunos casos concentrados a lo largo de las venas, prácticamente glabro en otoño. Amentos masculinos en fascículos de 3, naciendo por lo general en las ramillas del año, a veces en las ramillas del año anterior, sésiles o pedunculados, péndulos; flores masculinas con una bráctea entera, bractéolas 2, sépalos generalmente ausentes, estambres 3-10(15) por flor, pubescentes o, más raramente, glabros. Flores femeninas en espigas paucifloras terminales, erectas; flor femenina con una bráctea entera, soldada al ovario, bractéolas 3, soldadas al ovario, sépalos ausentes, estilo ausente, estigmas comisurales, disco estigmático 4-lobado. El fruto es una nuez drupácea envuelta por una cubierta carnosa formada por el perianto y las brácteas, completamente o parcialmente dehiscente, con suturas lisas o aladas; nueces castañas, castañas rojizas o canela, a veces manchadas de negro o de canela, comprimidas o no, angulosas o no, lisas, rugulosas o verrucosas; cáscara fina o espesa. Semilla dulce o amarga. Germinación epígea. x = 16.

Repetida una infinidad de veces por todas las publicaciones que tratan del tema de las especies invasoras, la afirmación según la cual las especies invasoras son la segunda causa de pérdida de biodiversidad a nivel global está tan anclada en el inconsciente de la gente que se ha erigido como una especie de verdad monolítica. Esta afirmación en realidad tiene por origen un artículo de Wilcox et al. [1] en el que los autores han intentado cuantificar la importancia de las distintas amenazas que ponen en peligro la biodiversidad en los Estados Unidos. Ese estudio, sin embargo, sufre de un gran defecto al mezclar datos y observaciones realizadas en la parte continental de EE.UU. y otras realizadas en Hawai, en un territorio infinitamente menor y con circunstancias propias muy particulares. La combinación de esos resultados ha llevado a una sobreestimación del papel de las especies invasoras en la pérdida de biodiversidad de aquél país. Unos cuantos años más tarde, un estudio llevado a cabo por investigadores canadienses [2] reevaluó las conclusiones del estudio americano, al mostrar que en Canadá, país vecino de EE.UU, las especies invasoras tan solo aparecían como 6º causa de la pérdida de biodiversidad. La importancia de la amenaza que representan las especies invasora se ha magnificado, conscientemente o inconscientemente, y las conclusiones de ese estudio se han generalizado al resto del mundo de manera un tanto abusiva.

Otro problema a tener en cuenta en este tipo de estudios es la casi total ausencia de perspectiva temporal. La inmensa mayoría de los estudios y libros dedicados a las especies invasoras tan solo examina los primeros estadios del proceso de invasión. Muchos en realidad tan solo son listados de especies a vigilar y tan solo advierten de posibles consecuencias que no llegan ni tan siquiera a observar. Realmente existe muy poca información sobre lo que ocurre tras alcanzar la invasión su punto culminante. Se suele hablar mucho de los peligros que las especies invasoras hacen pesar sobre las especies autóctonas partiendo casi siempre de la idea que esas especies van a suplantar las especies autóctonas. ¿ Es eso cierto ? ¿ Acaba realmente la especie invasora por mantenerse en el lugar que ha invadido ? Eso deja pensar, en todo caso, este clásico gráfico, que muestra cuales son las fases de instalación de las especies invasoras en un territorio "ocupado":




Este gráfico se utiliza mucho para explicar que las especies exóticas son todas potencialmente invasoras y que muchas de ellas, tras un período de aclimatación más o menos largo, de repente pueden convertirse en peligrosas invasoras (¿ activadas por una llamada de Moscú, como en las clásicas películas de espías ?).

El sorprendente destino del alga asesina

Tal vez algunos de ustedes aún recuerden qué organismo marino se ponía como ejemplo de especie invasora hace 20 años: Caulerpa taxifolia. Se trata de una especie de alga originaria de los mares tropicales que en los años 90 vio sus poblaciones aumentar considerablemente en el Mediterráneo, donde apareció de la nada en la región de Mónaco (hay sospechas fundadas de que pudo tratarse de un escape de los famosos acuarios de esa ciudad). La explosión poblacional fue tal que suscitó un sinfín de estudios. Se hablaba de ella en todos los medios de comunicación, que llegaron a llamarla el “alga asesina”. La principal víctima de esa alga eran las praderas de posidonías, que los especialistas daban prácticamente por condenadas. ¿ Qué ocurrió con la caulerpa, de la que ya prácticamente no se oye hablar ? ¿ Acabó provocando la desaparición de las posidonías ? Las pesimistas previsiones de aquellos especialistas por fortuna no llegaron a cumplirse. La temible Caulerpa desapareció de una mayoría de los lugares que había llegado a colonizar y su presencia hoy en día es prácticamente anecdótica. Os copio aquí el enlace a un artículo del periódico Le Monde que describe el sorprendente retroceso de esta especie:

Vie et mort de l'algue tueuse : la saga de "Caulerpa taxifolia"

Resumiendo para quienes no entiendan el francés: la Caulerpa está desapareciendo. Ya ha desaparecido de un 80 % de las localidades en las que estaba presente. Y como podréis suponer, no está nada clara la razón de este retroceso. Este ejemplo, en cualquier caso, viene claramente a demostrar que la curva que se suele mostrar para explicar el proceso de invasión es cuanto menos tendenciosa, al hacernos creer, realmente, que una vez que una especie invasora ha conquistado todo el terreno que podía ya no hay vuelta de hoja. Este ejemplo nos demuestra que la explosión poblacional que caracteriza las invasiones en realidad quedaría mejor descrita por una curva como ésta:



O sea, que tras alcanzar un máximo tras un periodo de auge, la mayoría de las especies invasoras conocen luego un retroceso más o menos marcado tras desaparecer las condiciones que propiciaron el crecimiento de sus poblaciones.

Especies oportunistas

Ejemplos como el de la Caulerpa, en los cuales realmente se ha podido observar la evolución de la población de una especie invasora son escasîsimos. La literatura dedicada a las especies invasoras se centra casi exclusivamente en estudiar la aparición y desarrollo inicial de esas poblaciones, centrándose en evitar el desarrollo de esas especies y asumiendo, de alguna manera, la supuesta “superioridad” de esas especies y el hecho de que esas especies acabarían imponiéndose de no mediar la intervención humana. Una excepción notable es un estudio de Scott J. Meiners y de sus colaboradores del Departamente de Ciencias Biológicas de la Universidad de Eastern Illinois, publicado en 2002, en el que se hizo un seguimiento durante 40 años de la flora de un campo abandonado. Lo que ese estudio puso de manifiesto es que tras el abandono de la actividad agrícola hubo una explosión de las poblaciones de exóticas, todas ellas especies oportunistas que encontraron en esos espacios abandonados y sin competencia las condiciones ideales para su desarrollo. Con el paso del tiempo, sin embargo, esas especies invasoras fueron perdiendo importancia y las especies autóctonas poco a poco fueron retomando su lugar. Hay que destacar aquí que esa evolución también traduce un cambio en las condiciones ecológicas, siendo las especies exóticas en su mayoría especies herbáceas oportunistas y colonizadoras. Al “cerrarse” la vegetación, esas especies exóticas se vieron perjudicadas.



