Crónicas de un mundo en mutación


El cambio climático ya es una realidad que promete modificar profundamente nuestros paisajes, nuestra flora y nuestra fauna.
El pasado es una ventana que nos permite intuir cómo será ese futuro que os propongo descubrir.

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Ocurre a menudo en Europa que los pocos representantes de algunas familias nos transmitan una imagen un tanto distorsionada de las mismas. Es típicamente lo que ocurre con las Rutáceas, que en Europa tan solo están representadas por especies herbáceas o subarbustivas pertenecientes a géneros como Dictamnus, Haplophyllum o Ruta. Solo tomamos realmente consciencia de que esta familia es mucho más rica y diversa en otras regiones al realizar, por ejemplo, que pertenecen a ella todas las especies de cítricos que cultivamos.



Ejemplar de Phellodendron amurense del parque del dominio de Morlanwez-Mariemont (Bélgica), probablemente el mayor de Europa, con una altura de 30 m y una circunferencia a 1,5 m del suelo de 450 cm / Fotografía: Jean-Pol GRANDMONT / Licencia: CC BY-SA 3.0



Hoy os invito a descubrir un género muy particular de las Rutáceas, Phellodendron, originario del E de Asia e integrado por dos especies que nos demuestran que, tal como ocurrió con el ginkgo por ejemplo, la temperatura no necesariamente fue el factor determinante en la desaparición de ciertos taxones del continente europeo. 



Area de distribución original de las dos especies del género Phellodendron.



Tal como indica la etimología de este nombre de género (Phellos – corcho, dendron – árbol), la principal característica de estos árboles es la de poseer una corteza suberosa, profundamente fisurada, que desempeña un papel importante en la farmacopea tradicional china. Las especies de este género se utilizan, entre otras cosas, para el tratamiento de la meningitis, la disentería bacilar, la neumonía, la tuberculosis y la cirrosis hepática. 



Corteza de Phellodendron amurense, Jardín Botánico de Cracovia, Polonia. / Fotografía: Jerzy Opioła / Licencia: CC BY-SA 4.0



En los tratamientos taxonómicos más recientes (1), se suele reducir el número de especies de este género a tan solo dos, cuya área de distribución actual se puede ver en el mapa que se reproduce más arriba. Tal como se puede ver en ese mapa, una especie como P. amurense, originaria del NE de China (Manchuria), Corea, Japón y Estremo Oriental de Siberia, no teme para nada al frío y es por lo tanto poco probable que el frío fuese el culpable de su desaparición del continente europeo, donde hay constancia de su presencia en Europa del Norte (Holanda) aún en el Pleistoceno Inferior (su presencia se remonta como mínimo al Oligoceno). El género también ha sido citado en Norteamérica, donde parece haber estado presente en el Eoceno y comienzos del Oligoceno.



Distribución del género Phellodendron en Europa durante el Neógeno.



Ambas especies crecen en bosques mixtos y húmedos y parece pues que, en este caso igualmente, haya sido la aridificación del clima europeo durante las largas etapas glaciares el factor clave en la desaparición de este género.

PhellodendronFamilia: RutaceaeOrden: Sapindales

Árboles caducifolios, doicos. Corteza suberosa, agrietada y gris o marrón grisáceo en la madurez; corteza interna (floema) amarilla. Ramas de color púrpura oscuro. Hojas opuestas, paripinnadas; base del peciolo ahuecada, que oculta la yema axilar; limbos de los foliolos con glándulas oleosas restringidas al margen, margen subentero a diminutamente crenulado o serrado. Inflorescencias terminales, tirsiformes. Sépalos 5(-8), soldados en la base. Pétalos 5(-8), estrechamente imbricados en la yema floral. Estambres 5(-7), libres. Disco columnar. Flores masculinas: estambres hasta 1,5 × la longitud de los pétalos; gineceo rudimentario, con 5(o 6) carpelos con forma de dedo, soldados en la base, apicalmente ± divergentes. Flores femeninas: estambres rudimentarios, ligulados, mucho más cortos que los pétalos; gineceo 5(-10)-locular, sincárpico; óvulos 1 por lóculo; estigma peltado. Fruto una baya drupácea, negra o negra violácea, 5(-10)-locular; exocarpo carnoso; mesocarpo indiferenciado; endocarpo finamente cartilaginoso. Semillas de color marrón o negro, asimétricamente elipsoidal, sin brillo, inconspicuamente rugulosas; tegumento de las semillas con una capa interna de esclerénquima negra y densa y una capa externa de tejido parenquimatoso compacto; endospermo ± escaso; embrión recto; cotiledones elípticos, aplanados; hipocótilo súpero.




