Crónicas de un mundo en mutación


El cambio climático ya es una realidad que promete modificar profundamente nuestros paisajes, nuestra flora y nuestra fauna.
El pasado es una ventana que nos permite intuir cómo será ese futuro que os propongo descubrir.

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Describíamos en el primer artículo de esta serie (Lo que el hielo se llevó [1]) las especies y géneros de árboles que más tiempo habían sobrevivido en la Península Ibérica, alcanzando el Pleistoceno Medio y Superior, así como aquellas especies que se pensaba haber sido introducidas pero que resultaron ser falsos arqueofitos. Hoy os invito a descubrir las especies que si bien lograron sobrevivir a los primeros ciclos glaciares del Cuaternario, no fueron capaces hace aproximadamente 800.000 años de sobrellevar la intensificación y el aumento de frecuencia de estos periodos glaciares y la progresiva aridificación de la región mediterránea.



El gráfico que os muestro aquí muestra la evolución de la "temperatura" tal como se puede deducir de las variaciones de los isótopos del oxígeno en los sedimentos bénticos del Océano Atlántico. Durante el Cuaternario Inferior, la frecuencia de los ciclos es alta, con ciclos de aproximadamente 41.000 años y unas diferencias de temperatura entre las épocas frías y las épocas cálidas menos acusadas que en el Pleistoceno Superior, cuando esos ciclos se alargan hasta durar aproximadadamente 100.000 años y ser mucho más marcadas las diferencias de temperatura (aproximadamente el doble). El momento en que cambia la ciclicidad de los periodos glaciares corresponde al límite entre Pleistoceno Inferior y Pleistoceno Medio y se caracteriza por la desaparición en Europa de muchas especies de zonas templadas cálidas, que ya no encontraban condiciones para sobreivir ni tan siquiera en sus tradicionales refugios del S de la Península.



Pleistoceno Inferior (2.500.000 - 781.000)

El cierre del estrecho que separaba Sudamérica de Norteamérica parece haber sido uno de los desencadenantes de las glaciaciones en el Hemisferio Norte, al modificar sensiblemente la circulación de las aguas marinas. El cierre de ese paso marca igualmente el inicio de un intercambio de faunas que consituye un muy buen marcador paleontológico del inicio (en el continente americano) de este período. El progresivo enfriamiento y aumento de la aridez durante ese periodo llevó a una desaparición más o menos escalonada de taxones que desaparecieron mucho antes en el Oeste de la Cuenca Mediterránea que en su parte oriental, en la que algunas especies aún sobreviven (tal como ya vimos en el primer artículo de esta serie). Les presentamos a continuación una serie de taxones arbóreos que aún estaban presentes en la Península Ibérica durante este lejano periodo del Quaternario que vio, hace aproximadamente 1,5 millones de años, instalarse los primeros hombres en la Península. Este periodo es el del Hombre de Orce y de los primeros pobladores de Atapuerca.



Aesculus

Hoy restringido a los bosques montanos de la Península de los Balcanes, el género Aesculus tuvo una amplia distribución por toda Europa antes de las glaciaciones que ha ido recuperando en gran parte gracias a su popularidad como árbol ornamental. En algunos países como Inglaterra, es tan común en la campiña que parece realmente un árbol autóctono y ese por ello considerado allá una especie naturalizada. En España es de destacar que su presencia en el Pleistoceno Inferior fue identificada gracias a la preservación de restos de madera en los sedimentos. Al tratarse de una especie entomófila, es excepcional su presencia en el registro palinológico y queda por ello muy infravalorada su presencia. / Ver también: Paleoautóctonas (7): Aesculus.