Creo que este ejemplo es particularmente importante porque este tipo de evolución se repite aquí exactamente de la misma manera. En algunos lugares, como la Plana de Castellón por ejemplo, no es raro observar la naturalización de un sinfín de especies exóticas en los terrenos agrícolas abandonados. Ya documenté en este blog (Palmeras exóticas naturalizadas en la costa castellonense) la naturalización de distintas especies arbóreas en los naranjales abandonados de la región de Moncofar (Castellón). La colonización de esos espacios prácticamente vacíos por estas especies exóticas viene además facilitada por la total ausencia de competidores autóctonos.



Palmeras exóticas en Moncofar (Castellón). Sorprende en esta región la facilidad con la que se propagan por los campos abandonados la palmera canaria (Phoenix canariensis) y la washingtonia (Washingtonia robusta).



La inesperada "ayuda" del destino

Una de las cosas que no logro explicarme acerca de algunas especies exóticas invasoras es la aparente ausencia de testimonios antiguos acerca de su naturalización en nuestro país. Especies como el ailanto o la acacia vienen cultivándose en nuestro país desde hace siglos y llama mucho la atención que tan solo hayan demostrado un auténtico carácter invasivo en las últimas décadas. Al observar fotografías antiguas y vistas aéreas de mi barrio me ha sorprendido la casi total ausencia de árboles en aquella época. Hoy, raro es el terreno en el que no se observan olmos de Siberia y ailantos. ¿ Se debe ese llamativo cambio de aspecto tan solo al carácter invasor de estas especies ?

Vista panorámica del "barrio" de Moratalaz en los años 50, antes de su construcción. No se ve ni un solo árbol, ni tan siquiera a lo largo de los caminos...



Pequeño bosquecillo de olmos de Siberia (muy frecuente) y de ailantos (raro) desarrollado sobre los taludes formados al construirse el barrio.



¿ Han podido influir otros procesos ? Una respuesta a esa pregunta nos la da la naturalización de especies arbóreas perennifolias (laurófilas) en la región insúbrica (N de Italia y cantón suizo del Ticino). Esta región de clima relativamente suave ha sido desde tiempos antiguos un lugar de residencia muy querido por buena parte de la aristocracia europea, que constuyó a orillas de los grandes lagos de esa región unas suntuosas mansiones con unos jardines en los que se plantaron una multitud de especies exóticas desde que estas fueran descubiertas y comercializadas. Desde hace unas décadas, algunas especie perennifolias se han escapado de esos jardines y han empezado a colonizar los bosques caducifolios circundantes. Este proceso no ha sido progresivo y ocurrió de manera casi simultánea a partir de los años 60, cuando las temperaturas invernales empezaron a suavizarsee en esa región [4]. Esas especies respondieron pues claramente a un cambio medioambiental y su expansión no fue fruto de una hipotética ventaja competitva que no se había expresado hasta entonces.



Tal como se puede ver, muchas de esas especies vienen cultivándose en esa región desde hace bastante tiempo. Otras se introdujeron más recientemente. Pero llama mucho la atención el hecho de que su naturalización interviniera principalmente a partir de los años 60 y se haya prolongado hasta nuestros días. Poco importa que esas especies hayan estado presentes en la región durante siglos o tan solo desde hace pocas décadas. Creo que no hace falta ser doctor para entender que no se trata de ninguna coincidencia y que esas naturalizaciones han sido posibles gracias al cambio climático. Ya os mostraba en un artículo anterior (E pur si riscalda...) la siguiente gráfica:



Evolución de la temperatura media anual en la estación del Retiro de Madrid (curva roja) y del Puerto de Navacerrada (curva azul) según datos públicos de la AEMET.



Como se puede ver, las temperaturas no han cesado de subir desde los años 70. En Madrid y en buena parte de la Península, han subido más o menos unos 2,5 grados. Resulta cuanto menos curioso que la naturalización y expansión de muchas especies coincida precisamente con este periodo de alza continua de las temperaturas y resulta muy fácil acusar una especie de ser "intrínsecamente" invasora cuando en realidad no está haciendo otra cosa que aprovechar un cambio en las condiciones ecológicas del lugar en el que estaba naturalizada y, probablemente, no era invasora. La superposición de ambos fenómenos, claro está, dificulta mucho la interpretación de lo que está ocurriendo y puede llevarnos a subestimar los efectos del cambio climático. Muchas especies invasoras son en realidad el síntoma de este cambio. Un cambio que, sea dicho de paso, es en gran medida irreversible y cuyas causas profundas haríamos bien en entender para no perder el tiempo tomando medidas inútiles. Podemos cortar todos los ailantos y todas las acacias de este país pero eso no hará que la temperatura media baje de repente esos 2,5 grados y es probable que al poco tiempo volverían a ocupar los mismos lugares que ocupaban...

Diferentes puntos de vista

El ejemplo de los pequeños bosquecillos de olmos de Siberia y de ailantos que se desarrollan por doquier alrededor de las grandes ciudades españolas (el mismo fenómeno ocurre en otros países con otras especies como la falsa acacia) demuestra claramente las dificultades de querer clasificar las especies en "invasoras" y "no invasoras". El impacto de esas especies varía considerablemente de un lugar a otro Una especie puede tener un caracter invasor en algún lugar pero ser muy útil en otros. El caso del olmo de Siberia y del ailanto es, desde ese punto de vista, muy ilustrativo. Muchos biólogos consideran que esas especies son una auténtica plaga y no dudan en aplicarles calificativos como el de "peste vegetal" pero también es cierto que ambas especies contribuyen hoy activamente al desarrollo de ecosistemas noveles que aportan sombra y frescor en zonas con veranos abrasadores. Para los ciudadanos, la presencia de esos árboles es una auténtica bendición y está claro que nadie entendería que mañana alguien decida cortarlos por la simple razón de haber sido incluidos en una lista de especies invasoras. No se puede ignorar, a la hora de juzgar el caracter "invasor" de una especie, la percepción que se tiene de ella desde los diferentes sectores de la sociedad.

¿ Dónde están las victimas ?

Cabría pensar, viendo el énfasis que muchos biólogos y ecologistas ponen al hablar del problema de las invasiones que muchas especies han desaparecido ya a consecuencia de la llegada de especies exóticas desde tierras lejanas. Creo útil, para acabar este artículo, recordar unos cuantos hechos de sobra contrastados que deberían mitigar un poco el estado de alarma generalizado que se instalado en la sociedad acerca de estos temas. Para empezar cabe decir que no se puede comparar lo que ocurre en el mundo animal con lo que ocurre en el mundo vegetal. Las consecuencias de las introducciones de especies exóticas son mucho más graves e inmediatas en el mundo animal que en el mundo vegetal. Dicho esto, y estrechamente relacionado con ello, también es de destacar que la situación es muy diferente sobre los continentes que en las islas. Las islas, que representan aproximadamente un 3% de la superficie de las tierras emergidas concentran más del 80% de los casos de extinciones. Generalizar al mundo entero y al mundo vegetal las conclusiones a las que se ha llegado estudiando el impacto sobre la fauna endémica de las islas de la llegada de especies como la rata o el gato es pues, simple y llanamente, un engaño.

Varios estudios llevados a cabo en Norteamérica y en Gran Bretaña para intentar determinar el número de especies vegetales que han desaparecido por esta causa han arrojado conclusiones bastante sorprendentes: no se conoce ningún caso de extinción atribuible a la competencia ejercida por especies exóticas. Cero extinciones en más de 500 años. Vale la pena asimilar el dato y contraponerlo con la histeria que parece haberse apoderado de ciertos sectores. En España tan solo se conoce un único caso de especie vegetal que haya desaparecido por la competencia ejercida por una especie exótica: Lindernia procumbens, desplazada por otra especie del mismo género (Lindernia dubia). Eso sí, la especie "desaparecida" tiene un área de distribución euroasiática y esa desaparición local no pone en peligro la especie en su conjunto. Es importante no perder de vista que nuestra flora incluye aproximadamente unas 950 especies exóticas sobre un total de aproximadamente 7600 especies de plantas vasculares. Es evidente que un número muy importante de esas especie tuvo en algún momento un caracter invasor gracias al que lograron expandirse y asentarse en nuestro país. Aún así, la llegada de ese importante contingente de plantas exóticas no ha provocado hasta la fecha la extinción de ninguna especie autóctona.