De las dos especies, la que se cultiva con más frecuencia en Europa es P. amurense, pero no dejan de ser especies raras, curiosidades de arboretos. En Norteamérica, en cambio, su cultivo está mucho más arraigado, habiéndose naturalizado P. amurense en algunas partes del NE de los EE.UU.



(1) Ma J. et al. (2006) / A revision of Phellodendron (Rutaceae) / Edinburgh Journal of Botany, Vol. 63(263), pp. 131–151

Hace poco más de 34 años, el 26 de abril de 1986, saltaba por los aires el reactor 4 de la central nuclear de Chernóbil, en Ucrania, y se desencadenaba el que ha sido el peor accidente nuclear hasta la fecha. A consecuencia de ese accidente, se tuvo que desalojar toda la población humana alrededor de la central en un radio de 30 km, en lo que aún hoy se conoce como "zona de exclusión".





Aunque en un principio la alta radiación tuvo efectos adversos en muchos organismos - las aves en particular sufrieron un fuerte descenso poblacional - con el paso de los años la naturaleza fue poco a poco rehaciéndose en los terrenos contaminados hasta convertir la zona de exclusión en un auténtico paraíso natural, demostrando que sin la intervención humana, la naturaleza es perfectamente capaz de prosperar y de autoregularse. Lo que más ha llamado la atención es que en pocos años han vuelto a poblar este espacio prácticamente todas las especies que constituían la fauna original del lugar, regresando a estas tierras especies tan emblemáticas como el bisonte, el castor, el lobo y, más recientemente, el oso. El hombre, por otra parte, propició el regreso de especies como el caballo de Przewalski, que hoy en día goza de una salud ejemplar tras una primera época algo difícil en la que fue perseguido por los cazadores furtivos. 




Una manada de caballos Przewalski, entre los matorrales de la zona aledaña a Chernobyl. (Crédito: Tatyana Deryabina)



El caso de Chernóbil no es único en el mundo, existiendo otro gran "parque involuntario" en la frontera de las dos Coreas, donde se preserva actualmente una de las mejores muestras de bosque templado húmedo, que alberga especies tan emblemáticas y tan raras como el ciervo almizclero siberiano (Moschus moschiferus), la grulla cuelliblanca (Antigone vipio), la grulla de Manchuria (Grus japonensis), el oso negro asiático ( (Ursus thibetanus)), el buitre negro (Aegypius monachus) o el goral de cola larga (Naemorhedus caudatus). El futuro de dicha zona, que algunos quisieran transformar en un gran parque nacional tras la reunificación de la Península, no está claro. Es probable, lamentablemente, que sin la protección que le otorga el miedo a una guerra, ese pedacito de paraíso acabe despareciendo. 




Un grupo de grullas cuelliblancas en el condado de Cheorwon, provincia de Gangwon. Fotografía: Jeon Heon-kyun/EPA



Más cerca de nosotros, una simple valla de piedra separa las tierras sobrexplotadas y yermas del campo madrileño del pequeño pedazo de bosque mediterráneo que rodea El Pardo y el palacio de la Zarzuela. Una perfecta ilustración del efecto de la sobre-explotación a la que se vieron sometidas muchas zonas de nuestro país y del planeta. Durante milenios, hemos privilegiado un modelo de explotación extractivista, en el que la naturaleza era considerada como un simple recurso, sin preocuparnos demasiado por los efectos que tendría el interrumpir los grandes ciclos de la naturaleza. El resultado ha sido una degradación y un empobrecimiento de los suelos, de la flora y de la fauna que han dejado irreconocibles muchas regiones del planeta. 