Cathaya

La distribución del género Cathaya en el Terciario y a principios del Cuaternario en Europa es un fiel reflejo de las condiciones ecológicas de la especie actual, que vive exclusivamente en relieves calcáreos en los que se beneficia de abundantes precipitaciones. Tales condiciones tan solo existían en las montañas del contorno del mediterráneo. Las bajas temperaturas y, sobre todo las progresiva aridificación de toda esta zona explica probablemente su desaparición. / Ver también: Paleoautóctonas (10): Cathaya






Elaeagnus

Cultivado desde antiguo en buena parte de EUropa, el "árbol del paraíso" es probablemente originario de las zonas secas a áridas de Asia Central y Suroccidental. Se ha naturalizado con bastante éxito en muchos lugares. Pertenece a un género con casi un centenar de especies en Asia Oriental. Fuera de Asia, tan solo una especie (E. triflora) se extiende al sur hasta el noreste de Australia y otra (E. commutata) es exclusiva de Norteamérica. Este género tuvo un área de distribución mucho más extensa, estando probablemente presentes varias especies en el continente europeo antes de desaparecer.






Engelhardia s.l.

Le ocurre al género Engelhardia algo muy parecido que al género Zelkova: a principios del Quaternario ya había desaparecido de buena parte de la PEnínsula Ibérica y tan solo estaba ya presente en Cataluña. Este género tropical es en efecto muy sensible al frío y bastante exigente en cuanto a precipitaciones. El progresivo enfriamiento y la aridificaci´ón del clima mediterrámeo lo condenaron muy pronto en la Península Ibérica, sobreviviendo más tiempo en Italia y en la región del Mar Caspio y del Cáucaso. / Ver también: Paleoautóctonas (27): Engelhardioideae






Eucommia

Presente hoy en día en zonas restringidas de China, el género Eucommia presenta muchos puntos en común con el género Ginkgo. Ambos géneros prácticamente han desaparecido del medio natural y deben mucho al interés que les ha portado el Hombre el haber sobrevivido hasta nuestros días. Tal como ocurrió con el género Ginkgo, tan solo llegó hasta nuestros días una única especie que estuvo presente en prácticamente todo el Hemisferio Norte a finales del Terciario. Los fósiles encontrados tanto del Plioceno como del Pleistoceno Inferior son prácticamente indiscernibles de la especie actual. Como característica interesante, cabe destacar que esta especie es el único árbol de las zonas templadas frías que produce látex. / Ver también: Paleoautóctonas (1): Eucommia






Keteleeria

El género Keteleeria es otro de los numerosos géneros de Gimnospermas que sobrevivieron en China y que casi todos tuvieron una distribución mucho más amplia antes de las glaciaciones. Las especies del género Keteleeria se caracterizan por sus conos, terminales, erectos, cuyas escamas son persistentes. Son algo más resistentes a la sequía que otros generos y son propios de valles cálidos y secos. En el caso de este género, el frío sí que parece haber sido el factor limitante en el continent europeo más que las precipitaciones.






Liquidambar

Aún presente en unos cuantos valles aluviales del S de Turquía y en la isla de Rodas, el liquidambar oriental tuvo una extensa área de distribución en Europa en el Terciario. A comienzos del Cuaternario, aún estaba presente en el NE de la Península Ibérica pero su área se fue contrayendo progresivamente, sobreviviendo en el Pleistoceno medio tan solo en el S de Italia, de Grecia y de Turquía, así como en la región del Cáucaso. Tal como demuestra el éxito de su cultivo en Aranjuez, esta especie está perfectamente adaptada al clima de nuestro país, incluso en la zonas de clima más continental.






Nyssa

El género Nyssa, cuyas especies son más bien propias de bosques y de zonas húmedas (bosques aluviales y de ribera) o inundadas parece que siguió mas o menos el mismo destino que el género Taxodium, con el que comparte hábitat en Norteamérica. Aún bastante extendido a principios del Cuaternario, acabó refugiándose en la región mediterránea en el Calabriense y tan solo parece haber sobrevivido en el Pleistoceno medio y superior en algunos refugios del S de la Península Itálica y de l Mar caspio. / Ver también: Paleoautóctonas (13): Nyssa






Parrotia

Originario del N de Irán, donde es una de las especies constitutivas de los bosques mixtos hircanos del Caspio que describíamos en un artículo anterior (Refugios glaciares (I): la costa sur del mar Caspio), el árbol del hierro fue durante buena parte del terciario y del Pleistoceno inferior un árbol típico de los bosques caducifolios del continente europeo. En el Pleistoceno inferior esta especie vio su área retringida al área mediterránea, sobreviviendo hasta fechas relativamente recientes (Ioniense) en el S de Italia y de Anatolia. / Ver también: Paleoautóctonas (5): Parrotia