Tildar una especie de ser "invasiva" e incluirla en una lista legalmente establecida de especies invasoras es una decisión muy delicada que puede tener consecuencias imprevistas. Las consecuencias jurídicas de la inclusión de una especie en esas listas de especies invasoras pueden ser mucho más graves que las supuestas consecuencias de la presencia de esas especies. El arrui se salvó por los pelos. Seamos realistas: no somos capaces de saber qué impacto real tendrán esas especies. El ejemplo de la caulerpa ilustra bien, desde ese punto de vista, lo efímero que puede ser el éxito de una especie. Deberíamos adoptar una actitud más prudente ante la llegada y desarrollo de especies exóticas. Al fin y al cabo, vivimos en un mundo que está cambiando a una velocidad nunca vista y perder el tiempo catalogando especies exóticas puede que no tenga mucho sentido sabiendo que los pisos de vegetación están subiendo cientos de metros y los biomas desplazándose tal vez miles de kilómetros...


Bibliografía

[1] Wilcove , D.S. , Rothstein , D. , Dubow , J. , Phillips , A. & Losos , E. ( 1998 ) Quantifying threats to imperiled species in the Uniated States . BioScience , 48 , 607 – 615
[2] Venter , O. , Brodeur , N.N. , Nemiroff , L. , Belland , B. , Dolinsek , I.J. & Grant , J.W.A. ( 2006 ) Threats to endangered species in Canada . Bioscience , 56 , 903 – 910
[3] Meiners S.J. et al. (2002) / Exotic plant invasions over 40 years of old field successions: community patterns and associations / NECOGRAPHY, Vol. 25, pp. 215–223
[4] Walter G.R. (1999) / Distribution and limits of evergreen broad-leaved (laurophyllous) species in Switzerland / Bot. Helv., Vol. 109, pp. 153-167
[5] Aedo C., Medina L. & Fernández M. (2012) / Plantas extinguidas / Quercus, Nº 321, Noviembre 2012, pp. 42-48

Hoy os invito a pensar acerca de un tema que es aún considerado como un tabú por una mayoría de científicos y por la casi totalidad de los grupos conservacionistas. La idea de la migración asistida empezó realmente a despertar el interés de los científicos hace unos 10 años, cuando verdaderamente empezaron a tomar consciencia del peligro que el calentamiento global podía hacer pesar sobre algunas poblaciones de plantas y de animales amenazados de extinción. El concepto quedó formalmente definido de la siguiente manera por Mueller y Hellman en 2008:

Human aided translocation of species to areas where climate is projected to become suitable to reduce the risk of extinction due to climate change.

Debido a la rapidez y a la amplitud del fenómeno del cambio climático, esta definición se tendría que revisar teniendo en cuenta que las condiciones climáticas ya han cambiado en las últimas décadas y que muchas especies viven actualmente en condiciones que no son aquellas en las que se desarrolló el ecosistema en el que viven. La temperatura media en España ha subido casi 3 grados desde la época preindustrial, la mayor parte desde los años 70.


Número de publicaciones o artículos publicados acerca del tema de la migración asistida

Esa idea de mover hacia zonas más acogedoras algunas especies amenazadas de extinción no se le ocurrió a los científicos. Los "culpables" son algunos grupos de activistas que llevan ya años preocupándose por estos temas. El más conocido es probablemente el de los Torreya Guardians, que se han fijado como objetivo salvar de la extinción la Torreya de Florida (Torreya taxifolia), una especie que naturalmente tan solo crece en un pequeño refugio de la última glaciación en el norte de Florida y el sureste de Georgia. La especie muestra en ese lugar un inquietante declive, habiendo pasado su población de aproximadamente 600.000 individuos en los años 50 a menos de 600 en la actualidad. Para este grupo, el futuro de la especie se tiene que buscar en otros lugares situados más al norte, a lo largo de toda la cadena de los Appalaches. La organización de este grupo es particularmente interesante, al no organizar actividades como grupo y al fomentar sobre todo las iniciativas personales: "Torreya Guardians does not speak or take action as a group, but instead encourages subsets of those involved to post ideas and initiatives on this website and to help establish links with synergistic organizations and websites.". Ese activismo era mal visto al principio por la comunidad científica pero lo cierto es que los resultados del experimento son bastante positivos por ahora.


Vigorosa ramilla de un jóven ejemplar de Torreya taxifolia plantado en Waynesville, Carolina del Norte (EE.UU.) / Fotografía: Connie Barlow

Uno de los argumentos que se repite más a menudo en contra de la migración asistida es que los organismos que viven en algún lugar son capaces de responder a esos cambios y de adaptarse sin que sea necesario suplantarlos por otras especies. Si bien es cierto que se han podido observar respuestas rápidas de ciertos organismos a cambios imprevistos, conviene sin embargo no perder de vista las lecciones del pasado. Las glaciaciones del Cuaternario ofrecen, desde ese punto de vista, una imagen muy clara de la manera en que las distintas especies han respondido a esos cambios. La inmensa mayoría de ellas, claramente, no se adaptaron a esos cambios. Llama mucho la atención, en todo caso, que la mayoría de los grupos de plantas tropicales desaparecieran irremediablemente a finales del Plioceno, cuando los cambios climáticos aún no eran ni tan acusados ni tan rápidos como en épocas sucesivas. Muchas de esas especies siguen manteniendo hoy en día exactamente los mismos requísitos ecológicos que tenían millones de años atrás. Ese conservadurismo que demuestran muchas especies y grupos es, precisamente, lo que nos permite hoy reconstituir con bastante precisión los climas del pasado en base al estudio de las paleofloras y de las paleofaunas.


Últimos registros de manglares de Avicennia en el Mediterráneo / Biltekin, Demet. (2010). Vegetation and Climate of North Anatolian and North Aegean Region Since 7 Ma According to Pollen Analysis.

La capacidad de los organismos de adaptarse a cambios medioambientales es, sin embargo, bien real. Muchos géneros de plantas tropicales o subtropicales nos muestran que fueron capaces de adaptarse progresivamente a condiciones más frías que las de sus antecesores. El género Quercus es, desde ese punto de vista, un caso particularmente evidente de ello, existiendo en ese género tanto especies perennifolias en las zonas tropicales como especies caducifolias en las zonas templadas. Ese género es además muy interesante al mostrar cómo los fenómenos de hibridación permiten la constante aparición de taxones nuevos capaces de adaptarse a condiciones nuevas, diferentes de las condiciones en que viven sus progenitores (La hibridación, coctelera de nuevas especies). Ya sea consecuencia de una evolución progresiva o consecuncia de la hibridación, esos cambios genéticos son sin embargo muy lentos en comparación con el actual cambio climático. Un estudio reciente ha intentado comparar la velocidad de ambos cambios y el resultado está claro: el cambio climático actual es aproximadamente 10.000 veces más rápido que el cambio genético que induce (evolución).