De no ser por el estricto nivel de protección del que goza, es muy probable que el monte del Pardo presentaría hoy en día el mismo aspecto desolador que muchas áreas colindantes.



Sin embargo, tal como demuestran los ejemplos que hemos citado al comienzo, con un poco de buena voluntad y un cambio radical de actitud, ese tipo de situación se puede revertir en gran medida con tan solo restablecer los ciclos de la naturaleza que hemos interrumpido. Y como se ha podido ver en todas estas zonas, lo primero en restablecerse tras desaparecer el Hombre es la pirámide trófica. Sin la hecatombe provocada cada año por los cazadores, pronto vuelven a ocupar los distintos componentes de esa pirámide el lugar que les corresponde. Resulta muy llamativo, viendo lo que pasa en estos lugares, que en algunas regiones de España el lobo no sea capaz de recolonizar sus antiguos territorios a pesar de darse para ello todas las condiciones necesarias. Esto se debe, claramente, a la presión ejercida, legal o ilegalmente, por los cazadores. Quitémonos de una vez por todas de encima esa lacra y veremos entonces como vuelven a llenarse de vida nuestros ecosistemas.




La idea de respetar los grandes ciclos de la naturaleza y de integrar nuestros cultivos y nuestras actividades en la propia dinámica de la naturaleza no es nueva. Algunas prácticas agrícolas tradicionales como las que se llevan a cabo en las dehesas desde tiempos remotos poco tienen que envidiar a los sistemas agrícolas más modernos, surgidos a lo largo del siglo XX en respuesta a la agricultura intensiva, basada en el uso intensivo de fertilizantes y de pesticidas, que está llevando el mundo a una situación de no retorno difícilmente asumible.

Tal como vimos en un artículo anterior (Bosques ajardinados), los ingenieros forestales fueron los primeros en proponer modelos de explotación mucho más cercanos al funcionamiento de la propia naturaleza para hacer frente a los gravísimos desastres naturales que una desbocada desforestación habían provocado en el siglo XIX. La necesidad de poder contar con unos bosques que ofrezcan de forma permanente una serie de servicios ecosistémicos tan importantes como la protección de los suelos o la regulación del caudal de los ríos, además de los servicios más propios de un bosque (producción de madera, aprovechamiento de productos del bosque), fue lo que llevó los ingenieros forestales a ese cambio de modelo productivo.




Ante la evidencia de que la agricultura intensiva está llevando la Humanidad a un callejón sin salida, distintos pensadores  han propuesto a lo largo del siglo XX la adopción de sistemas agrícolas mucho más respetuosos con la naturaleza e inspirados en su propio funcionamiento. No voy a describir aquí esos distintos sistemas. Algunos, como la agricultua natural de Masanobu Fukuoka, la permacultura o, más recientemente, el Sistema Agroforestal (Agrofloresta) propuesto por Ernst Götsch han tenido más o menos éxito en algunos países.  Todos aplican una serie de principios básicos comunes que son los siguientes:

1) No se utilizan abonos ni fertilizantes químicos. La tierra se enriquece gracias al reciclaje in situ de la materia orgánica producida por las plantas que se cultivan o que crecen en el lugar o por el aportes exterior de MO (restos de podas, etc).

2) Se intenta mantener siempre una biodiversidad alta, como mejor garantía para evitar el desarrollo descontrolado de plagas, lo que evita tener luego que recurrir a insecticidas.

3) Se evita arar y se intenta mantener la estructura del suelo para que este mantenga su diversidad y su fertilidad

4) Se intenta evitar producir residuos que no puedan volver a ser incluidos en los grandes ciclos de la naturaleza. 