Sequoia

La presencia del género Sequoia en el norte de la Península Ibérica en el Pleistoceno Inferior se ha podido poner de manifiesto gracias al hallazgo de maderas fósiles en la localidad cántabra de Carranceja. Su presencia en una región cuyo clima recuerda mucho el de la fachada oeste del continente americano no es pues de extrañar como no es de extrañar el éxito en esta misma región de un proyecto de repoblación como el del Monte Cabezón. En otros yacimientos, su presencia parece más bien estar ligada a la existencia de zonas húmedas en las que las condiciones climáticas no son tan determinantes.






Taxodium

La presencia del género Taxodium a principios del Cuaternario no debería resultar demasiado sorprendente, viendo la buena resistencia al frío que tiene hoy en día una especie como el ciprés de los pantanos. Los pantanos son, sin lugar a dudas, uno de los ecosistemas que más ha cambiado de fisionomía en el continente europeo, al quedar totalmente desprovistos de la relativamente rica cobertura arbórea que tenían a finales del Terciario. Hoy en día las dos especies de este género muestran los dos grandes tipos de ecosistemas en los que estuvo presente este género: pantanos a bajas altitudes y regularmente inundados por un lado (Taxodium distichum) y márgenes de ríos en tierras altas de clima más o menos continentalizado (Taxodoium mucronatum).






Tsuga

El género Tsuga tuvo una amplísima distribución por todo el continente europeo hasta prácticamente finalizar el Pleistoceno Medio y estuvo aparentemente reresentado por distintas especies. Sobrevivió algo más de tiempo en el S de Italia y de Turquía, la región del Cáucaso y del Mar Caspio. Fue, según apuntan los estudios palinológicos un árbol típico de los bosques de coníferas boreales así como de la media montaña, donde convivía con otras Pináceas como Cedrus y Cathaya, por ejemplo. Se trata de árboles resistentes al frío pero que no aguantan la sequía, razón esta última por la que finalmente desaparecieron del continente europeo. / Ver también: Paleoautóctonas (28): Tsuga






Zelkova

El género Zelkova tuvo a finales del Terciario (Mioceno y Plioceno) una amplia distribución por buena parte de Europa meridional. A comienzos del Cuaternario, su presencia se reduce en La Península a un par de yacimientos todos situados en Cataluña (Crespià y Lago de Bañolas). En la Península Itálica, en cambioi, desapareción tan solo a consecuencia de la última glaciación, logrando sobrevivir milagrosamente en Sicilia una pequeña población de una especie (Z: sicula) viviendo en condiciones extremas, con muchas dificultades para mantenerse y reproducirse. Algo similar ocurrió en Creta, donde Zelkova abelicea aún mantiene varios núcleos de población. / Ver también: Paleoautóctonas (3): Zelkova






Como se pueder ver, hasta el gran cambio intervenido en la frecuencia y la intensidad de los episodios glaciares hace aproximadamente 800.000 años, nuestra flora era bastante más rica que la actual. Muchos de esos géneros aún están presentes en nuestro continente, aunque ocupen hoy una área mucho más reducida. Muchas de ellas son consideradas especies en peligro y gozan teórícamente de algún grado de protección. Dar a estas especies una segunda oportunidad en regiones en las que estuvieron presentes antes de las glaciaciones permitiría pues en muchos casos asegurar su futuro de cara a los grandes cambios que amenazan hoy en día sus poblaciones y permitiría devolver a nuestros maltrechos bosques algo de la diversidad que tuvieron en un pasado no tan lejano. Como ya explicamos, estamos hablando de ecosistemas que los primeros pobladores de la Península conocieron y en los se desenvolvieron, conviviendo con una fauna en algunos momentos muy diferente de la actual.