El otro argumento de peso que los oponentes a la migración asistida repiten con insistencia es el peligro de provocar invasiones biológicas en aquellos lugares en los que se introducen los organismos desplazados. Es evidente que ese es un riesgo que no se puede subestimar. Sin embargo, cabe aquí preguntarse si, desde un punto de vista ético, está más justificado dejar que las especies amenazadas por el cambio climático desaparezcan o si preferimos asumir el riesgo de que algunas de esas especies puedan convertirse en invasoras. De todos modos, es de esperar que muchas de las especies que sí tendrán la oportunidad de desplazarse por sí solas muestren en el futuro un carácter invasor al irrumpir en regiones y en ecosistemas en los que no están presentes en la actualidad. Queramos o no, la idea de buscar lugares más favorables a especies amenazadas ya se está aplicando actualmente, síntoma de que la comunidad científica poco a poco está tomando consciencia del problema.

Un caso práctico de migración asistida es el de la zelkova siciliana (Zelkova sicula ). Esta especie relictual fue descubierta en 1991 en el SE de Sicilia, a orillas de un arroyo en pleno piso mesomediterráneo. La superviencia de esa especie en ese lugar (se descubrió otro muy próximo algo más tarde) es un auténtico milagro. Sobrevivió aquí gracias a que no le faltaba el agua (borde de un arroyo) y a que era capaz de propagarse vegetativamente (el sobrepastoreo la mantenía en estado arbustivo). Lo primero que se hizo fue proteger esas poblaciones del ganado pero pronto resultó claro que esas poblaciones relictuales estaban sobreviviendo en condiciones ecológicas que no son las más óptimas para esa especie. El proyecto de recuperación de esta especie (Azione A3 Localizzati i primi siti di introduzione) pasa ahora por la implantación de esa especie en otros lugares de Sicilia que se consideran más favorables que las actuales (macizos montañosos Nebrodi, Madonie, Monti Sicani y monte Etna).


Plantación de pequeñas zelkovas en un bosque de Sicilia / Sauvetage de Zelkova sicula en Sicile, Jardin Botanique de Brest

Examinando este problema al revés, uno podría preguntarse también si regiones como Islandia o Groenlandia deberían renunciar a la posibilidad que les ofrece el calentamiento global de ver crecer en su territorio bosques perfectamente adaptados a las nuevas condiciones climáticas. Prometedores ensayos ya se están llevando a cabo en ambos sitios y parece obvio que la colonización de esas tierras por el bosque boreal es una consecuencia lógica del cambio climático, por mucho que sea el hombre quien ayude esas especies a vencer unos obstáculos que de otra manera resultarían prácticamente insalvables.

Bosque en Tasermiut (Groenlandia) / GREENLAND EXPEDITIONS BY LAND AND SEA

En zonas continentales los ecologistas y los científicos preferirían que se establezcan “corredores verdes” que permitan la migración natural de las especies . A nadie se le escapa, sin embargo, que establecer tales corredores es prácticamente imposible en un continente como el nuestro en el que los ecosistemas están tan fragmentados. Es de notar, por otra parte, que de poco servirían esos corredores a especies que viven confinadas en regiones de alta montaña muy aisladas que el cambio climático promete reducir aún más. Volviendo al ejemplo del pinsapo, es difícil imaginar que logre por sí solo migrar hacia otras zonas que le sean favorables en el contexto actual. En casos como éste, la única solución es la translocación. Afortunadamente, los ingenieros forestales se han adelantaron casi un siglo plantando pinsapos y cedros del Atlas en sierras de nuestro país o de otros países mediterráneos, demostrando con éxitos rotundos que algunos miedos actuales son infundados. Pero otras muchas especies de las que nadie se ha preocupado pronto podrían verse abogadas a la extinción si no cambiamos nuestra manera de pensar...

¿ Una locura, pues, la idea de buscar un nuevo hogar a plantas amenazadas por el cambio climático o susceptibles de ocupar nuevos territorios ?

China ha sido, el siglo pasado, una auténtica caja de sorpresas para los botánicos. Tras el descubrimiento en 1945 de ejemplares vivos de Metasequoia, que tan solo se conocía hasta aquél entonces en estado fósil y que se había descrito formalmente bajo ese nombre tan solo unos cuantos años antes, se descubría una década más tarde otra especie de Gimnosperma (Cathaya argyrophylla) perteneciente a un género que estuvo muy extendido durante el Terciario por todo el Hemisferio Norte y que, como otras muchas especies y géneros, tan solo logró sobrevivir milagrosamente en las montañas del sur de China.

Árboles maduros sobre un crestón cubierto por la niebla en Jin Fu Shan / Fotografía: International Dendrology Society / Licencia: Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0 International Public Licence


Esta pequeña población, constituida por unos 500 a 1000 árboles maduros, se encuentra entre los 1200 y 1900 metros de altura en zonas de transición entre el bosque esclerófilo y el bosque de frondosas caducifolias latifoliadas. Su hábitat preferido parecen ser las zonas de bosque abierto en pendientes y crestas sobre un substrato generalmente calizo.


Conos maduros / Fotografía: H. Nimsch

Presente en todo el Hemisferio Norte durante el terciario, el género Cathaya era aún frecuente y abundante en toda la periferia de la cuenca mediterránea en el Plioceno. No parece haber estado presente en esa época en el norte de Europa, al no reunir entonces esa región las condiciones que le eran favorables (relieves calizos, temperaturas suaves). Cabe destacar que sí estuvo presente en regiones más norteñas como Inglaterra y buena parte de Europa Central durante el Mioceno, lo que invita a pensar que tal vez el espectro ecológico de este taxon fuese más amplio en épocas anteriores. Su repartición en Europa durante el Plioceno y el Pleistoceno, sin embargo, cuadra bastante bien con las exigencias ecológicas de la especie actual. Sobrevivió durante buena parte del Cuaternario en las Penínsulas del S del continente, estando presente en el S de Italia hasta hace poco más de 1 millón de años.


Contrariamente a otros fósiles vivientes como Metasequoia glyptostroboides o Wollemia nobilis, que fueron prontamente distribuidos a jardines botánicos en el extranjero y relativamente rápidamente disponibles en viveros, la Cathaya sigue siendo una planta muy rara fuera de China. Tan solo se la puede ver en unos pocos jardines botánicos y arboretos y los ejemplares existentes son todos aún muy jóvenes. Su uso, evidentemente, tan solo es ornamental por ahora.


Fotografía: Talon Buchholz / Flora Wonder Blog

Cathaya argyrophylla Familia: PinaceaeOrden: Pinales

Árboles de hasta 20 m; tronco de hasta 40 cm de diámetro (DAP); corteza de color gris oscuro, que se desprende de manera irregular; ramillas de color castaño amarillento, al principio cubiertas por una densa pubescencia gris amarillenta y luego glabras; yemas invernales de color castaño amarillento claro, ovoideas o ovoideas-cónicas; cicatrices foliares pálidas, orbiculares o subcuadrangulares. Hojas de haz verde oscuro, las de las ramillas largas 40-60 × 2,5-3 mm, las de las ramillas cortas por lo general de menos de 30 mm y agrupadas en un verticilo, puberulentas, densamente pubescentes a lo largo de los surcos, de margen algo revoluto. Conos femeninos verdes, castaño oscuro al madurar, ovoides o elipsoidales, 3-5 × 1,5-3 cm. Escamas seminíferas 13-16, suborbiculares u orbiculares-ovadas comprimidas, 1,5-2.5 × 1-2,5 cm, densamente pubescentes en el lado expuesto. Brácteas 1/4 a 1/3 la longitud de las escamas seminíferas. Semillas de coló verde oscuro con motitas de color verde claro, ligeramente comprimidas, oblícuamente ovoideas, 5-6 × 3-4 mm; ala de color castaño amarillento, oblícuamente ovada o elíptica-ovada, 1-1,5 cm × 4-6 mm.