Seguramente me olvide algún que otro punto y cada sistema agrícola ha desarrollado su propia metodología e ideología. Lo que me interesa resaltar aquí, desde una total ignorancia del tema, es que estos tipos de enfoques son a largo plazo la única vía que tenemos par asegurar la ansiada sostenibilidad de nuestros cultivos y actividades. Es evidente que esto va mucho más allá de lo simplemente "agrícola" y tales ideas también aplican al resto de nuestras actividades productivas. Es realmente un cambio de vida lo que necesitamos para convertir este planeta en un lugar habitable para una población que consume mucho más que lo que el propio planeta puede ofrecer.
Hace unos días me sugirieron que escribiera algo acerca de una familia poco común que, sin embargo, aún tiene un superviviente en Europa: las Estiracáceas. La única especie de esta familia que sobrevivió en Europa es el estoraque (Styrax officinalis), un pequeño árbol originario de la parte oriental de la cuenca mediterránea muy conocido por producir una resina aromática que lleva el mismo nombre. La familia de las Styracaceae se distribuye por las zonas templadas cálidas y tropicales tanto del Nuevo Mundo como del Viejo Mundo. Está integrada por 11 géneros y unas 160 especies. El género Styrax es, con diferencia, el más importante de esta familia y el único que se mantuvo en Europa. Otros géneros, sin embargo, también estuvieron presentes en nuestro continente antes de que se desencadenaran las glaciaciones...




Flores de Halesia monticola, Real Jardín Botánico, Madrid



A pasar de tener un área disyunta, con especies tanto en el Nuevo Mundo como en el viejo mundo, la mayoría de los géneros de esta familia proviene del SE de Asia. Llama poderosamente la atención, sea dicho de paso, su práctica total ausencia del continente africano, que sugiere, junto a los resultados de los estudios filogenéticos llevados a cabo sobre esta familia (ver más abajo), que se trata de una familia cuyo origen probablemente se ha de buscar en Eurasia.




Mapa de distribución actual de las Styracaceae



Se trata de arbustos y de árboles que en algunos casos pueden alcanzar un tamaño relativamente importante. Una especie como Halesia carolina, por ejemplo, puede alcanzar una altura de hasta 34 m en las Great Smoky Mountains. A pesar de poder alcanzar porte arbóreo, empiezan a florecer a una edad temprana, teniendo aún porte arbustivo. Esto, unido a lo llamativo de su floración, han convertido algunas especies en apreciadas plantas ornamentales, aunque su uso sea más bien escaso en nuestro país. Los géneros descritos y actualmente reconocidos en el seno de esta familia son los siguientes:

 
Género Sp. Repartición Mioceno Plioceno Pleistoceno
Alniphyllum 3 SE Asia
Bruinsmia 2 SE Asia
Halesia 2 Nortemérica, China SI SI
Huodendron 3 SE de Asia
Melliodendron 1 China
Pamphilia 1 Perú
Parastyrax 2 SE Asia
Pterostyrax 2 SE Asia
Rehderodendron 5 SE Asia SI
Sinojackia 20 SE Asia
Styrax 130 América, Región Mediterránea, SE de Asia SI SI SI


Una de las razones que me ha llevado a tratar este grupo a nivel de familia es la por ahora fluctuante taxonomía de esta familia en la que salvo algunos géneros como Styrax, Huodendron y Sinojackia, otros géneros no aparecen tan claramente definidos a la luz de los estudios filogenéticos llevados a cabo (1). Es el caso del género Halesia, por ejemplo, que lejos de ser un claro ejemplo de género con un área típicamente disyunta, sería en realidad un género polifilético, estando más emparentadas las especies americanas con el género Pterostyrax y la asiática con el género Rehderodendron. Es pues muy probable que futuros estudios filogenéticos finalmente lleven a una reorganización a nivel genérico de esta familia.











Al tratarse de especies entomófilas, la presencia de esta familia en el registro fósil se circunscribe exclusivamente a aquellos yacimientos en los que se han podido preservar macrorestos como hojas y frutos. Disponemos pues de una imagen muy borrosa de cual pudo ser la importancia que desempeñaron estas especies en los ecosistemas terciarios del continente. Los datos sugieren la presencia de géneros como Styrax, Rehderodendron y Halesia tanto en el Mioceno como en el Plioceno. Como era de esperar, el dato más reciente corresponde al género <i>Styrax</i>, que logró alcanzar nuestros días en la parte oriental de la Cuenca Mediterránea.