Reconstrucción del paísaje de Orce / Mauricio Antón



En las próximas entregas de esta serie descubriremos las especies que estuvieron presentes en el Plioceno y el Mioceno y veremos cómo se irán incorporando a nuestra lista de especies un contingente cada vez más importante de especies subtropicales y tropicales. Eso sí, trataré de no esperar 4 años para completar esta serie que es más bien un pequeño resumen que otra cosa. Para quienes busquen algo más de información he añadido para cada género un enlace a los artículos de la serie "Paleoautóctonas", que iré actualizando poco a poco con la información que vaya recabando acerca de estas especies que bien se merecerían, en el contexto de cambio climático que vivimos, que les prestásemos una especial atención. El frío, sea dicho de paso, no es en muchos casos el factor que precipitó la desaparición de muchas especies, siendo más bien la aridificación del clima, la falta de rutas migratorias o de vectores para sus semillas, o la competencia ejercida por otras especies factores mucho más importantes. Llama mucho la atención, por ejemplo, que una especie como el Gingko, que desapareció en el Plioceno, tenga una resistencia al frío probablemente mayor que la de muchas especies autóctonas (-28ºC).

Originaria, al igual que el eucalipto (Eucalyptus globulus), del SE de Australia, la mimosa (Acacia dealbata) ha encontrado en la fachada atlántica de la Península Ibérica las condiciones ideales para su desarrollo. Contrariamente al eucalipto, cuya difusión se debe al extenso cultivo de esta especie por toda esta zona, la mimosa en cambio se ha expandido por sus propios medios a partir de los muchos ejemplares cultivados. La mimosa es, en efecto, una de las plantas ornamentales con más arraigo en nuestro continente, siendo auténticamente venerada en muchos países, donde se ha convertido en una auténtica tradición ofrecer un ramito de mimosa. En Italia, por ejemplo, se suele ofrecer un ramo de mimosa el día de la mujer. En Suiza y en Francia, la Cruz Roja y muchas ONG lo venden cada año para recaudar fondos para financiar sus causas.




El salto de la mimosa al medio natural se ha visto favorecido por toda una serie de factores que han actuado probablemente de forma conjunta. En su región de origen, la mimosa es una especie pionera que se regenera principalmente tras los incendios. En esas regiones, sin embargo, los eucaliptos a los pocos años sobrepasan las mimosas y la densificación del eucaliptal finalmente conduce a la regresión y progresiva desaparición de las mimosas (1). En una tierra asolada por los incendios y con un clima muy similar al de la región de la que proviene, la mimosa tenía pues todas las papeletas para convertirse en una especie ganadora. Probablemente el cambio climático haya acentuado aún más esa tendencia, al favorecer la frecuencia de los incendios y al ponerle las cosas mucho más difíciles a la vegetación autóctona, sometida a un creciente estrés hídrico que la mimosa aguanta bastante mejor.




Zonas verdes invadidas por arbustos de plantas mimosas en el término municipal de Pereiro de Aguiar / Fotografía: JOSÉ PAZ / La Región



De todas las especies del género Acacia presentes en la Península Ibérica, la mimosa es la que mejor adaptada está a cierta continentalidad, tal como muestra el mapa de distribución de las distintas especies de Acacia en Galicia que reproducimos a continuación (2).







Que la mimosa es una especie en plena expansión salta a la vista viendo el éxito de esta especie en muchas partes de Galicia y de la fachada atlántica de la Península en general. Por ello, tanto esta especie como las demás especies del género Acacia han sido lógicamente declaradas como invasoras. Cabe sin embargo no olvidarnos que se trata de una especie pionera que se está beneficiando ante todo de las circunstancias. Su éxito es ante todo el reflejo de la mala situación de nuestros montes. Tal como ocurre con otros muchos árboles pioneros que han sido catalogados como invasores (Robinia pseudoacacia, Ailanthus altissima), desconocemos por completo cual será la evolución futuro de estas poblaciones que, por lógica y teniendo en cuenta su condición de especies pioneras, deberían tarde o temprano ceder el sitio a especies mucho más exigentes. Vivimos lamentablemente en la inmediatez y somos incapaces de entender que los ritmos de la naturaleza son diferentes de los nuestros. La impaciencia nos conduce a querer saltar etapas y en querer recuperar de inmediato especies que no tienen cabida en estadios de desarrollo tan tempranos del ecosistema. No me extrañaría nada que me dijeran mañana que en algún lugar el bosque autóctono ya se está imponiendo de nuevo a las acacias, porque es lo que razonablemente cabe esperar que ocurra.