Cathaya 

Árboles de hojas persistentes; tronco monopódico, columnar, recto; ramillas aparentemente dimorfas: ramillas largas en las que alternan zonas de crecimiento rápido con hojas dispersas y zonas de crecimiento lento con hojas agrupadas en densos fascículos, ramillas cortas laterales provistas de hojas solitarias tan densamente dispuestas que parecen fascículos de hojas. Hojas dispuestas en espiral, linear-oblanceoladas, ligeramente curvas o rectas, planas, de haz longitudinalmente sulcado, envés con 2 bandas estomatales blancas separadas por la vena central sobresaliente, haz vascular 1, canales resiníferos 2,marginales, margen entero, ápice redondeado. Conos masculinos 1-3, naciendo de las yemas axilares de las ramillas. Polen bisacado, con una caperuza visible en la zona polar. Conos femeninos axilares, sésiles, al principio erectos, finalmente péndulos, ovoideos, maduros el 1er año, a menudo persistentes durante muchos años. Escamas seminíferas suborbiculares, leñosas, rígidas, dehsicentes en la madurez, persistentes. Brácteas espatuladas, de ápice atenuado. Semillas oblícuamente ovoideas; alas membranáceas. Cotiledones 3 o 4. Germinación epígea. 2n = 24*.


Acercándose poco a poco el otoño y la época de recolectar nuevas semillas para mis futuras plantaciones, creo que es ahora un buen momento para extraer algunas lecciones de las plantaciones realizadas este año. Ya hice, en un anterior artículo, un pequeño repaso de las especies que había sembrado sobre mi terraza (Los árboles de mi terraza) y probablemente os interese ahora saber cómo se comportaron estos arbolitos una vez transplantados y abandonados a su suerte. Bueno, no tan abandonados, puesto que los visito regularmente y que he estado aportándoles un poco de agua durante el verano para que no se me sequen. Independientemente de saber cual ha sido el comportamiento de cada especie, creo también útil hablar de los errores que he cometido a la hora de plantar estos árboles, que explican algunos de los desastres sufridos.

Braquiquito, tipa y tarco

Siendo estas tres especies las que tenía más prisa en transplantar, al haberlas sembrado a finales del verano de 2016 a partir de semillas traídas de mis vacaciones, lo hice muy temprano este año (enero) en un pequeño descampado de mi barrio en el que plantaron hace años pequeños pinos piñoneros y que está plagado de alcorques que se quedaron vacíos. Lo que parecía una buena estrategia, sin embargo, pronto se volvió en mi contra. Al estar situado este descampado en una zona marginal, está poblado por una nutrida colonia de conejos. ¿ Y sabéis qué he aprendido yo de los conejos ? Pues que no le hacen asco a nada, sin importarles que los árboles plantados sean exóticos o autóctonos. Y sí, además, ese árbol tiene unas apetitosas hojas persistentes que son prácticamente lo único verde que se puede ver en todo el descampado en un periodo del año en el que esos voraces roedores pasan hambre, el desastre está garantizado. Planté en enero y febrero todos los braquiquitos (Brachychiton populneus) y casi todos los tarcos (Jacaranda mimosifolia) y tipas (Tipuana tipu) que tenía. Se los comieron todos. Un auténtico desastre. Primera lección: plantar árboles sin protección en una zona plagada de conejos equivale a darles de comer...


El enemigo público número 1 de mis arbolitos

¿ Logrará este protector disuadir los conejos de comerse al único braquiquito que sobrevivió ?


De este primer desastre, sin embargo, aprendí que el braquiquito es un árbol con una asombrosa capacidad de recuperación. Los conejos tuvieron la buena idea de no comerse la raíz de uno de ellos y ese ejemplar al poco tiempo rebrotó, fue devorado de nuevo y sufríó las consecuencias de un pequeño incendio. Todo ello sin recibir ni una sola gota de agua en las tres semanas que estuve de vacaciones. Tras toda esta sucesión de catástrofes, finalmente le puse un protector y está rebrotando de nuevo. No sé qué ocurrirá en el futuro pero visto lo visto creo que este árbol tiene aún mucho por decir. Mi objetivo a largo plazo (tampoco es que me queden ya tantos años de vida) es demostrar que una vez instalado, es capaz de sobrevivir sin ningún tipo de riego. También resistió perfectamente esas tres semanas sin riego el único tarco que sobrevivió. A diferencia de los demás, lo transplanté mucho más tarde, cuando ya empezaba a crecer la hierba y parece que eso hizo que los conejos no le prestaran atención. Eso sí, fue cortado por los jardineros que cortaron la hierba del descampado a finales de julio. Pero tal como ocurrió con el braquiquito, rebrotó con fuerza y hoy lo tengo debidamente protegido.


El único tarco que no fue devorado, rebrotando con mucho vigor tras ser cortado por los jardineros

Ahuehuete

Era el ahuehuete (Taxodium mucronatum) una de las especies que más interés tenía yo en cultivar, aunque no tuviera yo muy claro donde iba a plantarlo. Inicialmente tenía planeado hacerlo a orillas del Jarama, pero viendo las reacciones airadas de algunos al saber que quería plantar especies no autóctonas, juzgué más prudente hacerlo en zonas urbanas. Afortunadamente, el pequeño descampado en el que llevo a cabo mis pequeños experimentos es la salida de toda una red de drenaje y en él casi siempre corre un poco de agua. Era pues el lugar ideal para plantar algún ahuehuete. Ocurrió con ellos, lo mismo que con los braquiquitos. La aparición a finales del invierno de apetitosos brotes verdes en medio de la reseca vegetación del lugar era demasiada provocación para los hambrientos conejos del lugar. Se comieron todos los que planté, que no eran pocos. Tan solo uno sobrevivió, que planté más tardíamente a orillas del pequeño arroyo y que ahora tengo protegido con un protector. También tengo otro plantado cerca de casa en condiciones muy diferentes y la conclusión es de lo más sencilla: si plantas un ahuehuete en la tierra húmeda y empapada a orillas de cualquier curso de agua o lago éste responderá creciendo de forma espectacular. Visito el lugar una vez por semana más o menos y os puedo asegurar que de una visita a la otra, se puede notar su crecimiento. Realmente, si ningún acto de vandalismo o incendio acaba con su vida, este ahuehuete pronto alcanzará unas dimensiones asombrosas. Y todo ello, sin ningún tipo de riego. El que tengo plantado cerca de casa, en cambio, lo veo igual desde que lo planté. Realmente, este árbol requiere de mucha agua para prosperar. Al menos en sus primeros años...


Aspecto del ahuehuete que planté entre la vegetación a orillas del pequeño arroyo que nace en el descampado

Ginkgo

Es, tal como explicaba en el artículo que dedicaba a los árboles de mi terraza, una especie relativamente fácil de reproducir por semilla y tenía mucho interés en saber cómo se comportaría al ser transplantado. Tenía ginkgos de casi 1 año y ginkgos de casi 2 años. La primera conclusión a la que he llagado es que es mejor transplantar ginkgos de 1 año que de 2. Los primeros tienen hojas grandes y muy verdes. Los segundos tienen hojas más pequeñas y más pálidas, síntoma de que al árbol le cuesta más enraizarse y alimentarse. Los pequeños ginkgos de 1 año parecen aguantar mucho mejor el transplante y la mayoría de ellos tuvo un aspecto muy bueno mientras hubo lluvias y las temperaturas no eran aún demasiado elevadas. Parte de ellos los planté en el barrio y tan solo uno sobrevive. Ya no luce tan espléndido (se nota que le ha costado un poco aguantar el verano) pero sigue vivo y creo que debería pasar la prueba del primer año. Cuando rebrote en primavera, probablemente lo haga ya en condiciones mucho más favorables, estando ya firmemente enraizado. Otros, sin embargo, no tuvieron tanta suerte. Su vecino se secó y claramente no enraizó bien. Otros fueron cortados o arrancados. Claro que no los había señalado con nada que atrajera la atención...