StyracaceaeOrden: Ericales

Árboles o arbustos, generalmente con pelos estrellados o escamosos, raramente glabros. Hojas generalmente alternas, simples; sin estípulas o con estípulas muy diminutas. Inflorescencias terminales o axilares, racimos, panículas o cimas, raramente con flores solitarias o con varias flores en fascículos; bractéolas diminutas o ausentes. Flores hermafroditas, raramente polígamas dioicas, actinomorfas. Cáliz campanulado, obcónico o cupuliforme; tubo total o parcialmente soldado al ovario; dientes o lóbulos 4 o 5(o 6), a veces muy pequeños u obsoletos. Corola por lo general blanca, gamopétala; lóbulos (4 o)5(--7), ± soldados en la base, raramente libres, imbricados o valvados, raramente ligeramente induplicados. Estambres por lo general en número doble que el de los lóbulos, a veces igual, insertos en la base de la corola; filamentos en su mayor parte aplanados, basalmente parcial o completamente soldados en tubo; anteras introrsas, 2-loculares, lóculos paralelos dehiscentes por hendiduras longitudinales. Ovario súpero, medio ínfero o ínfero, 3--5-locular o apicalmente 1-locular y basalmente 3--5-locular; óvulos pocos o solitarios en cada lóculo, erectos, péndulos o anátropos, integumento 1 o 2, placentación axial o parietal. Estilo fino, linear o subulado; estigma truncado, capitado o 2--5-lobado. Fruto en baya, drupa o cápsula, exocarpo carnoso a seco. Semillas a veces aladas, a menudo con un hilo ancho; embrión recto o ligeramente curvado; endospermo copioso; cotiledones aplanados o subteretes.




En España, las Estiracáceas no dejan de ser especies relativamente raras, cultivadas esencialmente en jardines botánicos y en arboretos. Tras consultar distintos listados, tan solo he encontrado Styrax officinalis en el Jardín Botánico de Valencia y Halesia monticola en el Real Jardín Botánico de Madrid. Poca cosa, la verdad, para una familia tan interesante...



(1) Fritsch P.W. et al. (2001) / Phylogeny and Biogeography of the Styracaceae / Int. J. Plant Sci., Vol. 162(6 Suppl.), pp. 95–116





La excepcional situación que vivimos por culpa de la pandemia de coronavirus probablemente nos haya hecho olvidar ya otra excepcional situación vivida en las Islas Canarias a finales de febrero, justo antes de que el mundo que conocemos se "congelara". Me refiero aquí al histórico episodio de calima que sufrieron las islas afortunadas del 21 al 24 de febrero, que estuvo asociado a fuertes rachas de viento, que superaron los 100 km/h en buen parte de los municipios canarios, y a temperaturas excepcionalmente altas, batiéndose el récord de temperatura para el mes de febrero en el aeropuerto de Tenerife (31,9"C). Aunque muchas personas han querido ver en este episodio de calima una consecuencia del cambio climático, lo cierto es que fue el resultado de una situación meteorológica excepcional, al crearse sobre las Canarias un estrecho pasillo con fuertes corrientes atmosféricas entre una DANA situada en el SO del archipiélago y el potente anticiclón de las Azores.



Lo cierto es que tales episodios de calima son recurrentes en las islas Canarias aunque sí parece que desde hace unos años, su frecuencia e intensidad parecen haber aumentado sensiblemente, trayendo consigo una consecuencia inesperada que lleva muchos ornitólogos de toda España y de toda Europa a visitar las islas tras episodios como éste: la aparición de aves exóticas en las Islas. Este último episodio de calima ha sido, desde ese punto de vista, absolutamente excepcional, trayendo del continente una gran cantidad de aves, algunas de las cuales son muy raramente observadas en las Canarias.