¿ Es pues la mimosa ese especie de monstruo que denuncian los ecologistas ? El tiempo dirá. Lo que sí tengo claro personalmente es que mientras se den las condiciones que favorecen la expansión y desarrollo de esta especie (en particular el uso del fuego como forma de manejo), difícilmente se logrará frenar la expansión de esta especie, cuyo peor enemigo es... ¡ la ausencia de perturbaciones ! No será excepcional, pues, en un futuro más o menos lejano, encontrarse con alguna venerable mimosa en nuestros montes, conviviendo con un (eso esperamos todos) recuperado bosque autóctono. Llegada esa situación, la mimosa tan solo será un elemento más de nuestra flora que habremos dejado de considerar como un monstruo.



(1) Trouvé R. et al. (2019) / Competition drives the decline of a dominant midstorey tree species. Habitat implications for an endangered marsupial / Forest Ecology and Management Volume 447, 1 September 2019, Pages 26-34
(2) Martínez Fernández J. et al. (2012) / Distribución y dinámica del género Acacia en Galicia: un análisis a partir del Tercer y Cuarto Inventario Forestal Nacional / In book: EEI 2012 Notas Científicas 4º Congreso Nacional sobre Especies Exóticas Invasoras, Edition: Serie Técnica Nº 5. León, Chapter: Distribución y dinámica del género Acacia en Galicia: un análisis a partir del Tercer y Cuarto Inventario Forestal Nacional, Publisher: GEIB, Editors: GEIB Grupo Especialista en Invasiones Biológicas, pp.128-132



Hace un par de años escribía yo en este blog un artículo sobre Resiliencia y deuda climática y explicaba en él que la resiliencia se podía definir como la capacidad de un ecosistema a reponerse de los efectos de alguna perturbación. También me hacía eco de los resultados de un estudio francés que definía un nuevo concepto llamado "Deuda climática", que viene a ser de alguna manera el desajuste existente entre la temperatura en la que se desarrolló un ecosistema y la temperatura real que está aguantando actualmente. Ese estudio demuestra que fuera de las zonas montañosas, en las que las migraciones son posibles a pequeña escala y compensan más fácilmente los efectos del cambio climático, amplias zonas del territorio estudiado tienen ya una deuda climática de entre 2 y 3 grados. Ese desajuste es una buena ilustración de lo que se entiende por "resiliencia": un ecosistema es capaz de autoperpetuarse en condiciones algo diferentes de las idóneas para él, lo que le permite aguantar las oscilaciones periódicas del clima. Ahora bien, que un ecosistema o que las especies que lo conforman sean resilientes no significa que su capacidad de resistir un insistente cambio climático sea infinito...


Deuda climática del sotobosque en los bosques franceses



El concepto de resiliencia se utiliza demasiado a menudo como excusa para no querer cambiar las cosas. Esto es particularmente cierto en el contexto del conservacionismo, que aún no ha asimilado el mensaje que los climatólogos intentan trasmitir desde hace décadas. La inmensa mayoría de los proyectos de conservación de la naturaleza, que reciben fondos considerables, están principalmente enfocados en conservar los ecosistemas existentes o en restaurar los ecosistemas que algún día hubo en los lugares que se pretende "restaurar". La palabra lo dice todo y tiene más que ver con la museología que con las Ciencias Naturales. Nos empeñamos en recuperar unos ecosistemas que estuvieron presentes cuando las condiciones climáticas no eran las actuales. Y paralelamente, se persigue con saña la expansión de toda especie exótica, considerando que su expansión puede ser la causa de la pérdida de biodiversidad que sufren nuestros ecosistemas. Por favor, no usen el flash, que el ecosistema es muy delicado y podría sufrir daños irreparables...