Este pequeño ginkgo de muy buen ver fue cortado al poco tiempo por los subcontratas que cortan la hierba de los descampados del barrio...

Aparte de esos ginkgos "urbanos", también planté unos cuantos en el mismo descampado en el que experimento. La conclusión es sencilla: todos han muerto. pero con algunos matices. Algunos, muy expuestos al sol todo el día, claramente no aguantaron estar 3 semanas sin ningún tipo de riego. En cambio, otro ejemplar que estaba medio protegido por otros árboles no estaba tan mal cuando volví. De haber recibido tan solo un riego durante ese periodo, yo creo que habría sobrevivdo. El año que viene lo volveré a intentar y trataré de que alguien los riegue durante mi ausencia. Yo creo, realmente, que una vez bien establecido, debería ser capaz de sobrevivir en los lugares más favorables.

Eucommia

Es en principio la Eucommia una especie más resistente a la sequía que el ginkgo. Pero tan solo disponía de dos ejemplares y no puede realmente testear mucho. Planté una en un parquecito cercano de casa, por aquello de al menos tener una de ellas más controladita, y la otra la planté en el descampado. La planté, sin embargo, en un lugar que resultó ser un paso y al poco tiempo apareció rota y se murió. La otra sigue viva. Su crecimiento, sin embargo, no fue el esperado. Para empezar, el brote terminal se secó y fueron rebrotes laterales los que aseguraron su crecimiento, que pareció estar parado durante casi toda la primavera y todo el verano. Tan solo es ahora cuando dos de esos brotes han empezado a crecer con mucho vigor. Para mí que la planta se quedó algo "paradita" mientras desarrollaba su sistema radicular. Será interesante ver qué ocurre el próximo año. Año en el que tendré muchas más Eucommias para testear su comportamiento en nuestro clima...


Aspecto actual de la única eucommia que sobrevivió, que por fin se ha puesto a crecer con fuerza

Plátano oriental

El plátano oriental parece ser una especie que se enraíza con cierta facilidad y bastante rapidez. Planté un ejemplar en mi barrio que mostraba un desarrollo prometedor pero lamentablemente fue cortada por los jardineros y no he vuelto a saber nada de ella. Tras este episodio me cohibí un poco y aún tengo muchas de ellas sobre mi terraza, que pienso plantar este otoño junto a los poco ahuehuetes que aún tengo. Ahuehuete, plátano oriental y liquidámbar oriental son tres de las especies que considero fundamentales en mi proyecto de reconstituir un bosque del Plioceno/Pleistoceno...

Liquidámbar oriental

La gran decepción del año. Tenía un único ejemplar realmente bien desarrollado y lo planté en un parquecito que no reunía realmente las condiciones de humedad idóneas para esa especie. para más inri, al poco tiempo alguien lo pisoteó y se fueron al traste todas mis esperanzas. De tener que plantarlo hoy, lo haría en el mismo lugar en el que planté el ahuehuete, junto a ese arroyito que le hubiese asegurado unas condiciones de vida idóneas. Realmente, mi elección no fue acertada. Ojalá este otoño logre recolectar semillas y, quien sabe, dentro de un año o año y medio pueda volver a intentarlo...

Pterocaria

La pterocaria del Cáucaso es otra de las especie que tenía muchísimo interés en cultivar. Siendo éste un árbol que estuvo presente en buena parte de Europa hasta fechas mucho más recientes de lo que nos imaginábamos (último periodo interglaciar), me atraía mucho la idea de opoder plantar algún ejemplar. Pedí las semillas en Estados Unidos y al principio todo iba viento en popa. pero al poco tiempo me di cuenta de que me habían dado gato por liebre. La "pterocaria" que me habían vendido no era la del Cáucaso (P. fraxinifolia) sino la china (P. stenoptera). Superada la sorpresa, me decidí a plantar dos ejemplares en alcorques de mi barrio y otra en el descampado. ¿ Y sabéis qué os digo ? Pues que se trata de una especie extraordinariamente agradecida. Encuéntrale un lugar para crecer y riégala con regularidad y te gratificará con un crecimiento sostenido. Se trata, además, de un árbol de hojas muy bonitas y pronto las dos que planté en mi barrio tuvieron un aspecto increíble. Tan increíble que una de ellas fue cortada por los jardineros y la otra medio arrancada por algún estúpido. Ya veremos si se reponen de tan traumática experiencia. El año que viene, sin embargo, sí que plantaré la especie europea...


Esta hermosa pterocaria china era uno de los árboles más prometedores que había plantado antes de sufrir el ataque de un descerebrado al que no le hizo gracia su presencia y buen ver...

Pues nada, espero no haberos aburrido contándoos mis pequeños logros y desastres. Si lo que cuento os anima o le sirve a alguien para orientarse un poco, pues ya habrá merecido la pena dejar por escrito las lecciones que me ha deparado este primer año experimentando con árboles. El año que viene volveré con más...


Ya están creciendo los arbolitos que plantaré este invierno y la próxima primavera: más ginkgos, pterocarias del Cáucaso, muchas eucommias, algarrobos, almeces, etc.

Está de moda, desde hace unos años, hablar de la capacidad de resiliencia de nuestros ecosistemas. Se habla generalmente de ello como si esa capacidad fuese una garantía de permanencia de nuestros ecosistemas frente a cambios como el cambio climático y se suele casi siempre incidir en la necesidad de proteger y restaurar la biodiversidad para preservar su resiliencia. Ahora bien, ¿ qué es la resiliencia ? La resiliencia se define, en ecología, como la capacidad de un ecosistema a reponerse de los efectos de alguna perturbación. El ecosistema puede verse como una red en la que los distintos organismos que lo componen interactúan unos con otros. Una perturbación exterior puede modificar la manera en que esa red se organiza y puede incluso eliminar algún elemento de esa red pero eso no impide que la red siga funcionando. Algo muy similar ocurre en el cerebro. Una lesión puede dañar parte del cerebro pero las neuronas tienen la capacidad de reconectarse asegurando el funcionamiento casi normal del mismo. Esa capacidad de sobreponerse a una alteración es lo que se llama resiliencia.


La cadena trófica de un ecosistema (aquí el suelo) es tan solo un tipo de las múltiples interacciones que se establecen entre los organismos que lo constituyen

En base a lo que explicaba anteriormente, se entiende sin mucha dificultad que cuanto más tupida es la red de interacciones, cuanto más rico es el ecosistema, más posibilidades tiene de sobrellevar cualquier cambio. Esta suposición viene corroborada por observaciones hechas, por ejemplo, en bosques, en los que se ha podido demostrar que los bosques ricos en especies no solamente resisten mejor sino que tienen mayor crecimiento que los bosques monoespecíficos. No es mi intención hacer aquí un repaso a toda la teoría sino hacer ver que esa capacidad de resiliencia de los ecosistemas no es, sin embargo, ninguna garantía frente a cambios permanentes e irreversibles. En mi participación en distintos foros me he dado cuenta que mucha gente cree que proteger y restaurar nuestros ecosistemas autóctonos es la mejor garantía de que éstos perduren y se adapten al cambio climático. Muchas personas me dicen que nuestra fauna será capaz de adaptarse al cambio climático y que no es necesario “traer” especies de fuera. O sea, que nuestra flora y fauna tiene la suficiente capacidad de resiliencia para adaptarse al cambio climático. ¿ Es eso cierto ?