Collalba desértica (). Khijadiya Bird Sanctuary, Jamnagar, Gujarat, India. / Fotografía: Dr. Raju Kasambe / Licencia: CC BY-SA 4.0



Podemos distinguir en estos episodios de calima dos tipos de aves, cuya observación depende mucho de la época del año en la que ocurren esos episodios. En primer lugar están las especies saharianas, que han sido literalmente barridas de sus lugares de residencia habituales y que han tenido la suerte de poder posar pie en las Islas Canarias (prefiero ni imaginar la cantidad de ellas que mueren en el mar agotadas por el esfuerzo de tener que mantener el vuelo en condiciones tan adversas). Especies como la collalba desértica (Oenanthe deserti), la curruca sahariana (Sylvia deserti), el vencejo moro (Apus affinis), la alondra ibis (Alaemon alaudipes) y el corredor sahariano (Cursorius cursor) pueden ocasionalmente observarse en las Canarias tras fuertes episodios de calima. Aunque la palma se la llevan especies como el calamoncillo africano (Porphyrio alleni) o el avetorillo plomizo (Ixobrychus sturmii), auténticas rarezas en las Islas, cuya aparición hace saltar chispas en los móviles de los ornitólogos cada vez que alguien las observa.



Avetorillo plomizo (Ixobrychus sturmii) en Fuerteventura / Fotografía: Daniel Kratzer



Según la época del año, también se pueden observar en las Islas Canarias especies migradoras que se han visto desviadas de su ruta de migración por los fuertes vientos, como pueden ser la curruca carrasqueña (Sylvia canstillans), el mosquitero musical (Phylloscopus trochilus), la collalba rubia (Oenanthe hispánica),la collalba gris (Oenanthe oenenthe), el alcaudón común (Lanius senator), la golondrina común (Hirundo rustica), la golondrina dáurica (Cecropis daurica) o el avión común (Delichon urbicum).

Este mecanismo de introducción de aves no suele llevar necesariamente a la instalación permanente de estas especies en el archipiélago canario. Estas aves, además de encontrarse en unos ecosistemas totalmente desconocidos para ellas, llegan a las islas en un estado de agotamiento que las convierten en muy vulnerables. Además, lo hacen de forma muy dispersa. Lo normal es que a las pocas semanas hayan desaparecido por completo, muertas en combate. Es pues realmente muy difícil que una de estas especies logre establecerse. Sin embargo, el avistamiento de una cantidad inusual de tales aves en el último episodio de calima podría, llegado el caso, propiciar su definitivo establecimiento en las Islas Canarias. Las futuras observaciones permitirán levantar esa duda. El caso es que en las últimas décadas, sí que han logrado algunas especies instalarse de forma espontánea en las Islas Canarias, provenientes de lugares a veces muy alejados. Se han convertido de esa manera en nidificantes habituales en las Islas Canarias especies como el tarro canelo (Tadorna ferruginea), la tórtola senegalesa (Streptopelia senegalensis) y el rabijunco etéreo (Phaethon aethereus).



Si la llegada de especies procedentes del continente es accidental y está ligada a episodios de calima excepcionales, no cabe decir lo mismo de las especies marinas y migradoras, cuya llegada se debe a una expansión de su área de distribución que es mucho más fácil de relacionar con el calentamiento global. Es el caso, por ejemplo, del rabijunco etéreo (Phaethon aethereus), ave de los mares tropicales que se ha asentado en las islas a partir de 1988 y cuyas poblaciones han aumentado sensiblemente a partir de mediados de los 2000 (2).



A esas llegadas accidentales o voluntarias, también cabe añadir la naturalización de un buen número de especies de aves introducidas por el hombre, cuyo éxito es difícil de relacionar directamente con el cambio climático, pero es evidente que el cambio climático favorece lógicamente cada vez más el establecimiento de especies de origen tropical y subtropical. En la lista de aves naturalizadas en las Islas Canarias, en todo caso, dominan claramente las especies de origen tropical y subtropical, la mayoría de ellas africanas (1):