Me llama mucho la atención, por poner un ejemplo, que exista un proyecto Life para recuperar al araar (Tetraclinis articulata) en la región de Cartagena, que ignora por completo el éxito reproductivo de esta especie en otras muchas regiones del levante español en las que se naturaliza con suma facilidad y parece tener bastante más futuro que en el área en la que se están centrando todos los esfuerzos. Potenciando su desarrollo en esas regiones, es probable que lograríamos el mismo objetivo (salvar la especie) gastando muchísimo menos dinero. Lo mismo cabría decir del pinsapo (Abies pinsapo), que demuestra una extraordinaria vitalidad en zonas situadas fuera de la exigua área de distribución "natural" de esa especie.




Citas de Tatraclinis articulata reportadas por los usuarios del foro Repoblación Autóctona. En azul se muestran los lugares en los que se ha observado la regeneración natural de la especie y en rojo plantaciones hechas con esa especie. Es probable que falten muchos datos en este mapa que nos demuestra que el araar tiene un área potencial bastante extensa en todo el S y SE de la Península Ibérica.



El "buen comportamiento" hasta ahora de nuestros ecosistemas nos ha llevado a sobreestimar la resiliencia de los mismos y a confiar demasiado en la capacidad de las especies que los constituyen de adaptarse a los cambios, ignorando que la deuda climática acumulada es ya muy importante (alrededor de los 2 a 3 grados) y que los cambios en la naturaleza suelen ocurrir de manera brusca y catastrófica. Estamos en realidad mucho más cerca de ver nuestros ecosistemas llegar al colapso de lo que creemos. Un reciente estudio (1) ha intentado calcular en qué momento los diferentes ecosistemas del planeta colapsarían basándose en los límites climáticos históricos de las especies y en las proyecciones climáticas futuras. El gráfico a continuación muestra cual es la evolución previsible en una región como las Islas Caimán.




Lo que muestra este gráfico es que alrededor de cierta temperatura, en un par de décadas, la mayoría de las especies alcanza su límite de tolerancia, llevando al colapso del conjunto del ecosistema. En este caso en particular, el colapso intervendría alrededor del año 2075 y tan solo afectaría (directamente) a un 67% de las especie. El mismo estudio muestra, sin embargo, que en otras regiones el colapso podría intervenir mucho antes y afectar casi al 100% de las especies. Las previsión para una región como la Amazonia es, desde ese punto de vista, bastante inquietante, interviniendo el colapso ya a mediados de siglo.




No vayamos a pensar, viendo estos gráficos, que el colapso de ecosistemas es cosa del futuro. Ya está ocurriendo en algunas regiones y afectando a ecosistemas que llevaban asentados miles y miles de años. La muerte de los manglares en un tramo de unos 1.000 km en el Golfo de Carpentaria (Australia), tras un débil monzón en 2015-2016, tan solo es un ejemplo de los cambios que ya está induciendo el cambio climático (2).




El manglar de la costa Australiana es un triste ejemplo de colapso de ecosistema. En pocos años, ese ecosistema ha colapsado en más de 1500 kilómetros de costa.



Ante tales perspectivas, la idea de "mover" plantas en respuesta al cambio climático para evitar su extinción y evitar el colapso de ecosistemas ante la falta de especies que vayan tomando el relevo de las que van desapareciendo es una idea que poco a poco va convenciendo a más y más científicos, tal como demuestra la organización de esta primera conferencia internacional dedicada a la translocación de plantas.



               1st International Plant Translocation Conference
               ROME, 22-25 February 2021



(1) Trisos, C.H., Merow, C. & Pigot, A.L. (2020) / The projected timing of abrupt ecological disruption from climate change / Nature. https://doi.org/10.1038/s41586-020-2189-9
(2) Harris R.M.B. (2018) / Biological responses to the press and pulse of climate trends and extreme events / Nature Climate Change, Vol. 8, pp. 579–587



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SOBRE EL AUTOR

Geólogo de formación, nacido en Suiza pero establecido en España desde hace más de 20 años, trabajo actualmente en el sector de la informática (soporte). Eso no me ha impedido mantener vivo mi interés por los temas medioambientales, el cambio climático en particular, cuyas consecuencias intento anticipar buscando respuestas en ese pasado no tan lejano hacia el que parece que estamos empeñados en querer volver.

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