Recuperación del bosque tras un incendio en Point Reyes National Seashore (California, EE.UU.)

Las cosas, lamentablemente, no son tan idílicas. Un estudio realizado por investigadores franceses hace unos años logró demostrar que las comunidades vegetales del sotobosque de muchos bosques no estaban en equilibrio con las condiciones de temperatura actuales sino que corresponden a condiciones que eran las de aquellos lugares hace décadas. El aspecto positivo, en apariencia, es que esos ecosistemas están demostrando tener más resiliencia de lo esperado. Pero estos estudios también señalan que si bien la vegetación está "encajando" los efectos del cambio climático, se está retrasando de forma alarmante su migración hacia zonas más favorables. El avance de esas especies hacia el norte o hacia zonas más altas es demasiado lenta y no interviene a la misma velocidad que lo hace el calentamiento. Ese retraso de los ecosistemas en incorporar nuevas especies mejor adaptadas a las nuevas condiciones climáticas es lo que han llamado "deuda climática".


Deuda climática del sotobosque en los bosques franceses (1)

Tal como se puede ver en este mapa, la deuda climática es más importante en la región mediterránea, donde resulta muy difícil que especies más termófilas, en proveniencia de la Península Ibérica o del norte de África logren instalarse. Al contrario, en la zonas montañosas esa deuda es casi nula, ya que las distancias que hay que recorrer son mucho más reducidas y la dispersión natural de las semillas en las montañas logra compensar la subida de los pisos de vegetación. La gran preocupación de los autores es que si bien los ecosistemas forestales franceses están aguantando relativamente bien el tipo hasta ahora, probablemente tenga un límite la capacidad de resiliencia de esos ecosistemas. ¿ Qué pasará dentro de unas décadas si esas especies no se desplazan y se alcanza el límite de lo que pueden aguantar las especie "clave" de esos ecosistemas ?


Muerte masiva de pinos en la Sierra de Baza

La respuesta, tal vez, haya que buscarala más al sur, en regiones que han sufrido ya un calentamiento muy importante. Tal como contaba en un post reciente, las temperaturas han subido en buena parte de la Península entre 2 y 3 grados desde los años 70 del pasado siglo. Todo ello sin que se haya notado un cambio importante en la repartición de nuestros ecosistemas. ¿ Qué quiere decir esto ? Pues simplemente que aquí la deuda climática se sitúa en esos mismos valores. O sea, entre 2 o 3 grados. 3 grados, sea dicho de paso, corresponde a una subida de los pisos de vegetación de aproximadamente 500 metros. Tal subida de los pisos de vegetación, claramente, aún no se ha dado. Esto significa pues que en muchos lugares la vegetación debería ser, potencialmente, la de zonas situadas a una altitud 500 metros inferior. ¿ Os sigue pareciendo que el calentamiento climático es cosa del futuro ? El decaimiento de nuestros encinares y alcornocales en una amplia superficie de la Península y la muerte masiva de árboles en sierras como la de Baza cobran otro significado sabiendo que nuestros bosques tienen ya una deuda climática tan importante. Una clara señal de que la situación podría ser mucho más grave de lo que podemos imaginar y que tal vez no tendremos que esperar muchas décadas para ver los efectos más visibles del cambio climático...



(1) Bertrand R. et al. (2016) / Ecological constraints increase the climatic debt in forests / Nature Communications, Vol. 7 (12643)., pp. 1-10



De todos los árboles que crecen en la Península Ibérica, probablemente ninguno tenga tanta importancia como la encina. Ya sea por la superficie que ocupaba hasta hace poco o por la cantidad de servicios que ha prestado al hombre desde tiempos inmemoriales. Todos sabemos, por ejemplo, la importancia que desempeña en la alimentación del ganado (porcino en particular). Las vastas extensiones de dehesa del centro y del oeste de la Península conforman, de hecho, uno de nuestros paisajes más típico. En esas dehesas se crían los cerdos que producen los famosos jamones ibéricos y los toros bravos que empitonan cada año los incautos turistas que participan en nuestros encierros.


Dehesa extremeña / Fotografía: El diario digital de Extremadura

La encina domina no solamente los ecosistemas de la región mediterránea, sino también nuestro imaginario. El "climax" de la vegetación mediterránea es en efecto, según los fitosociólogos "clásicos", un bosque casi monoespecífico de encinas y/o de alcornoques y estas dos especies son las que se utilizan mayoritariamente en los programas de repoblación llevados a cabo por las organizaciones ecologistas de este país. Los estudios de paleobotánica, sin embargo, ponen en tela de juicio esa visión demasiado idealizada que nos hacemos de los ecosistemas mediterráneos. Nuestros bosques eran, antes de que el hombre influyera en su composición, mucho más diversos, desempeñando en ellos los pinos un papel muchísimo más importante del que imaginamos. La dominancia casi absoluta de la encina en buena parte de nuestro territorio se debe, en realidad, al manejo que ha hecho el hombre del bosque.



La sucesión ecológica de los ecosistemas mediterráneos tal como se la enseñamos a nuestros hijos. ¿ Y dönde están los pinos ? / Figura: Ciencias Naturales-Biología

Llevamos pues milenios conviviendo con la encina y para una mayoría de personas, este árbol duro y generoso simboliza como ningún otro las bondades de lo “autóctono”. Contemplar un paisaje con encinas es, de alguna manera, viajar a aquel tiempo en que una ardilla podía cruzar la Península sin posar un pie a tierra. La encina está firmemente enraizada en nuestro subconsciente y cuando a alguien se le ocurre llevar a cabo algún proyecto de repoblación, la encina es, naturalmente, la opción casi obligatoria a la hora de escoger qué especies plantar. Esa relación milenaria que nos une a la encina, sin embargo, se está viendo amenazada por el cambio climático, cuya aceleración en los últimos 40 años ha tenido consecuencias dramáticas para las quercîneas mediterráneas. La subida de las temperaturas y la bajada de las precipitaciones han propiciado la repetición de grandes episodios de sequía que han debilitado mucho a las encinas y los alcornoques, que sufren desde hace unos años el irremediable ataque de muchos patógenos que matan en silencio a millones de árboles. Se ha llamado “seca” a ese fenómeno que no parece tener mucha solución. Aunque logremos luchar contra esos patógenos, el cambio climático está en marcha y si no son los patógenos los que acaban con la encina en algún momento lo hará el fuego o la falta de agua.


Evolución de un alcornoque ('Quercus suber') afectado por el microorganismo 'Phytophthora cinnamoni'. Fotografía: Esperanza Sánchez

Los estudios prevén que a finales del siglo XXI la encina y el alcornoque habrán desaparecido de buena parte de la meseta sur, sustituidos por una vegetación más termófila, actualmente confinada a las zonas costeras y a zonas interiores como los valles del Guadalquivir o del Ebro.



Cambios en los pisos bioclimáticos (termotipos) en la Península Ibérica a lo largo del siglo XXI, suponiendo que alcanzaremos una concentración de CO2 en la atmósfera de 850 ppm el año 2100 (Moreno J.M.. (2006) / Evaluación preliminar de los impactos en España por efecto del cambio climático / Boletín CF+S (Ciudades para un Futuro más Sostenible), Vol. 38/39.)