Tarro Canelo Tadorna ferruginea T F Eurasia y el norte de África
Pintada Común: Numida meleagris T África Subsahariana
Perdiz Moruna Alectoris barbara H P G T C F L Norte de África
Perdiz Roja Alectoris rufa C Europa sudoccidental
Faisán Común Phasianus colchicus C Asia templada
Rabijunco Etéreo Phaethon aethereus H F L Mares tropicales
Ibis Sagrado Threskiornis aethiopicus T África y Asia
Paloma de Guinea Columba guinea T África subsahariana
Tórtola Rosigrís Streptopelia roseogrisea H P G T C F L África subsahariana
Tórtola Senegalesa Streptopelia senegalensis G T? C F L África, Medio Oriente, Asia Central y el subcontinente indio
Paloma de Guinea Columba guinea H P G T C F L África subsahariana
Cacatúa Ninfa Nymphicus hollandicus T Australia
Inseparable de Fischer Agapornis fischeri C Este de África
Inseparable de Cabeza Negra Agapornis personatus C Kenia y Tanzania
Loro Real Amazónico Amazona ochrocephala T Casi toda América
Periquito Común Melopsittacus undulatus T Australia
Cotorra Argentina Myiopsitta monachus P T C F Centro y sur de Sudamérica
Aratinga Ñanday Aratinga nenday T Sur de Sudamérica
Lorito Senegalés Poicephalus senegalus T África
Cotorra de Kramer Psittacula krameri T C F L África y el sur de Asia,
Bengalí Rojo Amandava amandava T Sur de Asia
Estrilda Común Estrilda astrild T C África Subsahariana
Estrilda Carinaranja Estrilda melpoda T África Occidental y Central
Azulito Carirrojo Uraeginthus bengalus F África Subsahariana
Verdecillo Serinus serinus C Europa, norte de África y oeste de Asia
Gorrión Passer domesticus C Cosmopolita
Obispo Rojo Euplectes orix T África al sur del Ecuador
Bulbul Orfeo Pycnonotus jocosus T Sur de Asia
Miná Común Acridotheres tristis P T C Asia
Estornino Purpúreo Lamprotornis purpureus T África
Ruiseñor del Japón Leiothrix lutea T Sur de Asia


H: El Hierro / P: La Palma / G: La Gomera / T: Tenerife / C: Gran Canaria: / F: Fuerteventura / L: Lanzarote



Por su capacidad de alcanzar territorios alejados en un tiempo muy breve, las aves son un buen y temprano marcador de los cambios que están ocurriendo en los ecosistemas. La llegada de especies nuevas a las Islas Canarias desde los mares tropicales o la vecina África pueden ser un claro aviso de que algo está cambiando en esta región. Aunque sea difícil relacionarlo directamente con el cambio climático, parece evidente que el cambio climático está modificando poco a poco el área de distribución de muchas especies y facilitando la supervivencia de muchas especies introducidas en un entorno en el que el hombre ha creado de forma artificial muchos nichos ecológicos nuevos. El incremento de episodios de calima extremos, por otra parte, podría favorecer la llegada masiva de aves desde el continente y sentar las bases de su definitivo establecimiento en las Islas.

En el próximo capítulo que dedicaremos a Canarias, trataremos de ver qué efectos está teniendo el cambio climático sobre la vegetación de las islas y si se observa, de la misma manera, la llegada de nuevas especies desde el continente. Agradezco desde aquí la ayuda de todos aquellos que comparten conmigo sus impresiones y observaciones. Su ayuda es fundamental. Cada pieza del puzzle es útil para tratar de entender los cambios que están ocurriendo y que a veces no somos capaces de ver aunque ocurran en nuestras mismísimas narices...



(1) Arechavaleta, M., S. Rodríguez, N. Zurita & A. García (coord.) 2010. Lista de especies silvestres de Canarias. Hongos, plantas y animales terrestres. 2009. Gobierno de Canarias. 579 pp.
(2) EL RABIJUNCO ETÉREO EN CANARIAS: SITUACIÓN Y TENDENCIA / Asociación GIC / https://asociaciongic.wordpress.com/proyectos/phaethon/el-rabijunco-etereo-en-canarias-situacion-y-tendencia/





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SOBRE EL AUTOR

Geólogo de formación, nacido en Suiza pero establecido en España desde hace más de 20 años, trabajo actualmente en el sector de la informática (soporte). Eso no me ha impedido mantener vivo mi interés por los temas medioambientales, el cambio climático en particular, cuyas consecuencias intento anticipar buscando respuestas en ese pasado no tan lejano hacia el que parece que estamos empeñados en querer volver.

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