Mientras en el sur de su área de distribución se hacen cada vez más evidentes los síntomas de su declive, la encina en cambio va progresando en el norte de su área de repartición y mucha más allá. El caso de Inglaterra es particularmente interesante. la especie se introdujo en ese país como ornamental en el siglo XV pero desde mediado del siglo XX, se ha expandido considerablemente en el sur de Inglaterra y de Irlanda, colonizando los terrenos secos y calizos próximos a la costa. El mapa que reproduzco aquí demuestra, además, que su expansión ha sido realmente espectacular en el siglo XXI, en particular después de 2010. Tanto es así que la encina es hoy en día considerada una especie invasora en ese país.


Repartición de la encina en Reino Unido e Irlanda / Online Atlas of the British and Irish Flora

Es evidente que de no haber sido introducida por el hombre, no hubiese llegado por ella misma a Inglaterra. Lo mismo cabe decir de otras muchas regiones de Francia. Eso ilustra perfectamente algo que todos sabemos o intuimos: el área potencial de muchas especies vegetales - árboles en particular - es mucho más amplia que lo que sospechamos. Que esas especies no estén presentes en esas zonas se debe a que les resulta difícil o imposible desplazarse hacia esas zonas. El contrario también es cierto: existen amplias zonas en las que las especies - los árboles en particular - aguantan como pueden en condiciones que hace tiempo que dejaron de ser las idóneas para ellas. Hasta que algún día cruzan la línea de lo que podían aguantar y de repente se vienen abajo, tal como ha ocurrido, por ejemplo, en la Sierra de Baza.


Viñedo en Dorking, Surrey, Inglaterra / Fotografía: Clickos

La encina se encuentra claramente en una situación como la que acabo de describir. Moribunda en buena parte de su actual área de distribución y considerada invasora en regiones que le son hoy favorables, nos manda un mensaje que no podemos ignorar: ayúdenme a desplazarme hacia aquellas zonas en las que podría establecerme o puede que de aquí a finales de siglo me convierta en una especie amenazada. Resulta curioso, sea dicho de paso, que los ecologistas y científicos ingleses consideren la encina una especie invasora cuando los agricultores de la misma zona del sur de Inglaterra llevan ya años produciendo vino y plantando olivos...
Europa es, aunque nos resulte a veces difícil de admitir, una de las regiones del planeta con la mayor densidad de población. Aunque solemos considerar alarmante el crecimiento demográfico de continentes como Asia o como África, parece que nos hemos olvidado que los Europeos no fuimos precisamente un ejemplo a la hora de contener nuestra propia explosión demográfica. Consecuencia de esa alta densidad de población, son pocos los lugares realmente inalterados en nuestro continente y resulta muy complicado y costoso llevar a cabo programas de recuperación de la flora y de la fauna en regiones en las que se ha llevado hasta tales extremos la explotación de la naturaleza por el hombre. La agricultura intensiva y la caza "deportiva" han llevado a una simplificación tremenda de nuestros ecosistemas, en los que han desaparecido casi todas las especies clave de los mismos. Ese vacío, sin embargo, también ofrece oportunidades a especies que no formaban parte originalmente de esos ecosistemas. Un caso bastante sorprendente es el del ñandú, ave sudamericana muy parecida a la avestruz, que tras escaparse de algún zoológico ha logrado establecer una pequeña población feral de algo más de 200 individuos en las llanuras del norte de Alemania, en el estado de Mecklenburg.


Ñandú común caminando en un cultivo del norte de Alemania

Los conservacionistas alemanes están divididos. Por un lado están los que piensan que al ser una especie exótica, debería ser simple y llanamente aniquilada. Un punto de vista que comparten también algunos agricultores de la zona y, como no, los cazadores. Sin embargo, los estudios llevados a cabo hasta la fecha no han puesto de manifiesto que la presencia de esta especie perjudique ninguna otra especie. Se pensaba que podría competir, en alguna medida, con el corzo o las grullas pero no se ha notado ningún efecto de la presencia del ñandú en sus poblaciones. Además, la dispersión del ñandú en esta región es bastante limitada, con lo que no reúne esta especie las características que permitirían clasificarla como "invasora". De hecho, la presencia del ñandú en esta región ha despertado mucho interés en Alemania y ya son muchas las personas que visitan la región tan solo para verlo. Su presencia podría pues incluso resultar benéfica desde un punto de vista económica. El otro punto a tener en cuenta a la hora de valorar su presencia en esta región es el declive de sus poblaciones naturales, en países en los que no goza de una protección tan efectiva. El ñandú, en efecto, no se puede cazar en Alemania.


Una familia de ñandúes en su hábitat natural (Tavares, Rio Grande do Sul, Brasil) / Ivan Sjögren

El ñandú es una especie omnívora que se alimenta sobre todo de plantas herbáceas cuando es adulta y de insectos en su fase juvenil. Se puede considerar al ñandú una especie pastadora, aunque tan solo se alimente de algunas partes de las plantas que consume. No se observa en ningún caso, tanto en los ecosistemas naturales como en los campos de cultivo, un sobrepastoreo y agotamiento del recurso explotado. Desde ese punto de vista, su presencia no es demasiado problemática, por mucho que algunos agricultores se quejen de que a menudo comen maíz o trigo. Eso sí, la presencia de estas aves no ha llevado ningún agricultor a la quiebra... La coexistencia del ñandú con el hombre en esta región es hasta ahora bastante pacífica, siendo los ocasionales accidentes de coche el principal impacto de su presencia.



La supervivencia del ñandú en esta región se debe a la gran capacidad que tienen los adultos a resistir inviernos difíciles. Desde que esta pequeña población se estableciera en esta región, ya ha tenido que soportar más de un invierno bastante crudo (las temperaturas pueden bajar muy por debajo de los cero grados durante las olas de frío y la nieve cubrir el suelo durante periodos prolongados). Cuando eso ocurre, son los juveniles del año los que se llevan la peor parte. En el invierno 2009-2010, de 82 juveniles tan solo uno sobrevivió al invierno. El invierno es pues el principal factor limitante para la población de ñandúes del norte de Alemania. Algunos animales como los zorros, depredan los huevos de los ñandúes pero el invierno es, con diferencia, su peor enemigo. Está claro que el cambio climático trabaja a favor del ñandú que, de seguir resistiendo en esa región, debería ver aumentar las posibilidades de crecimiento de su población en el futuro. Esta especie podría pues, a no ser que cambie radicalmente la postura de las autoridades alemanas al respecto, convertirse en un elemento más de la fauna europea.


Nido de ñandú en el Pantanal brasileño. Los nidos son a menudo colectivos, colaborando varias hembras de los huevos de todas ellas. / Ondřej Prosický

(1) Korthals, A. & F. Philipp (2010) / The avian species Greater Rhea (Rea americana) in Mecklenburg-Western Pomerania and Schleswig-Holstein (Germany). / 6th NEOBIOTA Conference, Biological Invasions in a Changing World - from Science to Management, 14-17 September 2010 Copenhagen, Denmark (Poster)



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SOBRE EL AUTOR

Geólogo de formación, nacido en Suiza pero establecido en España desde hace más de 20 años, trabajo actualmente en el sector de la informática (soporte). Eso no me ha impedido mantener vivo mi interés por los temas medioambientales, el cambio climático en particular, cuyas consecuencias intento anticipar buscando respuestas en ese pasado no tan lejano hacia el que parece que estamos empeñados en querer volver.

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